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San Valentín y san valentón. 5

¿Quién fue primero San Valentín o san valentón?.

La respuesta es … san valentón!.

La relación entre ambos es muy próxima, y aunque en esta sociedad estemos desde un punto de vista totalmente consumista dándole coba a San Valentín el que realmente realiza un trabajo fundamental es san valentón.

Sin san valentón San Valentín poco tendría que hacer, ya que es san valentón es el que da el primer paso, el que rompe el hielo, el que realiza el trabajo oscuro.

Los amig@s poco piensan en San Valentín cuando animan a lanzarse a alguien. El que está trabajando en esos momentos es san valentón, el patrón de los “valientes” del primer paso.

La diferencia del trabajo de san valentón durante los Sanfermines es que cuantitativamente es más intenso ya que a parte de los nativos llega una gran cantidad de forasteros, pero a la vez de intenso es mucho más llevadero que el trabajo que debe realizar el resto del año ya que el estar en nuestra fiesta conlleva vivir esos momentos de exaltación de la amistad.

No vamos a dejar el tema únicamente en el sentimiento ya que también tiene una influencia fundamental en el trabajo de san valentón el alcohol consumido durante las fiestas, claro que para ello hay que llegar hasta el puntillo.

 Este trabajo también lo realiza cualquier fin de semana, pero los Sanfermines tienen varios pluses. 

Uno de ellos es que equivalen a nueve noches seguidas de marcha con lo que las posibilidades de que luzca el trabajo de san valentón son más abundantes, también lo facilita el número de visitantes que recibimos, ya que como ha quedado registrado en diferentes post y comentarios de este blog, la dama pamplonesa es mucha dama y el pamplonés quizás poco para dicha dama..

Feliz san valentón primero y San Valentín… (pero después!).


Sanfermines: proyección 14

Lo prometido es deuda.

No hace mucho prometí fusilar cualquier referencia a los sanfermines que apareciese en www.divagandodivagando.blogspot.com , y ni corto ni perezoso (bueno, un poco perezoso sí porque esto lo publicó mi querida Di Vagando el 17 de enero), me pongo a ello.

Se trata de la narración de la génesis de la bonita historia de amor entre el Gordo y la Gorda en el incomparable marco de los sanfermines. Historia que no sabemos en qué quedó. Di Vagando nos deja la puerta abierta a secuelas.

Corre 1992, el año tras el cual se iba a acabar el mundo. Intentar contar con una narrativa medianamente coherente (no que la mía lo suela ser, de todas formas) la primera quincena de julio de aquel año se me antoja Mission: Impossible. Esos días están almacenados en mi memoria con tintes de proyección de diapositivas (desde el cole cuando la monja pasaba las “filminas” de arte me ha fascinado el ruido, el misterio de la oscuridad, su parecido remoto con la sala de cine). Así de confusos son mis recuerdos de aquellos sanfermines: comienza la proyección.

El teléfono salta en la mesilla
Una chica hacia el ecuador de su carrera tirada en el sofá, leyendo, es interrumpida por una llamada de teléfono. Es su hermanita pequeña, en casa de sus tíos, llamando desde Vetusta Sub Y, tienes que venir. Al colgar, esta chica, llamémosla Di, aunque aún no lo era, marca el número de su amiga, la que estudia farmacia en aquella Vetusta menor (ciudad donde se celebra la fiesta que los ingleses llaman «donde dejan correr los toros por la calle») para decirle que va para allá.

Cartones por los suelos
Al llegar, una fiesta en el piso de mi amiga, con la que nos llamamos mutua y cariñosamente «Gorda», llena de futur@s farmaceútic@s. La habitación del hermano (también el mismo negocio, ya se sabe que esta profesión es endogámica) tiene una cinta de esas de «POLICIA NO PASAR» en la puerta. El suelo está cubierto de cartones enormes, que trepan unos centímetros por la pared. En aquel momento me parece extraño. Años después, en el Carnaval de Notting Hill entiendo su finalidad. Vagos recuerdos de ese grupo, salvo que me presentan a «Boticario Nadador». Un tipo de 1.90 con la pata de gallo («haz el amor y no la guerra») al cuello. La suya es dorada y la mía plateada, colgada de una cuerda negra. Boticario Nadador, casi 20 años después, ha resultado ser todo menos hippie, pero yo que soy muy educada jamás osaré recordárselo. Todos tenemos nuestro pasado oscuro.

Plaza de María de la O
Siguiente noche, esta vez por las calles. En concreto, en la plaza de María de la O, donde mi amiga ve a Boticario Nadador, que bebe con su «cuadrilla«, la del colegio. Boticario le presenta a mi amiga a sus colegas más próximos: «estos con X, Z y el Gordo». Mi amiga, la Gorda, me busca entre el gentío: «Gordaaaa, que aquí hay un gordo». Vadeo entre la chusma y al llegar, nos presentan: «Mira, Gordo, la Gorda» (dioses, qué parida esto ahora bien mirado, más de 20 años después). Y el Gordo dice: «Gorda, eres la mujer de mi vida».

«Di, ven, deben ser tus amigos, preguntan por la Gorda»
Antes de nada: cómo hemos llegado hasta aquí. Mi amiga (la maldita gorda) regresa a La Gran Vetusta tras la noche de la Plaza de la O. Boticario Nadador, Gordo, et al piensan que los sanfermines son un must y que ellos me van a hacer de cicerones. Cada uno memoriza un número del teléfono de mis tíos. No hay móviles, hablamos del Pleistoceno: en aquella época para quedar había que tener voluntad. Las noches siendo noches, los gatos siendo pardos, nadie pregunta por nombres ni señas de identidad, al día siguiente todos podemos ser calabazas. Boticario Nadador es el encargado de llamar y preguntar por «La Gorda».

Cómeme
Se inician mis noches con este grupo extraño, y mis camisetas sanfermineras en la colada. Mi tía me da una de propaganda de carnicerías con el reclamo «Cómeme» en el frontal, y «No hay nada como los sanfermines» (cómo lo suscribo) en la espalda. Aún la guardo: no puedo contar las satisfacciones que me ha dado. Aparezco con ella y mis 21 años, toda candor, a mi cita con este grupo de solo-tíos. Muchos años de antropología navarrensis para entender lo que entonces parecía un cojunto tirando a freaky.

Preserbatu
No sólo yo resulto impresentable en cuanto a camiseta: el Gordo lleva una que reza «Preserbatu, Previene que te conviene». Y un condón sonriente, por si había alguna duda. Qué mala es la publicidad: desde entonces, asumo que el Gordo es un hombre de mundo, un tío experimentado. ¿Pensará él lo mismo de mi «Cómeme»? Nota: ninguno nos comemos nada en todos los Sanfermines.

Los fuegos
Son frikis, pero ninguno tanto como para querer ir a ver los fuegos a la Vuelta del Castillo. Boticario Nadador, que se debe sentir medio responsable de mí por ser amiga de su amiga me acompaña, bajo el cachondeo general. A día de hoy el cachondeo es aún mayor si se recuerda la anécdota de pobre Boticario ofreciendo su camisola negra de fiestas (por si el frío, dice luego) y yo aceptándola de buen grado para poderla sobre el césped humedo. ¿Princesa, yo?

El pelo del Gordo
Cuando el Gordo se quita «Preserbatu», luce camisetas reivindicativas tipo lo que hoy llamaríamos antisistema. El Gordo va a hacerse insumiso y hablamos de cambiar el mundo (entonces, aún no juntos). Ahora, el tema estrella, entre Palestina y Galeano, es su ex-melena rubia, que hace poco competía con la de Ginolá because I’m worth it, pero que ha sido, oh destino, sacrificada. Le gustan las pulseras y le doy una mía. Tiene unos ojos verdes preciosos, y creo que no lo sabe. Pero no se lo digo.

En una farmacia de San Juan
A estas alturas de partido, pierdo la voz. El Gordo me ofrece Lizipaínas: «son pastillas anticonceptivas para hombres». Me señala a Futuro Traumatólogo y añade: «éste no las necesita, que está operado». Acabo en una farmacia con Tiovin. La arpía tras el mostrador afirma: «toma esto y esto… y deja de hacer lo que llevas haciendo los pasados días».

Anaitasuna: «Y nos dieron las diez»

Sólo a uno de los frikis, Economista Bailador, le gusta bailar. Mucha gente, bailamos como podemos, entre nosotros y con extraños, quizás algún kiwi aún con camiseta. Cuando cae entre mis manos el Gordo descubro que, decididamente, es el que mejor saber agarrar. Eso es muy importante: nunca he podido con los manejables, que parece que son de chicle.

Salida de los toros
Boticario Nadador y yo vamos a ver la salida de las peñas de los toros. Allí esta el Gordo, más piojo que de costumbre, con una bata blanca llena de kalimotxo. La noche no ha hecho más que empezar…

Jarauta: katxis y más katxis

Katxis de cerveza o kalimotxo sin parar, y yo que bebía más bien nada en aquella época (pre-Reino Unido y pre-Pedalista). «No vale mojarse los labios», nos decían a Economista Bailador y a mí. Cómo pude soportar a esa panda todos los sanfermines medio sobria es todavía un misterio.

La fuente de la Taconera
14 de julio, Pobre de mí. No tengo ninguna imagen de esa noche aparte de la que sigue, en una fuente en el parque municipal, a orillas del cual vivían mis tíos. Está amaneciendo, todos han ido cayendo durante la noche y sólo quedamos Boticario Nadador, el Gordo y yo. El trío calavera. En el inocente paseo hacia mi casa se les ocurre la genial idea de despedirse con un rito purificador de las aguas. De repente, lo veo en sus ojos: una fuente y dos moles de 1.90 hacia mí en lo que les parece muy gracioso. Un observador imparcial (si quedara alguien vivo ese día en la ciudad zombie) hubiera descrito tres bultos blanquirrojos-tirando-a-sucio gritando y forcejeando y al agua con ella, y por favorrrrr, que os saco croissants y… buf, cual es mi poder de persuasión, me sueltan.

Fotos
Cumpliendo la promesa, saco unos croissants de casa de mis tíos, y la cámara. Con el careto de toda la noche de juerga, el último día de los Sanfermines nos vamos a hacer fotos. Parecemos la cuadrilla de la muerte. Primera: Boticario Nadador y yo salimos sonrientes, una bonita foto. Segunda: El Gordo y yo posamos para la siguiente. Todo bien. La última, los tres con el automático, patata y… me giro y descubro al Gordo con los pantalones blancos en el suelo. Intento sacarle de la foto a empujones como puedo y el automático dispara. No comment.

Direcciones
Promesas de «nos escribiremos». Se trata de papel, boli, sobre, sello, buzón. Esas cosas. Les prometo mandarles cintas de «Radio La Granja», que sorprendentemente no se sintoniza allí. Les prometo mandarles las fotos. Incluso la tercera.

Y los dos escriben… pero esa, buf… esa es otra proyección.

Gora San Fermín!

PS: Este divague fue una «petición especial» de los blogueros de sanfermín, muy necesitados de carnaza. Y lo van a fusilar.A la espera, quedo, en el paredón.

Leer más: http://divagandodivagando.blogspot.com/2011/01/sanfermines-proyeccion.html#ixzz1DZ1QjxDM


Coaching sanferminero 6

A Pacio, como a muchos otros, le molaban las mujeres. El aspecto cándido que gastaba no dejaba de ser el de un lobo con piel de cordero. Aunque bien es cierto que pocas mujeres vieron nunca en él más allá de la piel del cordero.

A Pacio también le gustaban los Sanfermines, aunque lo llevaba con gran disimulo. Todos los años anunciaba que se marcharía pocas horas después del chupinazo para recorrer los Picos de Europa, el Camino de Santiago o la Ruta de la Plata, pero lo cierto es que nadie conseguía sacarlo de Pamplona antes del quince de julio, ni con aceite.

Aquel año el peor minuto del catorce de julio, el de las 23:59, le asaltó de juerga en el antiguo “Cosechero”, bar de San Nicolás conocido por todos desde tiempos inmemoriales como “El Marrano”. Quienes lo recuerden se harán pronto a la idea de cómo era el garito.

No se sabe muy bien cómo, pero dos chicas de muy buen ver empezaron a hablar cariñosamente con él. Le enseñaban algo que parecían unas pegatinas sin abrir. Visto de cerca aquello eran tatuajes de pega, esos que en el fondo son una calcomanía. Mientras tanto sus amigos, que se habían orientado, comenzaron a seguir la jugada y alguno se atragantó al ver el siguiente movimiento ¡Pacio se había encerrado en el baño con las dos sílfides!

Cinco o seis interminables minutos dicen que duró la encerrona. Las chavalas salieron del excusado con los “tatus” colocados en zonas inconfesables, para marchar luego a la calle. Pacio, por su parte, fue a la barra y pidió el enésimo cubata. Su cuadrilla no terminaba de explicarse qué había sucedido.

Días después todo se supo gracias a distintos testimonios: las muetas habían estado esperando a Pacio un cuarto de hora en la calle hasta aburrirse. Él, pese al calentón, pensó que era imposible que semejantes tías quisieran algo más y sin saber que lo esperaban las dejó marchar.

 Todo mozo sanferminero necesita un Guardiola que le haga creer en sí mismo. Porque si no… la jodienda no tiene enmienda.


Foot-ball en Sanfermines 4

El otro día comentábamos que en las cenas de escalera los temas en torno a los cuales suelen girar las tertulias son eminentemente sanfermineros. Pero puede ocurrir que a éstos se unan debates encendidos sobre la marcha de Osasuna, sobre todo cuando ésta es negativa, cosa habitual por otra parte.

Sabido es que el fútbol desembarcó en la Península vía Huelva, primero, por la importante presencia de trabajadores británicos en las minas de Riotinto y, algo más tarde, a puertos como los de Bilbao o Barcelona.

Según el doctor Blasco Salas el fútbol llegó a Pamplona de la mano (o del pie, mejor dicho) de un estudiante bilbaino que vino a estudiar a un instituto pamplonés hacia el año 1900. Éste explicó a sus compañeros de estudio las reglas del juego aunque, visto lo visto 111 años después, no las debió de explicar muy bien. Como dato curioso, los primeros partidos de los que hay constancia se disputaron en la plaza de toros vieja, situada más o menos donde está el actual Teatro Gayarre, hacia 1904, y los jugadores guardaban las porterías en un local de la calle Estafeta.

Según José Joaquín Arazuri la primera vez que el foot-ball aparece en el programa de nuestras fiestas es en 1909. El 12 de julio y siguientes tuvo lugar un Concurso de Foot-ball Association y Fiestas Sportivas, organizado por la Sociedad Pamplona Foot-ball Club. Los locales se enfrentaron al Racing Club Irún y al Ciclista Foot-ball Club de San Sebastián que se hizo con el torneo mostrando gran superioridad. Hay que recordar que los donostiarras se habían proclamado campeones de España ese mismo año.

Los partidos tuvieron lugar en el conocido como campo viejo del Ensanche, un terreno de hierba ubicado en lo que ahora sería el Baluarte y la avenida del Ejército, a los pies de la muralla de la Ciudadela, con gran asistencia de público, pese que alguno de esos días llovió torrencialmente.

Por parte local, y volvemos a citar a Arazuri, jugaron, como portero, Aldecoa; defensas, Vives y Romero; medios, J. Aldaz, Errea y Colmenares; y delanteros, Sagaseta de Ilúrdoz, Labarta, F. Aldaz, Abadía y Seminario. Como puede observarse, una alineación netamente ofensiva y con gran presencia de jugadores nativos.

Más o menos como ahora.


Inversión de la ecuación espacio-temporal 6

Algún año de éstos se va a producir la inversión de la ecuación espacio-temporal. Y va a ser durante los sanfermines. Lo más parecido que hayamos visto jamás a la tan deseada máquina del tiempo.

Antes, para leer el periódico tenías que bajar a la tienda a primera hora, o a cualquier hora posterior, y hacerte con un ejemplar para deleitarte con impresionantes fotos del encierro del día anterior (fotos, por cierto, sin nombres propios en los pies de fotos… ah, qué tiempos).

Esto poco a poco, de forma imperceptible, fue cambiando, y podías conseguir la sábana santa mientras te batías en cobarde retirada a altas horas de la madrugada. Si encima tenías aún la claridad de mente para enganchar unos churricos o unos cruasáns para desayuno de tu abnegada progenitora, afrontabas el día siguiente con otra suavidad…

Pero, y sin darnos cuenta de nuevo, llegó el día en el que nada más terminar los fuegos, sin haber acabado el día (concepto por otro lado muy resbaladizo en fiestas), podías comprar el número del día siguiente en determinados puntos, tales como las barracas, la esquina de San Antón con San Miguel, etc. Ya entramos en desquicies como éste: leer hoy el periódico de mañana.

Sin embargo, nada comparable con el siguiente paso que viviremos. Por pura lógica, saldremos hechos unos ecce homos de los toros y pillaremos el periódico a la salida, y seguramente tendremos ya impresionantes reportajes sobre el encierro y… ¡la crónica de la corrida!

Esto será la antesala de la inversión de la ecuación de la que os hablaba. No sé calcular cuánto tardaremos en verlo, pero acabaremos comprando el periódico a la salida de los toros, ¡y podremos leer qué tal han sido los fuegos artificiales que se dispararán un par de horas más tarde!

Vaya desde aquí nuestro homenaje a la pléyade de currelas que, primero redactando textos, y luego manejando las rotativas y repartiendo la mercancía, luchan contre la montre para conseguir que se haga realidad este milagro de la metafísica.