Fuera de cobertura 9
La verdad es que ponerse ahora pensar en San Fermin se me hace dificil. Porque es Otoño y ha llegado el frio. Y más que nada porque en mi Comunidad de vecinos, el presidente, señor Cuesta de turno, ha decidido que este año como medida de ahorro, la calefacción no se enciende hasta el uno de noviembre. Y claro aquí me tenéis, como en los libros de Rafael García Serrano helado de frío entre cuatro paredes. La diferencia es que en la posguerra las familias se reunían alrededor de la lumbre o en torno a la cocina económica y nosotros nos hemos tenido que apretar al lado del único chisme de casa que echa calor: la secadora.
Con el traqueteo del aparato, dándole vueltas a los adelantos de la técnica y los servidores de Blackberry, me acabo de dar cuenta de que hace veinte años los Sanfermines también se celebraban. Y no había móviles ¿Cómo lo hacían?
La telefonía, de primera o última generación, ha invadido nuestras vidas y las fiestas de San Fermin no son una excepción. Los móviles sirven para no perder a la cuadrilla ¿y si no quieres que te encuentren?, para pedir que te compren entradas para el apartado (son tiradas si tienes que comprar diez) e incluso para bajarse aplicaciones que te dicen en qué lugar se encuentra la Comparsa de Gigantes. También sirven para que el único de la cuadrilla que no salió por la noche, te despierte preguntándote si vas a almorzar o para que pintes el número en el brazo de tus hijos por si se pierden (no suele caer esa breva).
También son muy útiles para verte inmortalizado en una red social el día que cogiste un puntillo; o para que plena fiesta campera tu madre te eche la bronca por no ir al entierro de tu tía abuela; Ah y lo mejor del asunto es el uso que de la telefonía hacen los y las cónyuges.
Pero de eso mejor hablamos otro día que hoy hay ropa tendida.