Archivo por días: 30 de agosto de 2012


IV Edicion Certamen Internacional Microrrelatos San Fermín

Begoña Marcos Rodríguez (Cudillero, Asturias)

San Fermín te llevo en el corazón

San Fermín… mi corazón se mueve cuando oigo tu nombre, cada vez más por la distancia que nos separa hoy. Cuantas historias grabadas en mi memoria y vividas en las calles de tu gran ciudad. Recuerdos despertados por la nostalgia que hoy siento. Momentos que se remontan a mi infancia, a mi adolescencia, a mi madurez… cuando aun vivía allí. Todo comenzaba el 6 de julio cuando la ciudad se teñía de rojo y blanco, cuando sus calles se llenaban de gentes dispuestas a disfrutar de tu fiesta. La plaza del ayuntamiento vibrando en un único son, al ritmo de las txarangas y las voces de los allí reunidos. Ni un solo espacio, ni una gota de aire pasaba entre ellos, totalmente unidos por un mismo sentimiento. Esperando impacientes oír el lanzamiento del cohete y ¡Pamploneses, pamplonesas, Viva San Fermín! Aun hoy en la distancia de mi tierra natal mi corazón se exalta ante esas palabras. Y algo imposible de olvidar. El primer encierro del día 7 con los cantos rogándote que nos protejas. Hoy desde el Paraíso Astur espero que sigas protegiéndome y deseo volver a sentir la emoción y el orgullo de vestir de blanco y rojo. ¡Viva San Fermín!

 

José Manuel Gómez Vega (Torrejón de Ardoz, Madrid)

El zen del corredor

¡El chupinazo! Ya falta poco para poder correr por las famosas calles de Pamplona. ¡Cuántas historias he oído contar a mis mayores! Por fin estoy aquí, a punto de hacer realidad mi sueño. No sé si podré dormir esta noche, ¡es tanta la emoción!… ¡Qué bonitos son los cánticos! ¡Viva San Fermín, Viva! ¡Gora San Fermin, Gora! A solo cinco minutos… ¡A correr! ¡Cuánta gente! ¡Aparta! Por el rabillo del ojo veo a dos mansos realmente cerca, me echo a un lado y pasan veloces, ¡no hay prisa!, ¡lo bueno no debe acabar tan rápido! Oigo chillidos y me giro para ver lo que pasa, pero no acabo de localizar la razón para tanto alboroto. Los pastores parecen buena compañía, así que lo mejor será correr con ellos hasta alcanzar la plaza. ¡Qué visión debe de ser!, con todo el albero abarrotado de gentes que cantan y animan. ¡Ahí está ya! Entro rodeado de otros corredores como yo, en loor de multitudes. Veo a mi tío al fondo y me dirijo hacia él. Mañana repetimos, le digo sin resuello pero exultante. El contesta «mu», quizá porque es un cabestro, o porque siempre le han gustado esos diálogos zen tan absurdos.

 

Ines Leal Rodríguez (El Puerto de Santa María, Cádiz)

Sabor a Sanfermines

Le salpicó la cara. Cerró los ojos en un acto reflejo mientras su boca dibujaba una mueca de asco.Algo consistente resbalaba por sus labios… Un rugido gutural se oyó mientras corría al cuarto de baño. Más tarde, con el cabello tan mojado como la camiseta y con toda la fuerza, de sus pulmones, gritó: ¡¡Nunca más limpiaré pescado!! ¡¡Me he manchado la cara de sangre apestosa y casi me trago un ojo!! La escena, de tan ridícula, provocó la risa de su madre: «¿y tú quieres ir a los Sanfermines…?» – » tendrá que ver el pescado con los toros…» – se oyó desde el fondo del pasillo. Un mes después, en la gran fiesta de los Sanfermines, con la adrenalina disparada y rodeada por una inmensa y fiestera marea humana, roja y blanca, corrió los toros. Uno la empujó durante unos segundos y la hizo caer. Algo magullada, comprobó que el animal le había manchado de sangre la camiseta y el brazo. Al apartarse el pelo, se rozó los labios y sintió un sabor salado y caliente: sus labios hicieron una mueca profunda que, finalmente, terminó con una risa contagiosa mientras gritaba eufórica: «¡¡¡Tendrá que ver el toro con el pescado…!!!»

 

Juan Manuel Raymundo Montero (Ciudad Jardin – El Palomar – Buenos Aires, Republica Argentina)

DESDE AQUI

Sé que estoy solo, a pesar de que acá, en esta tremenda oscuridad, somos tantos. Sé que estamos inquietos. Tal vez por la oscuridad, quizás por ser tantos y estar tan hacinados. O simplemente –y creo que ése es el motivo fundamental—por este saber que taladra mis sentidos, mi sangre, este saber que nació conmigo: la certeza de lo irrevocable e inminente. Sé o intuyo lo que viene, lo que sucederá apenas esas líneas luminosas que trazan la oscuridad se ensanchen, se alarguen y dejen paso al bochorno, al esplendor insoportable. Lo acepto mientras mis belfos se resecan y mi caudal sanguíneo se acelera, y quiero que esa luz me enceguezca ya, y pateo inquieto y entre todos provocamos este delirio, esto que no es estampida porque estamos acotados, en esta oscuridad maligna y ominosa. Pateamos la tierra, respiramos el polvo y eso enciende nuestra violencia y ya no sé cuánto tiempo podré sostener esto que es sólo el prolegómeno tenso y desesperado, contenido por unos cuantos maderos empalizados. Y la luz se ensancha, el aire se remueve y salimos y luego de encandilarnos alcanzo a percibir las primeras figuras de los hombres que corren delante de mí, dispuestos a eludir nuestras cornadas.