Archivo por días: 16 de mayo de 2008


Sanfermines y alpargatas, ¿binomio imposible? 14

Ya que llevamos una semanita centrada en los sentidos, (ayer el gusto, el miércoles el oído, el martes el olfato…), dediquemos también unas líneas al tacto. Pero en este caso al tacto con los pies.

Servidor se confiesa fiel devoto del uso de la alpargata, prenda inseparable en la intimidad del hogar, y prenda insuperable en los días soleados que se nos avecinan. Me refiero a las de toda la vida, de tela negra, con las costuras blancas, y con la suela de esparto, ligeramente mariconeada hoy en día con terminaciones de goma que las hacen un poco más duraderas. Por los 40 euros de cualquier zapato mediocre consigues 10 pares de alpargatas que te pueden valer para las necesidades de un año. No quiero entrar en cuestiones de estilo, pero mi apuesta es la de llevarlas además bien pisadas en la parte de atrás, sin calzarlas. Me podéis llamar aldeano, trasnochado, o lo que os dé la gana. A mí no me importa que la gente lleve otro tipo de zapatillas… pero mi sensación de frescor en los calcos, añadido al hecho de notar hasta las arrugas de lo que pisas no me la quita nadie. Una delicia.

Ahora bien, ¿qué pasa en sanfermines? Con temperaturas superiores a los 200 grados las condiciones son ideales para el uso de las alpargatas. Además, voy a tocar vuestros corazones, ¿quién no las ha llevado de crío bien blancas con las cintas rojas, como las de los dantzaris? (algún día hablaré de cómo encuentro cotas más altas de elegancia en el traje de un dantzari que en un esmoquin).

El caso es que durante varios años, las alpargatas blancas con cintas rojas formaron parte de mi atuendo del día 7 de julio. O mejor, de la mañana del 7 de julio. Recién duchado tras la batalla del 6, con la camisa limpia, el pantalón hasta con la raya de la plancha, y con las alpargatas -estas sí- bien calzadas y atadas, me lanzaba a la calle a vivir intensamente la procesión, el posterior almuerzo, y el consabido poteo.

Pero llegó el día en el que me vine a menos, y un año ya decidí que estaba hasta los cojones de ir todo el rato mirando al suelo para evitar dos de los grandes enemigos de las alpargatas: los charcos y los objetos cortantes. El esparto mojado pesa repentinamente 100 veces más, y dificulta mucho la marcha. En cuanto a los objetos cortantes, no es tanto el miedo al corte en sí, sino en toda la mugre que te puede entrar en el cuerpo si te cortas con algo que está en el suelo en sanfermines.

Así pues, como digo, tiré la toalla. Hoy me considero peor persona, ya que siento que damos la espalda a pequeños detalles que pasarán al olvido, como usar alpargatas, o txapela, o cantar en las sobremesas, que nos han sido tan propios en generaciones anteriores.

De cualquier forma, siempre nos quedará el Chiquito, rabioso e impenitente calza-alpargatas. Volveré a admirarle cuando aparezca de nuevo en el tendido 5 enfundado en unas que no pasarán del número 36.