Manual del (im)perfecto anfitrión (y VIII) 1
A la que te despistas y llegas un poco tarde, te va a resultar complicado ocupar tu sitio en el tendido de sol de la Plaza de Toros de Pamplona. Tus amigos te guardan el sitio con cariño y se alegran al ver tu cara, pues a veces temen que no hayas superado la fase siesta antes de la corrida.
Pero sus rostros mudarán rápidamente cuando te vean que no vienes solo… Pones cara de ‘chicos, ya siento el marrón pero hay que apretujarse’ y tus amigos abren hueco para ti, el inglés y la catalana. Ninguno de los dos entiende nada del bullicio que tienen alrededor: gente yendo para arriba y para abajo intentando sentarse, cubos, ollas, botellas y neveras pasando de mano en mano, vasos volando, vestimentas estrafalarias… Consigues un par de gorros para que tus invitados se cubran el pelo y das gracias a San Fermín y toda su corte celestial porque la barcelonesa no ha venido demasiado sexy convirtiéndose en diana de los «divertidos» lanzadores de sangría. Asombrados por este espectáculo visual te preguntan qué música está sonando. Esta pregunta no tiene fácil respuesta cuando suenan a la vez las txarangas de las 16 Peñas de Iruña.
Súbitamente todo el mundo se pone en pie y comienza a cantar el himno de Eurovisión mientras los artistas hacen el paseíllo. Al inglés le entra la risa y me confiesa que ya sabía que éramos europeístas, pero no tanto. La catalana se ha puesto a hablar con mi prima, que es veterinaria taurina y le va a explicar el desarrollo de la lidia, con lo que tengo una preocupación menos y puedo centrarme en comentar el desarrollo del Mundial de Fútbol con el British.
Entre trago y trago de sangría (ver los capítulos dedicados a este noble arte) transcurre la corrida, sin prestar mayor atención a lo que ocurre en la arena. El inglés no para de reír y de hacer fotos a todo el mundo. Y llega el momento de la merienda. En mi cuadrilla cada día uno lleva la merienda pero afortundamente, el responsable de hoy ha traído suficiente para alimentar a media plaza. El menú, cordero con caracoles. Curiosamente, la catalana vegetariana y milindris, se lo come todo y repite. Dice que su madre me agradecerá que le haya enseñado a comer estos días. El gracioso de turno salta con que me tiene que comer otra cosa, y lo cachondo del caso es que a la chica le hace gracia.
Mientras tanto, el inglés se pone morao de caracoles y de probar de las meriendas de todos los demás, hasta tal punto que apenas come dos o tres pastelitos de postre.
Una vez terminada la corrida, cocidos como cubas y cantando detrás de mi peña, nos vamos a casa donde nos espera el resto de huéspedes (no menos cocidos pues llevan toda la tarde a limpio cubata). ¡Es que hay que hacer las maletas, que se marchan ya!
Lo que en principio debe ser alegría para el perfecto anfitrión (librarse de ocho personas en casa) se vuelve tristeza en la despedida y un cierto vacío cuando se van.
Pero la tristeza se convierte en un ‘cagarse en todo’ cuando te das cuenta que el año que viene, en vez de ocho, vendrán doce…