OBRAS DEL II CERTAMEN MICRORRELATOS DE SAN FERMIN 2
ZARTACOS – Enrique Ortiz Aguirre (Madrid, Madrid)
Cuando al fin llegaron los Sanfermines, aquel desesperado padre de familia decidió aprovechar la oportunidad única que la celebración le brindaría para llevar a cabo una venganza ejemplar contra aquel dichoso pequeño, que siempre traía las peores calificaciones imaginables, los informes más negativos por su conducta en el colegio y que hacía caso omiso tanto de las indicaciones de sus afligidos progenitores, como de las medidas sancionadoras que adoptaba regularmente el centro educativo.
Quizás por eso entre la concurrencia se comentaba que aquel año Caravinagre, ante el estupor de gigantes y zaldikos, estuvo especialmente virulento e inexplicablemente encelado con un niño que, a pesar de correr y correr como un descosido, no dejaba de encajar vejigazos propinados de la peor de las maneras por un kiliki absolutamente desquiciado, y que por vez primera, cuando se contemplaba el rostro del disfraz de Caravinagre, alineado con los restantes compañeros en la sala alicatada de un blanco que dañaba, éste no transmitía la eterna sensación de lo deshabitado, de lo huérfano desde siempre, de lo hueco sin alma sino que –junto a la vejiga, desmayada como una colmena enferma y destartalada- contagiaba un poderoso sentimiento de calma sobrevenida después de una agitadísima tempestad.
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No fue sin querer – Sandra Cecilia Bolatti Beltramo (Rosario, Argentina)
Ella era niña, sabía que algo de su sombra, y algo de su ser, tenían un significado.
No quiso que el verbo dejara color en su cabello. Sentía miedo cuando atravesaba veredas de sinceridad en alta velocidad.
Y cada siete de julio creía que desaparecería, que cada segundo de ese día le traería algo a su vida que ella no quería, lloró amargamente sin darse cuenta que su nombre era Rita Fermina.
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LA HABITACIÓN 101- Antonio J.L. Contreras Lerín (Toledo, Castilla La Mancha)
21 de mayo de 2010. El sol señala el declinar del día. Al fondo del pasillo se encuentra el reducido comedor de la primera planta. Ya terminó la cena. Junto a él, sonriente y sentada en una silla baja, se encuentra una de sus amigas; lo escucha con atención.
\»La primera vez que acudí a los Sanfermines fue aprovechando un fin de semana. Fue por los años cincuenta. Un grupo de compañeros nos desplazamos hasta Pamplona…\»
Al tiempo que él se expresaba, los temblorosos movimientos de sus manos, el semblante de su rostro y el tono de su voz acompañaban a sus complacientes evocaciones. Ella seguía sonriente, observando la vida que depositaban en él estas reminiscencias.
\»…Otro año, también para los Sanfermines, desde La Mancha, con un 600 rojo y con un amigo, llegamos a la capital…\»
Transcurrió una hora y media. Ella se levantó sin perder su sonrisa, al tiempo que le comentaba: \»Posiblemente, esta noche sueñes con Pamplona\». En silencio y con delicadeza desplazó la silla de ruedas hasta la cama de la habitación 101.
Poco después, unas luces artificiales y algunos sueños iluminaban el pasillo de la residencia para mayores.