El otro día estuve tomando unos vinos con unos amigos y uno de ellos se las daba de buen conocedor del mundo del vino.
Creo que todos conocemos a algún conocido que se las da de gran catador, y que en realidad no lo es tanto. Sin duda esto es porque viste.
Al hilo de esto recuerdo una anécdota que nos ocurrió durante unos Sanfermines, hace quizás una década, pero que todos los de la cuadrilla recordamos como si fuera ayer mismo.
Ese año fuimos a los toros toda la cuadrilla y en aquellos tiempos teníamos nuestro concurso de sangría particular. El objetivo de la sangría no era que entrara bien, o que estuviera fresquita, simplemente era que tuviera un buen grado de alcohol para salir por la puerta grande y ya con ese punto necesario para empezar bien la tarde noche. En definitiva las sangrías que tomábamos eran casi casi alcohol rebajadas con vino, vaya que era una alcohogría.
Es entonces cuando en la fila de adelante se sentó un joven que llevaba una botella de vino El coto para merendar.
Un día tras otro nos ofrecía a uno o a otro un trago de vino del coto reserva. Al ir pasando los días nos dijo que el coto era el mejor vino, nos los describía como si estuviera leyendo el “prospecto” del vino, sabor no se qué, color no se qué, etc., etc.
Desde luego a nosotros nos sabía el vino a teta, sobre todo habiendo tomado la alcohogria que tomábamos por aquel entonces.
Por supuesto nosotros le ofrecíamos vasos de alcohogría, pero extrañamente sólo se lo tomó el primer día y no quiso repetir.
En esto que, en uno de esos días que tenemos de comida de cuadrilla, se le ocurre a uno la brillante idea de pedir para beber durante la comida, vino El Coto, pero no un Coto normal, sino un Gran Reserva.
La verdad es que estuvo buenísimo. Recomiendo que lo probéis. No contento con haber pedido el Gran Reserva y una vez habiendo dado buena cuenta de la botella, le pide a la camarera una botella del vino de mesa de la casa… curiosamente de éste no me acuerdo de la marca ni del año, y rellena la botella del gran reserva con el vino peleón.
¿Para que quieres la botella llena de vino peleón? Fue la pregunta. Y la respuesta fue algo así como para ver si sabe tanto de Coto como dice.
En esto que nosotros estábamos tomando nuestros vasos habituales de sangría, durante los toros primero, segundo y tercero y llegó la hora de la merienda.
El con su rutina habitual sacó su Coto, pero hete aquí que teníamos un Coto Gran Reserva para disfrutar… por supuesto que le ofrecimos y el aceptó gustoso el vaso que le pasamos, de plástico, por supuesto.
Pues sí, sí, señores, se quedó encantado con el vino que tomó ¡y hasta notó una gran diferencia, a mejor, con el Coto que tomaba habitualmente!
Las carcajadas fueron grandiosas.
Hay que decir que pudieron ocurrir 2 circunstancias que justificaran su respuesta, una es que ese día estuviera entonado y tuviera un paladar tan sensible como la suela de una alpargata, o que su Coto habitual fuera en realidad un casco de el Coto rellenado diariamente con vino peleón, peor que el que utilizamos nosotros para dar el cambiazo. En éste caso él fue el que nos tomó el pelo todos los días…. ¡menos uno!
Y es que aparte de que hay mucho »’enterao», en el tendido le entra todo a uno de maravilla.
No creo que muchos de los espectadores después de haberse puesto como un atún de beber puedan distinguir entre un Reserva y un matarratas cualquiera.
Yo siempre he dicho que cuando se va de farra es absurdo beber un buen vino, ya que para el cuarto o quinto copazo ya la lengua no tiene sensibilidad. De todas formas eso sirve para dar una cura de humildad a algún listillo.