Pollo a l’ast 8
Para volver a San Juan desde el epicentro de la fiesta se utilizaban dos corredores principales: por el norte abandonando lo viejo por Antoniutti, y por el sur evacuando por la Vuelta del Castillo. Habia otras opciones, pero estaban reservadas a los amantes de las emociones fuertes: Vistabella y Ciudadela.
Un amigo de un amigo mio volvia siempre con sus amigos, y por lo tanto nunca con sus amigas, por las vias estandar. Se batian en cobarde retirada unas veces de noche, otras de dia, caminando como walking deaths, con ese aspecto enfermizo y blanquecino, y esa mirada que parece que no enfoca bien, aunque todos sabemos que cuando las cosas ahi afuera estan borrosas, da igual como las enfoques…
Por cualquiera de esas dos vias de escape, siempre quedaban las ultimas tentaciones. Unas atacando al ludopata que todos llevamos dentro, y otras invitando a reponer materia solida en el estomago, ahogado por las emociones vividas.
La mayoria de las veces ceder ante esas tentaciones era sencillamente imposible. El bolsillo se habia ido vaciando al mismo ritmo que se llenaba el higado. Y si quedaba algo de morralla, era obligado intentar sacar el peluche mas feo con las pinzas que no podian sacar peluches.
Esos regresos tenian su parte de reto. Habia que tener agallas para pasar junto a los restoranes de quita y pon sin sufrir el vaiven del magma estomacal subiendo y bajando por el esofago. Era lo ultimo que el cuerpo te podia pedir, sentarse en una de esas mesas a beber sangria de color negruzco, a comerse un plato de paella amarilla fosforito, o a masticar ese vinarro entre azulado y violaceo mientras apartabas a manotazos las polillas.
Pero un dia -la carne es debil- se sentaron y pidieron un pollo a l’ast…. ¡¡¡¡Y ESTABA COJONUDOOOOOOOOOOOO!!!!