Un mal recuerdo 10
Casi sin darse cuenta el día 13 se había echado encima. Parecía que fuera ayer cuando se juntaron a almorzar en el García el día 6. Pero ya habían pasado 7 días. Siete días con sus siete tardes y sus siete noches, en los que se lo había pasado en grande. Quitando la comida familiar del día7 ala que fue después de dormir tres horas, lo demás había estado de lujo. Aun con eso, le faltaba algo.
Cuatro años de universidad y tres conversaciones absurdas. Ese fue el balance con la morena más guapa de toda la Upna. Horas perdidas en clase mirándola como un tolay. Encontronazos forzados por los pasillos. Levantamiento de cejas en la cafeta a modo de saludo. Y así cuatro años pasaron. Y así, a finales de Junio, supo que no volvería a verla a diario. Y por eso se prometió que en Sanfermines tenía que dar el todo por el todo. Sabía que había cortado con el ababol de Agrónomos y que una chica como ella merecía a alguien mejor.
Pero era día trece y nada. Se había encontrado con ella en Los Portales, en el Sombrero, en el Eslava. En el Paris y en el Saikoba. En la peña Anaitasuna, en La Alegría y Oberena. Todos los días. Y sólo el día 6 en la Donibane, y con una caraja brutal, acertó a darle dos besos y felicitarle las fiestas.
Pero hoy todo sería diferente. De hoy no pasaba. Mientras cargaba el cubo rumbo a la Monumental, sus amigos le iban alentando para que esa noche diera el paso: “no te va a hacer ni puto caso”, “cuando vayas a entrarle me avisas para que me parta el culo”,” me han dicho que el sábado se lio con un jambo del copón”, “si se lía contigo me hago tonadillera”. Todas esas palabras de ánimo le sirvieron de estímulo. En los toros la gozaron. Bailaron el Cherokee del sexto toro como posesos. La alegría era directamente proporcional a los litros de sangría que engullían. Subieron hacia el Leyre al ritmo de la peña…. y entonces pasó.
Recién duchada y de un blanco virginal, la vió bajando por la calle Amaya. Iba con los padres y la hermana. La marea humana le llevaría a cruzarse con ella. El corazón le latía con velocidad y tenía un nudo en el estómago. En el momento en el que se juntaron y ella le saludo, él no pudo evitar lo que pasó. Se acercó, abrió la boca… y vomitó sobre aquellas Reebok impolutas. Sin levantar la cabeza se apartó y siguió con lo que había empezado apoyado en un coche. Cuando se recuperó y alzó la vista, sus ojos enrojecidos y vidriosos no acertaron a encontrarla. Por lo menos sus amigos estaban ahí para, una vez dejaron de descojonarse, consolarle: “no es tan guapa”, “además debe ser una guarrilla”,” tranquilo que yo me lié con ella el sábado y me dijo que no le gustabas”, “yo antes me zumbaba a su padre”.
Desde entonces, cada vez que la veía la vergüenza se apoderaba de él. Pero el tiempo lo cura todo. Pasaron los meses y la vergüenza fue desapareciendo poco a poco, a pesar de que a día de hoy todavía tiene cierta sensación de ridículo al verla. Pero lo peor es que ella nunca sabrá que tenía locamente enamorado a aquel joven pamplonés, al que sólo recordará como el compañero de la uni que le potó en las Reebok.