Buceo a pulmón 5
Hay momentos de los Sanfermines en los que la realidad y el clima de fiesta se dan la mano con el absurdo. Ayudan el alcohol y las altas horas de juerga, pero no son imprescindibles para que en cualquier rincón sucedan situaciones sacadas de un guión de Ionesco.
Cuando uno tenía el cuerpo más joven, no era dificil que la noche del seis de julio la empalmara, con ducha por medio, con la mañana del siete. Los ritos matinales podían derivar en vermús y de modo que en más de una ocasión uno acudió a los toros de empalmada. Esta marathon, más festiva que etílica, me hizo salir con media estocada lagartijera en toda la cruz al acabar el sexto toro.
Como lo mejor era acostarse con el estómago lleno, se me ocurrió pasar por un restaurante chino para llevarme incorporado algún tentempié. El garito, en Yanguas y Miranda, tiene la decoración de tantos otros del ramo: muchos dorados, muchos dragones y una fuente-pecera de piedra de un metro de diámetro.
A la espera de recibir una comanda a base de arroz tres delicias en caja de cartón, uno de los clientes mataba el rato manipulando una gafas de natación. No recuerdo ni la marca de las gafas, ni su color, pero aquel chaval que en mi sonmolencia tenía apecto de estar fresco y aseado, no tuvo mejor ocurrencia que ponerse las gafas y acercar la cara al estanque decorativo. Primero fue la cara y luego la cabeza entera.
El caso es que el tío sacaba la cabeza y la volvía a meter para ver los peces y el personal que pasaba por allí tardó bastantes segundo en reaccionar. Para cuando los camareros salieron gritando en cantonés ¿o era mandarín? yo ya me estaba marchando de allí porque tenía por seguro que el submarinista la había liado parda.