Fallo del jurado del IV Certamen de Microrrelatos 66
Estimados lectores, esta misma tarde a las 19.30 en el Palacio Condestable, se ha hecho público el fallo del IV Certamen de Microrrelatos, con los siguientes resultados:
Primeros tres clasificados:
Ganador: ‘’Siete centímetros’’ por Alberto Eransus Antoñanzas, de Pamplona.
2º clasificado: ‘‘Encierro del seis de julio’’ por Paco Lecumberri Ardanaz, de Pamplona.
3º clasificado: ‘‘Abracadabra’’ por David Martinez Abárzuza, de Zizur Mayor.
Resto de finalistas:
4º clasificado: ‘‘El eco del cohete’’ por Lucas Daniel Monsalve Cadena, de Madrid.
5º clasificado: ‘‘Daniel’’ por Laura Villanueva Merino, de Pamplona.
6º clasificado: ‘‘Adiós’’ por Josetxo Campión Ilundáin, de Pamplona.
7º clasificado: ‘‘Ta-fes-ta-fes-ta-fes-ta-fes-ta-fes’’ por Alfredo Alvaro Igoa, de Etxarri Aranatz.
8º clasificado: ‘‘Corredor de sueños’’ por Juan Carlos Somoza García, de Bilbao.
9º clasificado: ‘‘Epiko’’ por Ramón Zarragoitia Mezo, de Plentzia.
10º clasificado: ‘‘La visita’’ por Abel Azcona Marcos, de Pamplona.
Nuestra más calurosa enhorabuena a todos ellos, así como al resto de participantes en este IV Certamen que nos han hecho disfrutar con sus trabajos.
Tal y como os hemos comentado estos últimos días, durante la ceremonia se ha hecho lectura en voz alta de estos 10 relatos, a cargo de otras diez personas relacionadas con las fiestas.
Además, al igual que años anteriores, el acto se ha retransmitido en vivo por Internet para todos aquellos que no hayan podido acompañarnos en persona.
Y sin más preámbulos, aquí tenéis el texto ganador (no os preocupéis que la próxima semana seguirán el resto de textos en sucesivas entradas):
SIETE CENTÍMETROS, de Alberto Eransus Antoñanzas
En una terraza de la Plaza del Castillo, casi vísperas de fiestas, recordó la advertencia del médico que aún retumbaba en su cabeza: ”nada de alcohol, tabaco, comidas grasas, sobresaltos, altas temperaturas, espacios concurridos ni multitudes. Tranquilidad y buenos alimentos.” No podía ser ni quería creérselo. Sólo pensar a lo que debía renunciar le entraban ganas de llorar: el almuerzo del seis con la cuadrilla, la lluvia de champán en el chupinazo, la comida del siete, la sangría taurina en la solanera con la peña, las noches y los días fluyendo en tiempos y modos sanfermineros. Pero sobre todo, por encima de estos actos, lo que más amaba: el encierro. Esto sí que se lo subrayaron: “nada de actividades intensas ni deportes de riesgo.”
Apurando el café, notó en el bolsillo del pantalón algo que le incomodaba: era un sobre. Al abrirlo, sus ojos empezaron a nublarse. Era el abono de los toros, completo. Detrás de la entrada del 14, otro papel, distinto: una foto en blanco y negro, borrosa, en la que se adivinaba una forma de siete centímetros. Mientras unas lágrimas se aventuraban sobre su incipiente tripa, esbozando una sonrisa, se consoló pensando: Tú me darás mil alegrías en los próximos sanfermines.