Archivo por días: 8 de agosto de 2008


Qué grande es Victorino… ¿o menos? 2

Victorino Martín, genio y figura. El kioskero reconvertido a ganadero se ha ganado a pulso la fama de número uno. Razones no faltan, en todo caso sobran. Sus toros son temidos por los torerillos y deseados por los que tienen hambre o necesidad. Cuajar un victorino abre puertas.

Pocos entendíamos que en una Feria que se jacta de ser la «Feria del Toro», y que pregona a los cuatro vientos su carácter «torista», no hubiese contado con la presencia de esta ganadería hasta hace 3 años. Siempre trascendía que se trataba de un problema de dineros. La Meca no estaba dispuesta a pagar lo que pedía el madrileño. Y dado lo exiguo del ciclo sanferminero, tampoco había mayor inconveniente a la hora de contratar toradas.

Pues bien, si ésa era la razón, cosa que ignoro por completo, en 2005 dejó de ser el impedimento para el debut de tan afamado encaste. Sospecho que la supresión de las corridas de toros en Francia por el tema de la lengua azul saturó el stock de bureles del de Galapagar, y de alguna forma les tenía que dar salida, supongo que rebajando sus pretensiones.

Por fin regresaban los albaserradas al coso pamplonés. Lo que todavía no acierto a comprender, y he llegado a pensar incluso en un ajuste de cuentas con la Meca, es el petardazo de corrida que trajo el ínclito Victorino. Ni los habituales certificadores de victorinos, Liria y el Cid, se lo podían creer.  Decepción generalizada en la plaza. Suerte tenemos, y en esto aventajamos al resto de ferias de nivel, que si la corrida sale mala no hay problema, nos dedicamos a la exaltación de la amistad en sus innumerables fórmulas, y por supuesto, a la cata de viandas diversas, bien regadas, por supuesto.

De modo que, a pesar del bluf, salíamos contentos y dicharacheros por el patio de caballos, y tras tratar de entablar una conversación con Benjamín (algún día le dedicaremos un artículo al pequeño monosabio sudamericano), nos dimos por vencidos y enfilamos el portón de salida. Y en eso estábamos cuando un tropezón me obligó a mirar hacia abajo. Cuál fue mi sorpresa: acababa de hacer un penalti de libro al mismísino Victorino Martín. Tras pedir disculpas, y convencido ya de la identidad del atropellado, quise llevármelo de potes por lo viejo, y le prometí que se lo iba a pasar muy bien y que los de la Anaita éramos mu majos. Ante su negativa, decidí cortar por lo sano las negociaciones y cogerle a hombros para sacarlo de su terreno.

Pero, amigo, si ya dudaba de la grandeza del criador después de lo visto en el ruedo, en ese momento comprendí que Victorino Martín no es grande….   ¡es muy pequeño! No sé, qué puede medir, ¿metro y medio? Quizás algo menos. Conforme iba inclinando la riñonada para subírmelo a cuestas me daba cuenta de que era imposible. Tendría que bajar la cabeza prácticamente hasta morder el polvo del patio de caballos, y luego levantarle haciendo palanca con las cervicales a palo seco. Que le den. A ver si me va a ver la maniobra algún capitalista y me ponen en el punto de mira por intrusismo profesional.