Archivo por días: 30 de enero de 2012


¡Agua vaaaaaa! 4

Cada 6 de julio Pamplona rememora una de las escenas que en otros tiempos eran habituales. Fieles a nuestra obsesión por perpetuar tradiciones, reeditamos la fórmula que había para evacuar las aguas mayores y/o menores en tiempos medievales, y no tan medievales.

Entonces, «verter» a la calle era el mecanismo para dar salida a las aguas residuales domésticas. Las inclinaciones y peraltes que tuviera la misma daban lugar a los consiguientes reguerillos de orines.

La costumbre mandaba avisar a los posibles transeúntes de que se iba a proceder al vertido tóxico, con el fin de evitar que alguno quedara literalmente albardado de giña. Así, había que estar atento, porque al grito «¡agua va!» seguía la avalancha hedionda y pringosa que vete tú a saber qué incluiría.

Pues bien, cada 6 de julio se repite la jugada, solo que en los tiempos que corren de tener que cogérsela con papel de fumar para todo, el agua que se arroja es limpia y cristalina merced a los avences tecnológicos que han permitido tener agua corriente en las casas (a veces se nos olvida el valor de lo que ya se da por hecho). Bueno, habrá que dar por hecha también la urbanidad del lanzador…

Cuando éramos pequeños y nos hacinábamos los primos en los balcones de casa de los abuelos, uno de los mejores momentos de los sanfermines era precisamente ése: cuando nos dejaban inclinar el balde lleno de agua desde la barandilla del balcón. Nos agarraban por detrás temiendo que fuésemos detrás del líquido elemento, y es que el balde pesaba más que nosotros. Siempre había bronca para ver quién tiraba, ya que había pocas oportunidades: los mayores en seguida se cansaban de tanto ir y venir del balcón a la cocina y de la cocina al balcón acarreando el balde -había que atravesar de punta a punta un piso que era como una longaniza-.

De la calle, aparte de los efluvios, subían los cánticos del personal: «¡aaaaguaaaaaa!… ¡aaaaguaaaaaa!», y el clásico «¡Todos quereeeeemos maaaaasss!…»

Años después éramos los de abajo, y francamente, en pleno riau-riau, o subiendo la Chapitela después del txupinazo, el chorro de agua no lo cambio por nada.