Archivo por días: 8 de febrero de 2012


Exaltación de la amistad 15

Hoy trataremos de un fenómeno genuinamente pamplonés, que se manifiesta especialmente el seis de julio.
Durante nuestras calendas, las gentes de Pamplona experimentamos una transformación que nos hace saludar a media calle. Incluso podríamos pasar por un vecindario bien avenido. Hablamos a todo aquel que nos suena de vista, compartimos tertulia con cualquier compañero de micción. Repartimos abrazos revestidos de etílica sinceridad, deseamos felices fiestas a todo quisque, convidamos a amigos y enemigos y si alguna vez las cañas se tornan en lanzas, echamos mano de nuestra mejor memoria de pez, para pasar página rápidamente y seguir de juerga sin ningún remordimiento.

A tal punto llega el fenómeno, que algunos paisanos si no tienen a mano algún amigo a quien convidar, se lo inventan. O eso debió pasarles a dos chavales argentinos que conocieron los Sanfermines a comienzos de este siglo.
En un momento indeterminado de la tarde de vísperas, cuando uno de ellos pidió dos cervezas en un bar en San Nicolás, el acento porteño los delató frente al vecino de ambigú. Éste con, el proverbial descaro que da sujetar la barra, les hizo un sutil interrogatorio para saber de qué equipo de fútbol eran. Al confesar éstos que simpatizaban con el Boca Juniors, el anselmo les invitó a las cervezas, los abrazó y comenzó a gritar que ¡“el Pipa” era Dios!

Por muy forofo que fuese el paisano, no debía ser muy consciente de que en Argentina el balompié, es lo más parecido a una religión. El tal Gancedo, “el Pipa”, por aquellos tiempos en Osasuna, habría cumplido sus servicios en la Bombonera, pero ahora, lejos de La Boca, era a un viejito a ojos de aquellos argentinos perdidos en los Sanfermines.

A los porteños les debió dar tal ataque de risa, que mientras se dejaban invitar a la cerveza, pensaban que era cosa de cámara oculta. A su regreso a Buenos Aires, esa fue una de las anécdotas más repetidas de su viaje a Europa: Pamplona, la ciudad donde todo el mundo estaba en la calle de fiesta, donde los padre bebían delante de sus hijos y donde un señor les había invitado… ¡porque el Pipa Gancedo era Dios!