Manual del perfecto anfitrión (III) 3
¡¡¡Pipipipipipipíííí!!!
¡6 de julio! ¡Único día del año que sientes placer al oír el despertador! Pero este año es diferente. Hemos quedado a las 9 con mis amigos para almorzar y antes tienen que ducharse y acicalarse nueve personas. Así que son las… ¡seis de la mañana! Yo he decidido ser el primero que pase por el baño, no vaya a ser que se agote el agua caliente.
La verdad es que no sé cómo lo hemos conseguido pero a las nueve menos cinco estamos todos en la calle camino del bar donde vamos a almorzar. Se nota que ayer conseguí llevar a mis ovejas al redil a tiempo antes de que se liaran a cubatas.
El bar donde almorzamos está cerca de mi casa, afortunadamente. Hemos reservado mesa para 35, la decena de amigos de la cuadrilla e invitados llegados de los cinco continentes. Literal. Kofi Anam, un aficionadillo a nuestro lado.
Es un ritual divertido aunque recurrente cada año, explicar a los forasteros cómo le podemos llamar almuerzo a una ingesta a las 9 de la mañana basada en huevos fritos, tomate, patatas, lomo, txistorra, ajoarriero y demás, con bien de tintorro. Y claro, café y copa sobre las diez y cuarto de la mañana. Bueno, pues es el almuerzo del día 6, sin duda uno de los «momenticos» de la fiesta.
A partir de ahí, txanpan, cava o sucedáneo, esperar al txupinazo y torrente de tópicos para describir ese momento: explosión de alegría, juerga desenfrenada, farra sin límites, exaltación de la amistad y cantos regionales. Y procurar no perderse, claro, aunque ese es otro tema…