Los saltitos, rápidos, repetidos y nerviosos servían tanto para calentar como para reducir el agarrotamiento del momento. Además, permitían ver de primera mano la esquina de Mercaderes, por la que pronto doblarían. Otra buena referencia era la velocidad y la tensión de la cara de los que aparecían por esa esquina.
Por fin, esa velocidad se hizo endiablada, y recrudecieron los gritos. Ahí estaban. Giré automáticamente y comencé a correr. Cada tres zancadas miraba hacia atrás, para no perder las referencias. Apreté los dientes y empecé a esprintar. Como de costumbre, el mayor problema estaba delante, lo difícil era mantener la verticalidad en ese amasijo de piernas, codos y obstáculos en forma de gente. Así que lo que tenía que pasar pasó.
Traté de caer bien, como en judo, pero perdí el control. Cerré los ojos y finalmente dí con el suelo a pesar de mis intentos de mantenerme en pie. Así que tocaba aplicar la teoría: tumbarse boca abajo protegiéndose la cabeza con los brazos.
De pronto, todo paró, los segundos empezaron a ralentizarse y todo sucedía a cámara lenta. Hasta los ruidos eran como lejanos. Tras varios pisotones, no pude aguantar los nervios, y en un reflejo irrefrenable, mi subconsciente optó por levantarme. Y se cumplió la ley de Murphy. Mientras me erguía miré hacia atrás. Me estaba levantando en la misma cara de la bestia. Nunca lo olvidaré.
La hostia que me llevé fue de campeonato. Nunca Caravinagre había tenido tan fácil un vergazo. Me estampó la cara, creo que hasta me quedó marcada la redecilla. Hundido y humillado, levanté la mirada buscando a mis amigos, suplicando por que ninguno de ellos hubiese visto la escena. Que te pille un kiliki era una de las mayores deshonras.
Que te pegara caravinagre no era tan deshonroso.Es como los Cebada Gago de los kilikis.Hay que asumir que tiene mas riesgo que los demas y que cuando golpea suele herir…
unos llevan la fama y otros cardan la lana… los que más fuerte pegan siempre han sido los zaldikos, ni caravinagre ni nadie.