Curiosidades internas 8
Como en cada colectivo o cuadrilla que viva los Sanfermines, se suceden en cada una de ellas un sin fin de anécdotas o chascarrillos que son dignos de contar, aunque muchos de ellos no se personalicen para no producir ciertas risas de uno, a no ser que haya una cierta confianza. También existe la posibilidad de que se haga intencionadamente para que las risas sean mayores, dependiendo del susodicho que la protagonice.
Desde aquí, quiero que quede claro que la anécdota que yo voy a contar no la personalizaré, ni en la persona que lo protagonizó, ni en mi compañero o compañera de mi grupo al que le tocó, con el único fin de no dar pistas ni de saber de quien se trata, puesto que aún está en vida (y espero que esté durante mucho tiempo) y no quiero que se sienta ofendido, aunque no creo que lea este relato, pero ya se sabe, Pamplona es un pañuelo, y al final todo se sabe.
Hace ya algún año, allá por los años 80, una mañana de San Fermín, íbamos desfilando por las calles del casco viejo, como cada mañana de fiestas, cuando no se sabe, si debido al gentío, o si debido al mareo producido por el esfuerzo y el calor, o de incluso un posible retorcijón de tobillo del susodicho que portaba uno de nuestros pesos, éste se cayó al suelo mientras daba las vueltas del pasacalles (ahora no sé determinar si las finales o si las de durante el pasacalles) por mucho que quiso evitarlo. Aparentemente se había dado un buen golpe, ya que una de esas caidas pueden hacer mucho daño puesto que no dejan salir al porteador del momento comodamente, dado que nuestro interior esta lleno de maderas y las hombreras llegan a abrazar completamente el cuello del porteador. El caso es que tal y como se mostraba en el periódico del día siguiente el golpetazo había sido bueno, y acudió hasta el lugar la ambulancia para atender al muchacho, que aunque afortunadamente no había caído sobre nadie, él presentaba evidentes síntomas de cuando menos, golpes que controlar y revisar.
Al llegar la ambulancia atendieron al muchacho, y ante los gestos de dolor se lo llevaron al Hospital de Navarra a hacerle las pertinentes pruebas para ver el alcance de los dolores. Evidentemente el gentío que se formó alrededor de la ambulancia fue mayúsculo, así que él insistía en que se lo llevaran cuanto antes con el único fin de huir de allí cuanto antes. Al compañero mío lo levantaron y no le pasó nada que no pudiera ser solucionado por un buen artesano a su llegada a la Estación de Autobuses. Pero la curiosidad del caso fue, que cuando la ambulancia transcurria por la Avenida del Ejercito, el muchacho se incorporó de la camilla como si nada le hubiera pasado, pegó al cristal que separaba la cabina de la zona de la camilla e hizo parar a la ambulancia, seguidamente les demostró que estaba en perfectas condiciones y que todo había sido un cuento para salir del apuro sin tener que aguantar el ridículo, ya que le había producido muchisima vergüenza el hecho de caerse delante de tantísima gente, y más vergüenza le daba aún que la gente le mirara y que incluso le fotografiaran para salir en el periódico (cosa que pidió que no le hicieran).
Así pues, ante la perplejidad de los equipos sanitarios de la Ambulancia, le dejaron marcharse y aún llegó a tiempo para llegar al local a esperar la llegada de todo el grupo, que al verlo no daban crédito a lo que estaban viendo, y mucho menos a lo que había sido capaz de hacer.
Un saludo,
Toko- Toko.
P.D: Esta historia está basada en hechos reales.