Archivo por días: 13 de agosto de 2009


El ambiente de la plaza 10

Venía dispuesto a comentar la carta que leí ayer en el Noticias escrita por el mozo al que un miura casi despacha. Estremece pensar en ese abismo de soledad e impotencia del que habla que sintió. Lástima que el resto del artículo sea una glosa de sus adscripciones político-sociales que poco importan. Felicidades por su recuperación.

Así que cambio de tercio, y narro una anécdota de hace unos años: a un familiar le tocó organizar la clásica «emplumada» de recibir en Sanfermines a colegas de trabajo de otras comunidades (ya no me atrevo a poner «provincias» no vaya a ser que se me acuse de facha), cónyuges incluídos/as.

En el basto programa que les preparó figuraba lógicamente acudir a presenciar una corrida de toros. Los esfuerzos para conseguir 14 localidades de sombra dieron su fruto, y allí se presentaron los 7 matrimonios, 6 de ellos expectantes, y supongo que bien aleccionados sobre lo que les esperaba. Había temor por las posibles reacciones de los colegas andaluces, tan puretas ellos, o de los madrileños, tan grandes.

Y efectivamente, los temores eran fundados. Erraron en la diana, pero mediado el tercer toro, sin siquiera haber probado bocado todavía, el matrimonio salmantino decidió abandonar la plaza cortésmente, sin estridencias, pero afirmando que aquéllo era inadmisible, una falta de respeto asestada en todo lo alto de la tauromaquia, un vil bajonazo atravesado en la dignidad de la fiesta nacional.

Los demás se lo pasaron de puta madre, hablando en plata. Para ellos era inimaginable lo que vivieron. Habían leído, escuchado y visto. Pero no habían vivido.

Los grandes y los puretas fueron los que más disfrutaron, ya que se dejaron arrastrar por el ambiente reinante, dando rienda suelta a su alma festiva, constreñida en el caparazón que, año a año, capa a capa, se había ido formando en glamourosas presencias en otras grandes ferias encorsetadas por el silencio, la corrección y el protocolo.

Los anfitriones, sacados literalmente a hombros por los invitados, no podían reprimir la sensación de orgullo que te invade (tras superar los temores a que algo falle o a que no sepan o no puedan comprender estas fiestas) cuando consigues que un foráneo se zambulla de lleno en el ambiente.

Sin lugar a dudas, esa sensación es uno de los momenticos de las fiestas, que no siempre tienen por qué ser un concepto temporal.