Archivo por días: 27 de marzo de 2011


Reset 6

Muchas máquinas necesitan de tanto en tanto volver a empezar de cero.

RESET.

Los ordenadores, que con el paso del tiempo acumulan miles de procesos y almacenan miles de inutilidades, respiran como nuevos si los reformateas. El propio cuerpo humano, apelmazado por el uso, los achaques, los excesos o los defectos, coge aire y se hiergue renovado tras un buen masaje de esos en los que te sacan todas las tabas.

Pues bien; a la mente le pasa lo mismo. La mente también necesita su

RESET.

 

6 de julio por la tarde. Pamplona. Inicio de la calle Chapitela, junto al hotel La Perla. Un súbito erizamiento de los pelillos de la nuca te advierte… te ha parecido escuchar un sonido de ésos que tienes clavados en lo más profundo de las cavidades de la memoria. Giras la cabeza y confirmas lo que imaginabas. Allá abajo, en la esquina del Banesto, ves un zaldiko y un kiliki.

¡Sí!

Decides acomodarte. Vas como un atún, pero aún riges los movimientos del cuerpo. Lo giras completamente y clavas los pies, dispuesto a que nada ni nadie perturbe tu concentración. Pareces la torre de Pisa, la verticalidad cede un poco y te escoras ligeramente hacia el lado del cubata, hasta que resitúas tu centro de gravedad.

En ese momento, el mundo se detiene. Todo queda paralizado y ya no oyes nada. Sólo allí abajo, donde la Chapitela convierte a Mercaderes casi en plaza más que en calle, un gran foco ilumina lo que sí sigue pasando. Desde el ayuntamiento van apareciendo gente, cabezudos, más zaldikos y más kilikis…

Ya no ves nada a los lados, has fijado la mirada en ese punto y no existe nada más que eso.

Finalmente, ocurre… el rey europeo dobla la esquina… «ahí estás otra vez, bribón…».

En ese momento, la mente inicia un desenfrenado proceso de rebobinado, y cada vez que encuentra esa misma situación, cada vez que se topa con ese primer ver del año doblar la esquina al rey europeo, se oye un pequeño chasquido, clac, clac, clac, como si en su proceso de rebobinado el hilo topase con pestañas que sobresalen de tu masa gris.

Clac. Clac. Clac. .. Clac. …, Clac…

Los chasquidos son como los anillos concéntricos del tronco de un árbol, si pudieses contarlos marcarían tu edad.

Pero no puedes contarlos porque es un proceso que acontece en segundos, antes de que le dé tiempo a doblar la esquina a la reina europea. Tu mente se ha reseteado. Te acabas de reconciliar de nuevo con la vida. Tus problemas y tus miserias siguen ahí, pero sin darte cuenta se ha asomado esa media sonrisilla que hará que cualquiera que te vea piense que eres gilipollas, ahí plantado con tu cubata, con tu inclinación y con tu cara de feliciano.

No todo podía ser perfecto. En ese momento nirvánico en que más absorto estás recibes un collejón que te hace tambalearte y que te pone el barzo perdido de los salpicotazos del cubata… «¡Venga!, ¡que estamos en el Fitero!…»

… («Pues por mí como si os vais a un atolón de la Micronesia, tontolaba»)…