IV Edicion Certamen Internacional Microrrelatos San Fermín
CECILIA VIOLANTE (Castellon de Rugat – Valencia, Espana)
En Los Fermines con un inglés
Tim, mi amigo inglés, y yo nos pusimos cómodos en la habitación de hotel en Pamplona. Quien hubiera dicho que mi sueño de venir a Los Fermines se iba a realizar de la mano de un inglés! La mañana siguiente por las calles del centro antiguo palpitábamos con la cuenta regresiva para el comienzo de la fiesta. Volvimos al hotel, incautos, cortos de tiempo, abriéndonos paso entre el gentío embriagado de vino y alegría. No entendíamos bien cuales eran las reglas del juego, que estaba bien y que estaba mal, y todo nos parecía una transgresión. Tomamos nuestro lugar en el balcón con una vista privilegiada. Casi inmediatamente, estruendosos entre la polvareda aparecieron, los verdaderos protagonistas de la fiesta: los toros. Y a su lado los jóvenes con su arrojo, su valor y su algarabía. Fueron tal vez unos minutos que habrá durado esa corriente humana y animal, tradicional y sagrada, que imprimió nuestra memoria para siempre. Tim quiso participar, bajar a festejar, a beber, y a «seguir o a romper» esas reglas tácitas de aquel pueblo bullicioso y emocional, sanguíneo y fuerte que corría junto al riesgo, como la vida misma. Fue así como Pamplona se adueñó de nuestro corazón.
Daniel Martirena Indart (Eraso, Navarra)
A su edad, pero la más coqueta
Felisa prescindirá del luto en Sanfermines. Durante el año, más parece una nube indigesta de piedras. Desde que enviudó, claro. Pero por fiestas será otra cosa. Pese a la pena impuesta por el fallecer temprano de su marido, desde el 6 al 14 vestirá alegre según la moda de la buena pamplonica. Esto es, de rojo sangre y blanco impoluto desde la más alta cumbre de su moño cano hasta el hemisferio más al sur de sus pies enfermos por osteoporosis y ampollas por tacones. Sépase que no dejará detalle de su atuendo a la improvisación. Para empezar, pendientes de aro o bolas bermellón y carmín cereza para emborronar sus finos labios. Siempre faldas plisadas y blusas que entre botones dejarán entrever a posta la cuenca de sus pechos; chaquetita de punto bobo tejida por ella. Quien tuvo, retuvo; se justificará por semejante pecado de coquetería. Hace siete años un cáncer inmisericorde mató a su marido. Otro 6 de julio. Desde entonces, también él viste de mozo peña, enterrado como fue con camisa y pantalones blancos, faja, pañuelo, y alpargatas con lazada. Borracha de recuerdos, a Felisa hasta le parecerá bailar del brazo de Fermín, que es así como se llamaba.
César Berrozpe Toral (Artica, Navarra)
50 años
Fermín seguía suspirando, con los ojos permanentemente húmedos por las lágrimas. Lágrimas de emoción, de alegría, de melancolía y añoranza también. Iñaki, su nieto, le miraba entre complacido y extrañado. Sabía que estaba feliz, pero no alcanzaba a comprender el porqué de las lágrimas. Fermín le miró y comprendió su extrañeza. Sin soltar una mano del balcón pasó la otra por el hombro de su nieto y haciendo un esfuerzo para que el ambiente ensordecedor de la Plaza del Ayuntamiento no acallara sus palabras le dijo al oído: – Querido Iñaki, han pasado 50 años, esto ha cambiado mucho. La gente, el ruido, los colores, las canciones, todo parece distinto. Pero algo no ha cambiado. La emoción, esa sensación que provoca un nudo en el estómago, que te impide hablar y provoca que tus ojos se llenen de lágrimas. – Por eso lloro. En ese mismo instante un estruendo casi atronador se apoderaba de la Plaza, de la ciudad, de los corazones de los presentes y de algunos ausentes. Eran las 12 en punto. Era 6 de Julio. Iñaki miró a su abuelo. Las lágrimas cubrían los ojos de ambos. Lágrimas de emoción y felicidad. Iñaki comprendía al fin a su abuelo.
DEI GAZTELURRUTIA ZUBIA (BERANGO, BIZKAIA)
TRADICION FAMILIAR
– A San Fermín venimos, por ser nuestro patrón… Con los periódicos firmemente sujetos, las manos se agitan al ritmo de la canción. Cuando termina el tercero de los cánticos, Txomin comprueba que tiene los cordones bien atados. No consigue ver nada por encima de las cabezas de los demás. Comienza el encierro. Los mozos se abren paso a empujones; algunos buscan refugio a los lados de la calle. Txomin tropieza y cae al suelo. Se hace un ovillo, abrazando sus rodillas firmemente con los brazos. No le queda otra opción que esperar. El último toro se detiene junto a él. Patea el pavimento con furia. Txomin cierra los ojos y se encoge aún más, preparándose para recibir el golpe. Un grito irrumpe en plena calle: – ¡Niños! ¡A comer! La voz de su abuela devuelve a los jóvenes Billalabeitia a la realidad. Los más mayores se quitan los cuernos de juguete que su abuelo les compró hace años.Txomin, rodeado por sus hermanos y primos, se dirige a la casa. Caminan con una sola idea en la cabeza: el deseo de poder acompañar pronto a sus padres en un encierro de verdad.