Archivo por meses: junio 2010


Travesía del desierto y bloqueo creativo 34

Las personas que escribimos en este blog solemos divagar, en nuestras habituales reuniones, sobre lo duro que resulta ponerse a pensar en posibles artículos allá por octubre o noviembre. Conocemos esa época como la travesía del desierto, ese momento en el cual los Sanfermines nos quedan tan tan tan lejos que resulta casi imposible que a uno se le ocurra una idea brillante que comentar sobre nuestras fiestas.

Pues bien, hoy, a menos de seis días del Txupinazo, me encuentro con que el bloqueo narrativo se ha apoderado totalmente de mí.

No se me ocurre nada, nada, nada, pero nada, sobre lo que hablar. Tan sólo puedo concentrarme en disfrutar de estos días previos, soñando con lo que se nos avecina, con los reencuentros, los toros, las borracheras, los txuletones y la compañía de los míos.

Y añorando siempre a los que no van a estar.

Así que ya sólo me queda contemplar los adoquines desiertos de esta Estafeta mía en la última noche de junio y dejar que se me infle la vena del cuello antes de gritar a todo pulmón:

GORA SAN FERMIN!!!


Resto de finalistas 3

Hoy os dejamos con los últimos microrrelatos que nos faltaban de publicar de entre los veinte finalistas. Como siempre, que los disfrutéis.

El sueño de San Fermín, por Igor García Cueva (Barañain – Navarra)

Heme aquí nuevamente, velando por vosotros, fieles incondicionales.

¡Que envidia sana os guardo, mozos pamplonicas! Si pudiera codearme con vosotros…

Recorrer a placer las calles de Pamplona. ¿Qué puedo hacer desde aquí?

Atender vuestras plegarias. ¡Ah incautos! ¿Acaso no conocéis su instinto primario?

El toro embiste, implacable, con denuedo.

Cuanto me gustaría dejarme caer por la atestada Jarauta. Visitar sus peñas, fundirme con las charangas.

Acudir al chupinazo. Jugar a la tómbola, pisar la Plaza del Castillo. Desfilar entre gigantes eludiendo cabezudos. Alternar con dantzaris y txistularis. Personarme en La Procesión, con La Pamplonesa. Pasar desapercibido en la misa solemne celebrada en mi honor. Regatear en los puestos de la polvorienta Taconera. Almorzar en Antoniutti. Cantar joticas. Sentir el tacto de un pañuelico.

Degustar un ajoarriero en el tendido al sol. Probar fortuna en el endemoniado juego del clavo y el tarugo. Deleitarme en la batalla de luminiscencias, pisándose entre ellas; después aspirar el tufillo a pólvora. Dormitar sobre un colchón de hierba pisoteada y despertarme aturdido con la rosada encima.

Y en Las Barracas, compartir sonrisas con niños entusiastas.

¡Ojalá pudiera unirme al ambiente si Dios me concediese el permiso!

Casi está convencido.

Sea como fuere, tenéis mi bendición.

PamPlona, por Mª Jesús Gama Rodríguez (Valencia)

Pregón. Petardazo.Pañuelos. Pitidos. Patadas. Pasión. Posteriormente, procesión. Personalidades, parias. Pisotones, plegarias…

Prolongación:

Polifónicos para patrón. Pitones. Persecución. Pedregosos, pavimentos ¡precaución! Prestezas, pedestres proezas.  Pelotones. Primitivas pasiones…

Placentera pitanza. Pinchos, piquillos, panceta, pacharán… ¡Pobre panza!

Paseíllo. Plaza.  Polvoroso platillo. Pajizos, peceños, perlinos, paletos… Palitroques, paleo. Pantagruélico papeo. Pases, picadores, palmas…Pingües pedigüeños pastan.

Pasacalles. Peñas. Populares pancartas.

Pública parranda. Pasodobles. Pachanga. Parejas, pandillas, punkis, poperos, poligoneros, pibes, pijos, pandas…pernoctan por parquins, por parques, por plazas.  Poliglóticos parlantes-porfa, pliis, pues, pardón.

Pirotecnia proyecta perennes poemas por partes.

Póstuma posición:

Penas paseantes. Pábilos pendulantes. Partidas,promesas, petates, portantes.

Pamplona. ¡P’alante!

Pánico, por Agustín de las Heras Martínez (Madrid)

Sabía que no debía parar de correr. Los que me rodeaban me empujaban, me avisaban de su llegada. Buscaba a mis padres, pero el terror no me dejaba mirar atrás. Había cambiado de calle al menos en dos ocasiones pero eso no impedía que dejara de formar parte de esa marea humana que corría aterrorizada. Notaba como la sangre fluía por mi cuerpo. El sudor me empapaba la camiseta a la vez que el pánico me abrazaba. Un “barbas” empujó al que estaba a mi derecha. Le vi perder sus gafas. Otro con cara de patata casi me tira contra un bordillo. Sentía que me estaba quedando atrás y me dieron ganas de llorar. Fue entonces cuando me encontré en medio de aquellos turistas de ojos rasgados ¡Qué miedo! ¡Ahora sí que estaba perdido! Caí al suelo. Advertí como varios individuos me rodeaban: el “barbas” de antes que empujaba, el de la cara de patata, uno con cara de loco con un sombrero como el de Napoleón, otro con cara de vinagre junto a otro dos a los que llamaban Verrugón y Coletas. En ese momento me despertó mi madre. Había amanecido y mi cama estaba muy revuelta.

Por tí, por Mari Carmen Apezteguía García (Zizur Mayor –  Navarra)

Sujeto con fuerza y una tibia mezcla de gozo y rabia, el pañuelo rojo.

Rojo, como la pasión que llenaba tu cuerpo ribero.

Tantos recuerdos, intensos momentos que acuden a mi mente…

El chupinazo transformaba tu vida… y tú transformabas la nuestra.

Juerga, marcha, cantar, bailar, tus risas, tus chascarrillos, los almuercicos de huevos fritos con chistorra, bien regados con el tinto de la casa, recio, como tu corazón.

El maldito cáncer te llevó, como a tantos otros, cuando la ilusión y las ganas de vivir suplicaban a gritos una prórroga a tu maltrecho cuerpo.

Son las 12.

La explosión de júbilo me rodea, pero yo solo escucho, con lágrimas en los ojos, el roce del pañuelo mientras lo anudas a mi cuello…


¡Ambientemos nuestros hogares! 13

La Tómbola, el vallado, los escaparates llenos de ropa blanca y roja, el CD de las peñas en el coche… todo se va ambientando, pero… ¿qué pasa en casa? ¿Hacemos algo por ambientar nuestra casa en la previa sanferminera?

Hoy os ofrezco un truco infalible. Lo descubrí de casualidad una vez que me fié del libro «En la cocina con Hilario» para hacer su receta titulada «Pollo al vino tinto» (más bien debió llamarse el libro «En la cocina con el hijo de la Hilaria»).

Resulta que, cortado el pollo en trozos, se sazona y se junta con panceta y champis, además de unas cebollitas, en una cazuela, dejando que se dore todo bien. Ahí mismo se añade coñac caliente y se quema, para añadir entonces el vino tinto y los ajos picados. Claro, el hijo de la Hilaria especifica previamente, cuando relaciona los ingredientes, que hay que usar ¡una botella de vino!. Obediente, la malgasté entera.

Se tapa el perol, y se deja chup chup durante media hora. Mientras, se derrite mantequilla con harina, y tras enfriarlas, se les añade el vino de la cocción, poniendo el brevaje a fuego fuerte y dejando cocer de nuevo tener lista la salsa.

Excuso reproducir la sugerencia de presentación, porque no pude llegar a realizarla.

Cuando a las pocas horas de haber preparado el guiso levanté la tapa de la perola……..

¡eso no olía a pollo!

¡eso no olía a vino!

¡eso no olía a panceta!

¡eso no olía a champis!

¡eso no olía a mantequilla!

¡no olía a toro!…..

¡¡¡¡OLÍA A SANFERMINES!!!!

Os voy a ahorrar la descripción del coloracho negruzco que presentaba el guiso, pero os aseguro que al destapar la olla, me vino una bocanada de olor callejero sanferminero inconfundible. Costó ventilar.

Ahora que lo pienso, igual deleito a mis compañeros de tendido este año con esta receta para merendar.


Otros tres finalistas más 8

Hoy viernes os presentamos otras tres obras más de entre las 20 preseleccionadas para la valoración final del jurado:

Mi momentico, por Ana Patús (Pamplona)

Siete de Julio, 10´30h. Voy caminando por la calle Zapatería, la gente que ya me conoce, me saluda: “animo jotera”. Mi corazón palpita más rápido. Llego a la plaza del Consejo, mis compañeros de la coral están ya subidos en el escenario, todo abarrotado, mas saludos, me animan cariñosamente, yo, me sigo acelerando….Se escucha cada vez más cerca a los gaiteros, llegan los Kilikis pegando de un lado a otro. Aparecen los gigantes, bailan y nos saludan majestuosamente. Representantes de peñas, labradores, hermandad de la pasión,…y nuestro morenico: San Fermín. Se hace un silencio total. Solo se oye el diapasón con las notas que marca el director: glo, glo, glo, glo….primeras, segundas, bajos y tenores. Glorioso San Fermín…., mi corazón se acelera mucho más, mi boca no tiene saliva, bebo agua, pienso que no me va a salir la voz. Siento un gusanillo que me recorre todo el cuerpo, al glorioso San Fermín…..miro a San Fermín, ¡ayúdame, dame fuerzas! …Es la jota de tu Navarra…..acabo la última estrofa y la emoción se desborda, ¡cuántas veces he llorado! Mil aplausos y vivas a San Fermín. ¡Gracias San Fermín por poderte cantar un año más!

El significado de correr, por Nicolás Medina (Santiago de Chile)

Mi abuelo llegó a Chile rozando el triste ombligo del siglo veinte. Un par de zapatos zurcidos, dos pantalones andrajosos, tres camisas y una cruz en el pecho fueron los únicos objetos que trajo de la península. Pero adentro del pecho, arraigado en dulces espinas, entre el chupinazo y la última gota de miedo surcándole la frente, traía un febril y eterno recuerdo de Pamplona. ¡Los toros!, gritaba como condenado en mis carreras escolares, ¡Los toros! ¡Imagínate a los toros tras de ti muchacho! Yo hacía caso omiso, no lo escuchaba. Escapar de un toro, bah, este viejo está demente. De todas maneras jamás perdí. Al final de cada carrera terminaba invicto, fresco y seco. Ni una gota de sudor. Pero mi abuelo nunca me felicitaba por la victoria y siempre, aplomado, me advertía: triunfaste sin esfuerzo, no sabéis lo que es correr y jamás lo sabrás hasta que escapes de los toros. Fui a San Fermín el año pasado y ahí supe que mucha razón descansa bajo su lápida enmohecida. En callejuelas estrechas dónde la sangre se hace espesa y el clamor parece azuzar a las bestias, cada zancada es la vida: así se descubre el significado de correr.

La espera, por Sagrario Loinaz (Aranjuez)

El aroma a café recién hecho inunda la habitación. La señora María, termina de planchar el pañuelo y lo deja al lado del pantalón y la camisa blanca. Seguidamente, sale al viejo balcón que da a la calle Estafeta y, apoyada en la barandilla, mira el ambiente sanferminero, mientras espera a que su hijo llegue para cambiarse de ropa y participar en el primer encierro.
Tras una impaciente espera… Comienzan a limpiar las calles… Retiran a los no aptos para correr… La alcaldesa hace su paseo… Tercer cántico a San Fermín… Suena el cohete… Pasan los mozos corriendo… El último toro entra a la plaza… ¡Final del encierro!
—Hoy no ha podido venir —se dice María a sí misma, con los ojos humedecidos y el rostro afligido.
Se retira del balcón y espera con vehemente ilusión la jornada siguiente. Y así cada día hasta el 14 que, una vez acabado el encierro, María dobla la ropa cuidadosamente y la guarda en el armario, entre nectarinas, hasta los próximos Sanfermines. Sobre el pañuelo rojo, coloca la foto de su hijo y un amarillento recorte de periódico:
´´ Un corredor muere aplastado por un toro en la curva de Estafeta´´


Tres perlas 6

Aquí os dejo 3 perlas más del certamen de microrrelatos. Estas tres obras formaron parte de las 20 preseleccionadas para la final.

Disfrutadlas.

Zartacos, de Enrique Ortiz Aguirre (Madrid)

Cuando al fin llegaron los Sanfermines, aquel desesperado padre de familia decidió aprovechar la oportunidad única que la celebración le brindaría para llevar a cabo una venganza ejemplar contra aquel dichoso pequeño, que siempre traía las peores calificaciones imaginables, los informes más negativos por su conducta en el colegio y que hacía caso omiso tanto de las indicaciones de sus afligidos progenitores, como de las medidas sancionadoras que adoptaba regularmente el centro educativo.
Quizás por eso entre la concurrencia se comentaba que aquel año Caravinagre, ante el estupor de gigantes y zaldikos, estuvo especialmente virulento e inexplicablemente encelado con un niño que, a pesar de correr y correr como un descosido, no dejaba de encajar vejigazos propinados de la peor de las maneras por un kiliki absolutamente desquiciado, y que por vez primera, cuando se contemplaba el rostro del disfraz de Caravinagre, alineado con los restantes compañeros en la sala alicatada de un blanco que dañaba, éste no transmitía la eterna sensación de lo deshabitado, de lo huérfano desde siempre, de lo hueco sin alma sino que –junto a la vejiga, desmayada como una colmena enferma y destartalada- contagiaba un poderoso sentimiento de calma sobrevenida después de una agitadísima tempestad.

Pura adrenalina, de David Martínez Abárzuza (Pamplona)

Pablo se ha despertado nervioso, sólo desayuna dos galletas aunque la leche le sabe muy dulce. Su madre le viste el cuello con el pañuelico pero hoy no protesta, el nudo que tiene en el estómago es infinitamente mayor que el que adorna su garganta.
Antes de salir a la calle Pablo se calza sus zapatillas de velcro de Spiderman, sabe que hoy más que nunca serán sus fieles compañeras. El pequeño aguarda en lo alto de Chapitela dirigiendo su mirada ansiosa hacia una Plaza del Castillo abarrotada, pero su corta estatura no le permite ver más allá de un ir y venir de rojo y blanco.
La espera empieza a ser agobiante por el incómodo olor que se desprende desde abajo. Huele a San Fermín. De repente se escucha una leve melodía de txistu y gaitas, la adrenalina y la cabeza de Pablo empiezan a ascender y a lo lejos ve cómo la figura de su majestad europea se alza entre la multitud.
Le tiemblan las piernas, le sudan las manos, \»ya están aquí\» piensa él. Un año esperando y por fin llega el momento; Caravinagre a la izquierda, Zaldiko a la derecha, ¡corre Pablo corre!

La celda de Amiens, de Jóse Ignacio Alonso (Buenos Aires)

En una ínfima abertura de la piedra maciza miro por última vez a la luna. En todas las cosas veo los designios de Dios y eso, de algún modo, me alivia.
Pienso en el sendero que me trajo hasta este oscuro claustro: los padres que adoraron dioses ajenos, un agradable hombre que me enseñó los secretos del mundo, la prédica insensata de mi espíritu.
No reprocharé el camino que prefijó Dios para mí. Después de errar por muchos pueblos, puedo afirmar que no hay mejor salvación que la muerte.
Todo lo hice para llegar a este día; la ardua tarea que profesé, alcanza hoy su fin.
Creo escuchar a mis verdugos caminar temerosamente por las escaleras. No están convencidos de su orden, pero yo deseo que sean implacables. Ya percibo las sombras: sus huesos tiemblan y sus dientes rechinan. No mirarán mis ojos mientras ultimen mi carne. No los culpo. Ya llegan, ya están aquí.
En el íntimo segundo de la muerte, veo mi santidad, veo la arremetida de un toro, veo el culto y veo una fiesta.