2 de julio de 1961 5


 

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Mary está dormida a su lado. Abre el cajón y mira los abonos para la próxima feria. Esos días, Pamplona es una ciudad para vivir, no para morir.

Piensa en otra habitación, en el Hotel Yoldi, donde su amigo Antonio se vestía de luces con ojos sombríos, intentando espantar el miedo de que el traje fuera su mortaja. El silencio solemne contrastaba con el jolgorio que subía de la calle.

Se levanta con ademán de boxeador sonado. Las descargas endiabladas de su último ingreso en Rochester le han envenenado el alma. Hace tiempo que no escribe una sola línea. Baja tambaleante las escaleras. Escoge su favorita, como el torero toma el estoque.

Se imagina en la barrera de la Monumental, viendo a Antonio caminando hacia la puerta de toriles. Allí, de rodillas en la arena, intentando disimular el pánico, daba la señal con la cabeza para que se abriera el portón.

La negrura del fondo del cañón es idéntica a la oscuridad del túnel por donde aparece el animal. Presiente al toro galopando hacia él. Calcula la distancia para intentar esquivar la arremetida mortal.

Sin embargo, el estruendo despierta a Mary en la habitación de arriba. Recuerda lo que le dijo un día: Un escritor sin memoria es como un torero sin cojones.

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5 ideas sobre “2 de julio de 1961

  • Miguel Izu

    Eso de las entradas del abono de los toros para San Fermín en el cajón de su casa de Ketchum cuando se suicidó es una de las muchas leyendas sobre Hemingway sin la menor base en la realidad, aunque quede muy literario y sanferminero. Cuando Hemingway venía a Pamplona, Juanito Quintana se encargaba de comprarle las entradas y no se las enviaba a ninguna parte, lo cual no hubiera tenido ningún sentido, se las entregaba cuando llegaba. Por otro lado, suponiendo que por algún extraño motivo Hemingway hubiera pedido a alguien que se las enviara a Ketchum, no hubieran podido llegar allí para el 2 de julio, domingo. Los abonos se pusieron a la venta, como es costumbre, a finales de junio, en concreto ese año de 1961 el lunes 26 de junio. El correo no era tan rápido. De todos modos, Hemingway no tenía ni intención ni posibilidad de venir a Pamplona ese año, los meses anteriores los pasó en buena medida internado en la clínica Mayo de Rochester, con la salud muy deteriorada, y solo pocos días antes los médicos le habían permitido salir e irse a su casa de Idaho (como se vio, un tremendo error, ya que en alguna ocasión anterior había amenazado con suicidarse). Todos los años desde 1953 decía que iba a venir a los sanfermines y le escribía a Juanito Quintana que le preparara el viaje, pero solo vino en 1959 porque pasó la mayor parte del año en España siguiendo la temporada de Dominguín y Ordóñez para escribir «Verano sangriento». Los demás años o estaba enfermo o muy ocupado escribiendo. Pero, en fin, las leyendas de Hemingway forman ya parte del folklore sanferminero…

  • el divino imprudente Autor

    Gracias, Miguel, por tan erudita explicación sobre la verosimilitud del relato.
    Como dice Felipe a Mafalda en tono de reproche, cuando le recrimina que un revólver no puede tener más de 5 disparos: «Dije realismo, no realidad». La realidad, mata pero la ficción nos salva, lo dice Cercas en «El impostor». Estamos ante un relato de ficción que se permite una pequeña licencia poética, a todas luces errónea a la luz de la verdad histórica.
    Pero al hilo de tu interesante comentario sobre el error médico de la Clínica Mayo de dar el alta a una persona que había amenazado suicidarse:
    ¿No hay ningún un suicidio lúcido?
    Ya lo dijo Sartre «No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”.
    Un abrazo.

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