Archivo por días: 22 de junio de 2010


Finalistas del cuarto al décimo

Hoy publicamos los microrrelatos finalistas del cuarto al décimo en el orden que les asignó el jurado. Que los disfrutéis.

POR UNA GUIRI – Carmen Ruiz de Erenchun Miqueleiz

Añoro mi tierra. Mi ciudad. Hace tiempo que partí a otro continente. Estoy triste por ello. Todavía recuerdo el viaje. Qué suplicio. Más de 10 horas me costó llegar a lo que de momento es mi nueva casa. Todo es distinto. El clima es seco, apenas llueve. La gente habla raro. No entiendo nada. Además le echo tanto de menos… Su sonrisa, su barba siempre recién afeitada, dejándole el cuello tan suave… Y su perfume. Qué bien olía siempre. A pesar de estar todas las tardes a pleno sol, siempre olía a frescura. Le echo de menos. Aunque nunca le perdonaré aquello que hizo ese 14 de Julio de 1998. Me regaló como si fuera una flor, un objeto cualquiera. Me anudó al cuello de esta guiri… Samantha creo que se llama. Y todo por un simple beso. Maldigo aquel día. Pero estoy contento, porque sobre la mesilla hay una reserva de hotel en mi querida Pamplona, con fecha del 5 al 14 de Julio. Aunque sea en el cuello de esta rubia, volveré a teñir de rojo la plaza del ayuntamiento y vibraré de nuevo a las 12 del mediodía al son de ¡¡San Fermín, San Fermín!!

TO SAINT FERMIN WE ASK FOR – Sergio de la Marta Cienfuegos

Había pasado demasiado tiempo y no estaba dispuesto a faltar de nuevo a una cita que la distancia le había obligado a posponer año tras año hasta sumar veinte. La noche la pasó inquieto. Logró aplacar los nervios durante el ritual de vestirse de blanco, ceremonioso como un diestro en su tarde de alternativa. En la calle, compró la primera edición del periódico en un quiosco de prensa cerca de casa y se perdió entre la muchedumbre. En el recorrido, a falta de unos segundos para empezar a correr, se hizo un hueco dando saltitos entre el resto de la gente. A las ocho en punto, se aferró al New York Times que tenía enrollado en su mano derecha, y cuando el semáforo se puso en verde echó a correr por la Quinta Avenida perseguido por una marea de furiosos taxis amarillos, ante la incrédula mirada de una multitud incapaz de encontrar explicación a aquella carrera.

HAU FAENA – Alfredo Alvaro Igoa

Dagoeneko erraza, oso erraza zen tronpeta, tronboi edota klarineteen aireak dantzatzea. Melodiak nitaz jabetzen ziren, erabat. Oinak gidatzen zizkidaten batetik bestera. Zaporeak ekartzen. Ajoarriero pase bat. Patxaran kitea. Magrak tomatearekin, buelta erdian. Katzu zahato hori!! Karakolak. Karakolak saltsan! Umm! Garagardoa. Garagardoa, goitik behera. Ederra faena. Espagetiak, ezari ezarian. Sangria. Ez dadila falta! Banderillak ozpinetan.

– Eta postretarako? Meloiak!!

Bi atzapar sendok ene bularrak zukutu zituzten. Hau mina! Belauna dantzan atera nuen. Libre nintzen. Lastozko txanoa eta betaurreko izugarri handiak airean sumatu nituen. Ingurukoen begiradak sastakatu ninduten. Bat-bateko oihua, behin eta berriz errepikatua, belarria lehertuz:

– Torera! Torera! Torera!

Zaldien patioan bukatu zuen berak. Ate nagusitik, sorbalda gainean atera ninduten. Mexikar txanoa jantzita, eskutan zahatoa trofeo modura.

VAYA FAENA

Era fácil, muy fácil bailar al son de la trompeta, el trombón o el clarinete. La melodía se apoderó de mí, completamente. Los pies me llevaban de un sitio a otro. Trayéndome sabores. Un pase de ajoarriero. Un quite de patxarán. Magras con tomate a la media vuelta. ¡¡Pasa la bota!! Caracoles. ¡Caracoles en salsa! ¡Umm! Cerveza. Cerveza por encima. Buena faena. Espaguetis, poco a poco con calma. Sangría. ¡Que no falte! Banderillas en vinagre.

– ¿Y de postre? ¡¡Melones!!

Dos manazas me exprimieron los pechos. ¡Que daño! Puse la rodilla en movimiento y me liberé. Vi volar el sombrero de paja y las enormes gafas. Las miradas de los que me rodeaban me atravesaron. De repente un grito, repetido una y otra vez, reventándome los tímpanos:

– ¡Torera! ¡Torera! ¡Torera!

El acabó en el patio de caballos. A mí me sacaron a hombros por la puerta grande. Con un sombrero mexicano en la cabeza y una bota en las manos a modo de trofeo.

7 DE JULIO DE 2042 – Javier de Prada Pérez

Llegó a Pamplona con la intención de participar en el único espectáculo taurino que indultaron las leyes abolicionistas de los años treinta: el ‘encierro’. Una carrera por la ciudad en la que seis toros bravos persiguen a un grupo de jóvenes hasta una antigua plaza de toros, hoy en ruinas.

La calle se tapiza con materiales que absorben los impactos y evitan traumatismos graves. Varias lanzaderas médicas sobrevuelan el recorrido a pocos metros del suelo. Analizan cada incidencia, en pocos segundos recogen a quien resulta herido y efectúan una intervención quirúrgica inmediata. El acceso está restringido y en cabinas se somete a cada participante a un escáner antropométrico y a un test de secuenciación genética. Sólo acceden los ‘aptos’ y se les facilita una indumentaria blanca que protege los órganos vitales de las cornadas.

Era consciente del peligro. Su ADN le predestinaba a una eventual muerte súbita. Sin embargo, superó todos los controles y consiguió correr unos metros delante de un toro colorado. Después de unos pasos vacilantes, se desplomó en mitad de la calle Estafeta.

Las protestas por su muerte obligaron a la prohibición definitiva de ese bárbaro festejo.

Sin embargo, él se había sentido más vivo que nunca.

PAÑUELO ROJO – Raquel María Saralegui Sticco

Camino las callejuelas del casco antiguo por primera vez; respiro ancho, profundo, las vísperas de los Sanfermines en las vidrieras, en el cielo de banderines, en las pizarras de las tabernas. Voy tarareando los versos que aprendí de chico, en mi casa de la Argentina: “A Pamplona hemos de ir”. A una cuadra de andar, le digo a mi mujer que espere, entro en un negocio.

Salgo con un pañuelo rojo como el que usaba papá cuando veíamos los encierros por televisión. “Ya tengo todo”, le digo poniéndomelo al cuello. Ella lo anuda, que me queda pintado dice dándome un beso, y entra a comprar otros para llevarles a los chicos.

El abrazo que me da al salir, supongo, es porque ve algo cruzado en mis ojos: que papá sin conocer la tierra de sus padres, y ser yo el que corra por las calles que corrió, de joven, un abuelo que no conocí. “¿Y qué más?”, pregunta ella. “Que los chicos crecen tan rápido”, le digo ajustándome el pañuelo.

TUS PRIMEROS SANFERMINES – Javier Saralegui Olite

Este año aún no estás, pero el que viene empezarás a verlo. Oír ya puedes así que atento al cohete, ¿eh? Es un ruido fuerte y seco superpuesto a un griterío feliz. Ya irás, ya. Pero no me vengas un día rebozado en harina, haz el favor. El día seis tu madre y yo iremos a los rejones. Quince sanfermines de adultos y aún no hemos vibrado con el maestro de Estella. Bueno, es que de eso se trata, hay muchas fiestas por vivir y cada una tiene su tiempo, o varios tiempos. Pasa con los gigantes, que te encantarán: te impresionan de pequeño, traicionas tu relación con ellos en esa adolescencia nocturna de la que no puedes escapar, los redescubres cuando ya tomas el vermú y acabas conociendo hasta el color del carcaj de Toko-toko. Si vas a correr el encierro aprende más que yo, que salí un par de veces y no olí a toro. Parece fácil desde un balcón. Igual lo intentamos juntos un día. Vendrás a la Plaza de la Cruz a pedirme paga para las barracas y ligarás en las verbenas de Antoniutti… Te van a gustar los sanfermines. Aquí te esperamos.

MI CUMPLEAÑOS – Inés Beperet Arive.

Aunque este año había sido diferente, la sensación al volver a salir a la calle volvía a ser la misma. Debía ocultar mi emoción al reencontrarme con todos mis amigos y aparentar que estaba tranquilo. La verdad es que en eso tenía ya práctica y mi semblante serio ayudaba bastante. En realidad, muchos de ellos ni se daban cuenta del cariño que nos unía y llegaban a confundir mi amor con indiferencia.

Y allí me encontraba otro 6 de julio, con un agujero en el estómago antes de volver a ver a los pequeños niños vestidos de pamplonicas, tan ansiosos de vernos como asustados. En estos 150 años, había cambiado ya hasta de casa. Es inigualable la alegría de ver cómo, quienes en un primer momento se asustaban, se hacían ahora los valientes con sus hijos engañándoles para dejar sus chupetes a mi esposa. La verdad es que Joshepamunda estaba bastante contenta con esta nueva tradición.

Un minuto antes de las cinco de la tarde, le miré, podía ver lágrimas en sus ojos. “Munda, un año más ha llegado el momento. Estos días son de todos ellos. ¡Viva San Fermín!” Y tras este grito, comenzamos a bailar una vez más.