Archivo por días: 11 de enero de 2011


II Certamen Internacional Microrrelatos Sanfermin

El juicio de San Fermín – Rodrigo Esteban Gonzalez Reyes (Dublin, Irlanda)

Mis ojos están posados con firmeza en los corralillos. “A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón, nos guie en el encierro, dándonos su bendición. Viva San Fermín! Viva!”. La mañana es clara, el rojo y el blanco de los corredores estallan a mí alrededor. Puedo escuchar el golpeteo de los pies sobre los adoquines, y detrás, como un metrónomo gigantesco, los cascos furibundos marcando el ritmo de mis latidos afanados mientras mis piernas desafían la cuesta. Sus resoplidos me hallan en Mercaderes. Pasan todos menos uno. Me alejo hacia el vallado y justo allí, cuando siento los maderos en mis manos, lo veo venir. Negro, enorme, parece nacido de tierra fértil, una aparición de una noche sin estrellas. Intempestivamente se gira y se planta frente a mí. Estoy atrapado! Su cara se posa en la mía, sus ojos profundos me traspasan, siento que puede leer en mi alma. Su aliento me cubre y por un instante puedo sentir su fuerza, su poder, su orgullo. Gira su cabeza, veo el pitón, el arma del juicio. Pero la suerte ya está echada. Con una última mirada ausente, se retira. Sigue su carrera. Sigue el encierro. Ay San Fermín!

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El fragor desde el silencio – Carlos Campión Jimeno (Pamplona, Navarra)

¡Dieve Mano!, los he perdido.
Tenía la mochila azul de Silhven delante de la nariz hace un segundo y ahora la marea blanca de personas me arrastra sin remedio. Como un río feliz, todos circulan en la misma dirección. Cientos de manos, pechos y hombros hacen tope conmigo. El aire huele a multitud.
El río humano ha parado y yo con ellos.
Todos están expectantes de cara a la fachada engalanada, en cuyo reloj están dando las 12. Desde un balcón, una estela de humo y fuego denuncia a un artefacto pirotécnico que se pierde en el espacio y todo el mundo enloquece al mismo tiempo; la vibración es de terremoto y empieza a llover de todos los colores. Alguien me anuda al cuello un pañuelo rojo y me ofrece el morro de una botella, una chica me besa y leo en sus labios ¡San Fermín, San Fermín! Me acoplo a la locura bailando entre dos brazos ajenos, que ni saben ni les importa que yo sea lituano y sordomudo.

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Pañuelo rojo – Raquel María Saralegui Sticco (Buenos Aires, Argentina)

Camino las callejuelas del casco antiguo por primera vez; respiro ancho, profundo, las vísperas de los Sanfermines en las vidrieras, en el cielo de banderines, en las pizarras de las tabernas. Voy tarareando los versos que aprendí de chico, en mi casa de la Argentina: “A Pamplona hemos de ir”. A una cuadra de andar, le digo a mi mujer que espere, entro en un negocio.
Salgo con un pañuelo rojo como el que usaba papá cuando veíamos los encierros por televisión. “Ya tengo todo”, le digo poniéndomelo al cuello. Ella lo anuda, que me queda pintado dice dándome un beso, y entra a comprar otros para llevarles a los chicos.
El abrazo que me da al salir, supongo, es porque ve algo cruzado en mis ojos: que papá sin conocer la tierra de sus padres, y ser yo el que corra por las calles que corrió, de joven, un abuelo que no conocí. “¿Y qué más?”, pregunta ella. “Que los chicos crecen tan rápido”, le digo ajustándome el pañuelo.