Cortando pelúas 5
Plaza de toros de Pamplona. 19: 00 de la tarde. Un día cualquiera de feria.
Los termómetros marcan al sol una temperatura que hace fundir las almohadillas y el cemento de las localidades en un solo cuerpo.
Un esforzado matador de la parte baja del escalafón acaba de dejarse la piel para hacer faena a un toro de esos con hierro correoso que jamás verá de cerca José María Manzanares. Llamar la atención del público le ha costado lo suyo. Citar de rodillas al toro en los medios y llevárselo cerca sol para plantar batalla, ha sido la única forma de seducir a un público disitraído por bombos y bombardinos. El colofón al desigual trasteo ha sido una estocada de la que el matador ha salido prendido con la taleguilla grana y oro destrozada. El matador, sudoroso, despeinado, con el corbatín desatado y el chaleco abierto se abraza a Damáin, el alcalde de sol, al ver colgando de su cuello el pañuelo rojo. Al pasar por el «Tendido 6» son muchos los mozos que le saludan y lo aclaman.
Al mozo el madrugón le ha costado lo suyo. Deambulaba medio sonámbulo por el mercado, con un cortado, dos alkazelser y un almax el estómago. Qué malas son algunas mañanas de San Fermín. Ha comprado el cordero, las cebollas y la carne de pimiento choricero. Le han dejado colarse de gañote en la cocina de una sociedad del casco viejo y tras rehogar el cordero con la cebolla y ajo ha tenido que ir al baño a echar la pela. Al primer vermout el cuerpo se ha recuperado. Una vez terminado el chilindrón meterlo en el perolo y sellarlo con la tapa no ha costado tanto. Por la tarde, en la plaza, tener la merienda entre las piernas ha sido el peor incordio: los de alante de pie, el sin poder incorporarse y dicen que hay un tío que abajo se la ha jugado.
Ya ha muerto el tercer toro. Suenan las charangas y es la hora del reparto. Platos de plástico, cubietos y cucharillas blancos. Se coloca de lateral para servirlo con tino.
Cuando nota el color rojo en el hombro, un color ensangrentado, sabe que él no está herido. Aún no ha visto el cartílago peludo que ha caído sobre el chilindrón, pues él estaba pasando un plato. Cuando es consciente de lo que ha pasado, no sabe a quien maldecir más: si a los que pedían al matador que arrojase la oreja o a la mala puntería del coleta que la ha mandado a la octava fila.
Si no fuese por la arenilla que portaba el apéndice sus amigos ni se hubiesen enterado.
PD: basado en una leyenda urbana sanferminera