Archivo por días: 6 de septiembre de 2012


IV Edicion Certamen Internacional Microrrelatos San Fermín

CESAR ROMERAL LOPEZ (malaga, malaga)

SAN FERMIN

No hay fiesta en Pamplona mayor que la de su Patrón San Fermín. El color rojo, sin llegar a carmín, destaca sobre cualquier color Con el chupinazo desde el balcón, que se hace la víspera del Santo, la gente disfruta tanto y tanto abriendo en par su corazón olvidando tristezas y penas. Y en la plaza del Ayuntamiento, con las calles adjuntas llenas, son testigos del alumbramiento. Nueve días sin sosiego ni descanso. De rojo y blanco se tiñen las calles, pañuelos, gorras y muchos detalles llenan el espacio con paso manso. A San Fermín le cantan tres veces los mozos con periódico en mano, y le piden, como seres humanos, que Él los proteja de expulsar heces. Otro chupinazo, a las ocho en punto, da el toque de partida del encierro, no importa la divisa ni el hierro ni que toros y mansos caminen juntos. Largo se hace el sinuoso camino que todos tienen que recorrer, muchos de ellos su fin será caer y no por la influencia del vino. Santo Domingo, Plaza Consistorial, Mercaderes, Estafeta y para el final tramo de telefónica recorrerán. Si caes, cúbrete con las manos, pues aunque te vea tu hermano nunca corriendo intentará levantarte porque será fatal.

 

Ana Isabel Velasco Ortiz (VITORIA, ALAVA)

CUMPLIR UN SUEÑO

El abuelo pasó sus últimos días entre el sol y la sombra que repartían las hojas del nogal que años atrás plantó en el jarín. Me decía: «No hay nada como ser joven y estar en Pamplona por San Fermín». Luego, contaba cómo todos los años de su mocedad viajaba a la capital. «Gente de todos los países y colores dispuesta a vivir con intensidad». «Una vez que el toro corrió más que yo, me enganchó por la camisa y menos mal que no me alcanzó la carne». «Y aquellas noches estrelladas en la Plaza del Castillo…». Yo le escuchaba hechizado por la nostalgia de sus recuerdos. Pañuelos rojos. Negros astados y despertares en el verdor de la hierba. Al fin conocí la fiesta. De regreso, mi madre me comunicó la muerte del abuelo y a modo de consuelo dijo: «Menos mal que tú has vivido su sueño». Ante mi estupor, ella continuó: «Si hijo, no importa lo que contase, él nunca salió de los límites del pueblo». Mi madre se equivocaba, claro que importaba. No sólo realicé su eterno deseo, también conocí una verdad imperecedera, la que él siempre repetía: «No hay nada como ser jóven y estar en Pamplona por San Fermín.

 

Jesus Luis Rodríguez García (agost, alicante)

corazones de barra brava

Sé que aun soñaba, enredado en algún banco donde apalabrar la maitinada, cuando algo me removió inquieto. Eh, arriba, la carrera es en media hora, solo necesitas un periódico y un cortaplumas para medirte con el viento.- No puedo, aun estoy más cerca de la noche que de haber amanecido de nuevo. Que? No irás a perdértelo ahora, vamos te llevo. En un soplo me guió por el recorrido hasta la cuesta. Ves ahí comienza todo. El silencio era estremecedor Se acercaba el chupinazo indicando la estampida de una manada de búfalos de lanzas astifinas, lanzados a la plaza a unos pasos tan solo de la gloria de todo anonimato. Nos movíamos primero al trote y luego con urgencia. Se podía oír el tam-tam de las pisadas el latido del corazón retemblando sobre los adoquines. Corrí hasta vaciar el cuerpo, hasta sentir el alma entregada. Eran descomunales, majestuosos, pasaron como en un suspiro y me empotraron en la pared. el cazador cazado, como si el riesgo fuera el suyo y no del aventurero disfrazado. Y después, que sensación de vida devuelta, de temor y reverencia de afrontarla saboreando, los placeres y el aire quemado de la mañana,mientras rebrotaba el laurel y cantaban los pipirigallos.

 

Nicolás Jarque Alegre (Albuixech, Valencia)

Miguelín

Cuando Mike llegó a Pamplona ni siquiera sabía ubicarla en el mapa, ni mucho menos entendía una palabra de lo que escuchaba. Pero, desde el primer día supo integrarse. Arribó en solitario a la ciudad un seis de julio, le anudaron el pañuelico rojo y al chupinazo. Allí, le encantó ducharse en vino y saltar como las ranas al son de las charangas. Bebió y cantó junto a los nuevos amigos llegados desde todas las partes del mundo. Por el jet lag, como él se repetía y asentían los demás viajeros transatlánticos, se tumbó aquella víspera de San Fermín en el parque. Por la noche, recorriendo bares vio iluminarse el cielo y conoció a Naroa, una pamplonica con ojos de gata. Desde el primer intercambio de miradas, la muchacha se convirtió en su guía y le enseñó cada rincón de las fiestas. Sus gigantes y cabezudos, los encierros, las corridas en la plaza, los desayunos con chistorra… Quedaban a las diez en Estafeta y se despedían unas horas antes en el mismo lugar, solo para recargar fuerzas. Fue una semana mágica para los dos, tanto como la aparición, un mes después, de Mike en la ventana de Naroa con la banda municipal de acompañante.