El pañuelico rojo 5
A estas alturas de la película, discutir sobre el origen del uso del pañuelico rojo me parece estéril. A mí el que más me gusta es el de que proviene de la intención de cuatro chalaos de distinguirse del resto (me encanta la gran paradoja; lo que en su día se hizo para destacar, hoy sirve para igualar).
El caso es que, por encima de cualquier otro, el pañuelico rojo es el símbolo sanferminero por excelencia. Parece sacrílego anudárselo antes de las 12 del día 6. A nuestros invitados no se lo ponemos, se lo imponemos. Se puede ver gente que no va de blanco (cada vez menos), pero es muy difícil ver a alguien que no lleve pañuelo. Tan intensa es su carga simbólica que ha traspasado fronteras, y ha trascendido hasta representar su papel en cualquier fiesta que se precie.
No deja de sorprenderme ver a la gente con pañuelico rojo en las fiestas de cualquier sitio. En Navarra, por ósmosis, parece normal la difusión, y lo vemos como lo más normal. Y fuera, donde la impregnación es cada vez mayor, se ve que se asocia como un signo inequívoco de fiesta.
Ante este potencial, el símbolo no tarda en erigirse en elemento sobre el que alojar símbolos (esto seguro que tiene algún nombre técnico). Al principio, las peñas imprimen sus escudos para distinguir a sus miembros. Luego cualquiera lo utiliza para demostrar al prójimo su procedencia o adscripciones, con escudos de Pamplona, Navarra, Euskal Herria, pueblos, etc. La moda se extiende y se empiezan a ver escudos de sociedades gastronómicas, clubes, etc. Y finalmente llega la prostitución definitiva, cuando el pañuelico se convierte en reclamo publicitario, y sobre él se imprimen logotipos de marcas o empresas. Pronto seremos unos venidos a menos si no llevamos bordado nuestro nombre en el pañuelo.
El horterismo poco a poco también va haciendo de las suyas, y proliferan sábanas hasta la cintura con escenas del encierro estampadas en blanco sobre tela plasticosa, que no se sabe si es tela o hule. O el modelo urmeneto, con sus repetitivos dibujos.
Por todo ello, desde esta atalaya reclamo una vuelta a los orígenes, y abogo por el regreso al pañuelo raso, sin bordados ni inscripciones. Y por supuesto, animo a que sea también el símbolo de lo que siempre hemos considerado como nuestras fiestas pequeñas, San Fermín Txikito, aunque sean las fiestas sólo de un barrio de la ciudad. Me da mucha pena que un signo tan integrador y tan arraigado en Pamplona esté dando paso a la servilleta de cuadros.
Otro día hablaremos de aspectos menos trascendentales, como si hay que llevarlo al estilo cowboy, si con nudo o con lazo, o si lo más in ahora es llevarlo en la frente a lo samurai, en la muñeca como una pulsera, o en las tetas como un bikini (como me tocó observar una mañana en la cola de la churrería de la Mañueta).