Textos participantes en I Certamen de Microrrelatos Sanfermin (IV)
– REFLEXIONES EN BLANCO Y NEGRO – , Esther Ariz Rodríguez
No sé por qué tuve que aceptar este trabajo. No niego que me proporciona una envidiable estabilidad laboral y una garantía de futuro, pero cada vez se me hace más cuesta arriba.
Tantas horas de pie, sin moverme de mi puesto y con estas vistas tan poco atractivas me están pasando factura. Por no hablar de lo duro que me resulta la ausencia de compañeros de trabajo, algo que nunca me había faltado y que valoro por encima de todo, sobre todo si se trata de compañeras femeninas…
Me he dado cuenta de que necesito desempeñar un puesto de responsabilidad donde pueda sentirme poderoso, como antes, donde pueda mirar a la vida desafiante. Añoro el gentío, los gritos, la euforia de la que tanto disfrutaba en las fiestas populares, muy especialmente en los Sanfermines de Pamplona. Allí, la gente me miraba con tanto respeto y admiraba de tal forma mi cuerpo fibroso que conseguían hacerme sentir el máximo protagonista, el rey de una fiesta teñida de dos colores que mi limitada visión no era capaz de distinguir. La fiesta más famosa del mundo y,curiosamente, mi fiesta…
¡Se acabó! ¡Me bajo de aquí! Nunca debí aceptar ser toro de Osborne.
– LOS AMIGOS – , Maribel Romero Soler
Kevin yacía en el suelo de la Plaza del Ayuntamiento con una gran mancha violácea en el pecho.
Los ojos cerrados, la tez pálida, el rostro desencajado. Había conocido a Iker y a Gorka a través de un Chat y desde el primer momento le habían contagiado su pasión por los sanfermines. Desde Tennessee, en los Estados Unidos, se los imaginaba delante de los toros volando como ángeles desobedientes expulsados del cielo, blancos, inmaculados, con los pañuelos rojos al cuello, tentadores, símbolo de una ancestral provocación. No lo dudó. El 3 de julio ya se encontraba en Pamplona, acogido amablemente por sus amigos. Y sólo cuatro días más tarde su cuerpo se hallaba tendido en medio de una plaza abarrotada.
Iker y Gorka se acercaron al americano y lo zarandearon cogiéndolo por la camiseta.
—Levanta, chaval, que va a empezar la carrera y en un santiamén están aquí los toros.
Kevin logró incorporarse. A su lado, la botella de vino estaba vacía.
—Qué mal les sienta beber a estos americanos, joder —exclamaron sus amigos.
Una vez lo dejaron a salvo, Iker y Gorka se dirigieron raudos a la cuesta de Santo Domingo. El encierro iba a comenzar.
– DE PARTE DEL CALOCO – , Javier González López
¡Y allá íbamos! Los cinco magníficos: Culete, Josito, Carreño y los herreros Javi y Óscar. Después de muchas discusiones con las parientas nos dejaban – literalmente- ir a los San Fermines.
Montamos en la Volskwagen de mi padre –que todavía olía a hierro pues es cerrajero-, cargada de todo lo necesario para sobrevivir, comida, bebida y sacos de dormir, y nos encaminamos todos hacia “la gran fiesta”.
Cuando llegamos a Pamplona nos enfundamos en nuestros trajes de la Peña la Cabra – peña de amigos de las fiestas en honor al Santísimo Cristo del Caloco allá en El Espinar en Segovia- blanco el pantalón y camisa azulona, compramos un pañuelo del Santo y fuimos para el pregón.
¿Por qué hicimos esto? Porque veníamos a la fiesta mayor de nuestra pequeña fiesta, en la que también tenemos chupinazo aunque lo llamemos cohetón y en la que, en vez de cientos de miles de personas sólo tenemos miles. Y a fe que así fue. Parecía que nuestra plaza del ayuntamiento se había hecho grande y se había multiplicado la gente, el ruido y la alegría. Y allí, cinco amigos, entre risas y jolgorio, presentamos nuestros respetos al Santo de parte de nuestro Cristo.