Textos participantes II Certamen de Microrrelatos de San Fermín
Por la puerta grande – Oscar Rodríguez Zarraluqui (Tudela, Navarra)
La plaza estaba abarrotada. El ruido del gentío se mezclaba armoniosamente, con el sonar de saxofones, trompetas y los mas variopintos instrumentos que te puedas imaginar. Habíamos conseguido entradas de sol , y allá, en el sol, cualquier espectador se atrevía a componer su propia música. El alcohol corría por las gargantas del público allá congregado y bajaba por el graderío, como pequeñas cascadas a punto de salirse de su estrecho cauce. El traje tan inmaculado, tan blanco, y que tan cuidadosamente había estado planchado aquella mañana, a las primeras de cambio comenzaba a hacer juego con el pañuelico rojo que llevaba anudado al cuello. A medida que iba transcurriendo la faena, la sensación de mareo era más que evidente. Por mi derecha aparecieron, dando la vuelta al ruedo, dos personajes estrafalarios cubiertos de innumerables cachibaches, portando un bidón de lo que aqui llaman zurracapote, y del que me he hice muy buen amigo. ¿La corrida?. Bien, gracias. Solo recuerdo que una vez finalizada, salte a la arena de la plaza, y acabe saliendo, como los grandes toreros, por la puerta grande. Eso si, bailando al son de una charanga.
Palpitaciones – Isolina Cerdá Casado (Leganés, Madrid)
Sentía un palpitar cercano. El señor que estaba sentado en el caballo de bronce tenía alrededor de su cuello un pañuelo rojo, indumentaria poco corriente para el rey de la calle navarra. Pero me limité a respetar la estética rompedora de un hombre cuyo caballo había sido inmovilizado en medio de una rotonda sin más aspiración que la de contar los coches que la circunvalaban. Todo el día estuve dándole vueltas al misterioso asunto, podía tratarse de una chiquillada; algún gamberro aburrido de la monotonía. Pero, ¿y si no fuera así? ¿tal vez, añorando emociones reales, se colocó él mismo el pañuelo para imaginarse corredor de los Sanfermines? Y así fue como descubrió que los coches no tenían cuatro ruedas, sino cuatro patas; y sus espejos retrovisores se convertían en respetables cuernos y ese palpitar era la manifestación sonora de su emoción al llegar a la plaza. Me di cuenta entonces; apenas quedaba nada para el chupinazo. Puerta abierta; olor a fiesta; color de blanco pureza, rojo de fuego, sangre y vino; encierros rebosantes de adrenalina. Se trataba de eso: la fiesta de San Fermín traspasando fronteras y adentrándose en el corazón de las estatuas callejeras.
La primera vez – Eustaquio Uzqueda Pado (Logroño, La Rioja)
La primera vez. por Eustaquio Uzqueda Esa noche no puede dormir, bueno o no me dejaron dormir. Era mi primera noche en ‘San Fermín’ y el día anterior había sido mi primer día. Para un mozalbete de capital de provincias como yo, era lo ‘máximo’ el poder ir a ‘San Fermín’. Vivía en la capital de ‘debajo’ de Pamplona. Yo ya había estado en ella varias veces. Mi padre tenía unos primos que vivían allí… eran militares de carrera y además ‘armeros’, en aquellos años, lo que intimidaba mucho. ‘Aquellos años’ son unos pocos después, no más de una docena, de que Hemingway inmortalizara las fiestas de ‘San Fermín’. Había llegado la mañana anterior a Pamplona, en autobús, junto con un par de amigos de mi ciudad. A mis padres les dije que iba a casa de ‘los tíos’, pero mi intención era saludarlos y vivir la fiesta a mi aire, sobre todo por la noche. En mi ciudad, la fiesta se acababa por aquel entonces a las dos y media de la mañana o algo así. Cuando amaneció, nos compramos una botella de leche y unos churros y nos fuimos para el encierro. También aquel fue mi primer encierro.
La magia de San Fermín – Rafael Bailón Ruiz (Granada, Andalucía)
Fiestas de San Fermín:cada rincón pamplonica colapsado por gentes de diversos puntos de dentro y fuera de la geografía española. Con el pañuelo rojo anudado al cuello,disfruto de cada momento, sin saber a ciencia cierta su razón de ser: ligado al Voto de las Cinco llagas y martirio del santo o simplemente forma de retar al morlaco. Cuesta de San Domingo hasta la plaza del Ayuntamiento, con escasos refugios para retirarse o una hornacina con la imagen de San Fermín son hechos que perduran en mi mente. Toros agrupados en manadas en busca de la embestida frente a valientes corredores evitando peligrosos derrotes con un servidor expectante y deseoso de no tener que lamentar víctimas. Sirvan estas líneas como muestra del sentir hacia una ciudad y tradición que diez años después de mi primera visita me sigue llamando a gritos.