Archivo por días: 4 de agosto de 2010


OBRAS DEL II CERTAMEN MICRORRELATOS DE SAN FERMIN 5

Parecía una pesadilla – Nora Susana Astudillo- Zamponi (Santa Rosa-La Pampa, Argentina)

Se acercaba la fiesta de San Fermín, con sus esperadas corridas de toros.
No era necesario que se lo recordara a Mauricio, en la misa de los domingos.
Este año, prefirió no hacerse ilusiones, pues pasó a convertirse en un desocupado más.
Juan, su amigo llegaba para ofrecerle un tarea temporaria: controlar el tránsito en la calles en la corrida de toros.
Camino a la reunión para organizar la celebración, le cerró el paso una manifestación,que solicitaba trabajo. Entre tironeo y tironeo para poder avanzar, busco su celular para avisar de la tardanza; más no lo hallo. Revisó su bolsillo, pero su billetera había desaparecido.
¡La suerte no parecía estar de su lado, desde hacía tiempo!
A esta altura, no sabía que hacer, si radicar la denuncia o posponer la reunión. Rumiando su bronca, regresó a su hogar. Sin embargo, no todo estaba perdido.En el trayecto, se cruzó al sacerdote de su congregación, quien llegó como camino del cielo, ofreciéndole algunas tareas; entre las que se encontraba trasladar la imagen de San Fermín por las calles de la ciudad.

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EN LA MANADA – Carlos Eduardo Castro Pérez ( Floridablanca, Colombia)

 

Corrí… corrí… desaforadamente por las calles adoquinadas, como un verdadero demente, rodeado por el encierro y al lado de mucha gente, sintiendo el viento silbar y el sudor rodando por mi cuerpo, sin poder detenerme hasta llegar a la plaza, resultando afortunadamente ileso. Lástima tener que abandonar la fiesta y no seguir disfrutándola… ¡Qué pesar! No volver a escuchar los pasodobles que me emocionan tanto… Lástima al final de cuentas ser solamente un noble toro bocinero, jadeante e inquieto, de nombre “Conversador” para más señas y no un humano, ágil e intrépido como todos esos ataviados de blanco y rojo, que van entonando a voz en cuello: ¡Viva San Fermín! ¡Viva! ¡Gora San Fermín! ¡Gora!

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MERCADERES Y ESTAFETA – Carlos Abraham Amasino ( La Plata, Argentina)

Éramos sólo él y yo. No había nadie más en el mundo. Y el duelo era a muerte. Ambos lo sabíamos (él, de forma oscura y brutal; yo, de un modo al que el pensamiento no ayudaba a suavizar). El pecho se me hundía a cada inhalación y mis piernas eran un único latido de dolor y de fatiga. Ante mis ojos pasaban imágenes borrosas: la cuesta de Santo Domingo, la plaza, la calle Mercaderes… Pero eran sólo siluetas difusas, como las volutas que el humo del cigarrillo teje en la noche. Lo único vívido y concreto era él, respirando tras de mí en broncos espasmos de su pecho poderoso.

Como un trueno, como un antiguo dios pagano, el toro pasó retumbando a mi lado, perdonando mi vida en un inocente capricho de gran bestia oscura. Y un gozo profundo y visceral, de deber cumplido y de sabor a vida, inundó mi alma.