Los sanfermines de Pemplouna: microrrelato erótico festivo 6
El avión procedente de Cincinnati aterrizó en Barajas un cuarto de hora antes de lo previsto. Fred viajaba casi con lo puesto, así que no tuvo que esperar a recoger maleta alguna. Tomó un taxi y pasó al taxista un papel con una dirección.
«Trae más dinero que la cerveza es muy cara». Sus amigos ya llevaban un par de días en Pamplona.
Fred localizó su butaca en el autobús de la Conda, y ya se disponía a acomodarse cuando le llamó la atención una chica que subía al autobús. Como él, iba íntegramente vestida de blanco, lo que resaltaba aún más su belleza. Era una de esas morenas que «quita el sentío».
Se detuvo junto a él. [Qué suerte tengo].
– «Hola».
Él respondió con una sonrisa tal, que hizo que mientras ella estaba retirando la mirada, la tuviese que volver a fijar de nuevo con gesto de sorpresa. [¡Qué guapo es el cabrón!].
Al momento la joven se ruborizó, pero logró disimularlo ocultando su cara con el petate, aprovechando que tenía que subirlo a la bandeja porta-equipajes del autobús.
Precisamente al estirarse para ello, se le levantó la camiseta lo justo para dejar a Fred a escasos centímetros de su ombligo, epicentro de un abdomen increíblemente atractivo. El abdomen de los abdómenes. El abdomen entre los abdómenes. La madre de todos los abdómenes.
Fred hubiera deseado que el tiempo se detuviera en ese momento para poder recrearse en tan sublime contemplación, pero salió súbitamente de su pequeño nirvana cuando un garrulo que avanzaba hacia la parte de atrás del autobús golpeó involuntariamente a la chica con su maleta, y ésta se vio literalmente empujada hacia la babeante cara del americano.
– «Ou, soui, soy Fuedy. ¿Cuál es chu noumbue?».
– «Goizeder».
Al tener que acceder ella al asiento de ventanilla, y por la rigurosa aplicación de las leyes de la física, fue inevitable un nuevo contacto, y fue inevitable porque, en rigurosa aplicación de las leyes de la química, ninguno de los dos lo quiso evitar.
– «¿Vas a Pemplouna?», aventuró el mochilero seguro de acertar.
– «No. Voy a Lesaka. Son fiestas de mi pueblo».
[Oh, God! Mi gozo en un pozo].
Siete años después, Fred tiene un hijo de Goizeder y dos de la prima de Goizeder, con quien está casado y con quien regenta una casa rural en Lesaka. Pero esto ya es harina de otro costal.
Por cierto, sigue sin conocer los sanfermines de Pemplouna.