IV Edicion Certamen Internacional Microrrelatos San Fermín
Mª JOSÉ JIMÉNEZ CAVA (BILBAO, VIZCAYA)
LA MÁQUINA DEL TIEMPO
– La gente vestía de blanco, hombres y mujeres por igual, permitiéndose únicamente como adorno ante semejante minimalismo un pañuelito de color rojo anudado al cuello. Aunque paseé entre edificios y palacios, tuve la certeza de que aquella gente vivía en la calle. Los vi comer y beber conjuntamente a la intemperie e incluso observé a muchos durmiendo en grupo, sobre la hierba o sobre estructuras creadas a propósito para el descanso del somnoliento. Pienso que esta manera despreocupada de comportarse era fruto de miles de años de evolución del hombre y la constatación de su superioridad sobre cualquier otro ser de la naturaleza, pues ¿quién come, canta y duerme bajo cielo descubierto sino el que ya no teme a nada? Confirmando esta teoría, al doblar una esquina me encontré de bruces con un grupo de hombres que corría delante de bestias negras con cuernos como lanzas, y, atención señores míos ¡corrían por diversión! ¡No era un castigo de la justicia, ni eran esclavos de circo! ¡Eran hombres libres! ¡Hombres del futuro! Como les digo, ¡eran hombres sin miedo! El viajero en el tiempo, extasiado, calló y estrujó de pronto frente a su cara una especie de zurrón aerodinámico que llamó “bota de vino”.
AGUSTÍN MARTÍNEZ VALDERRAMA (GAVÁ, BARCELONA)
CASTA Y TRAPÍO
Tras el oficio en San Lorenzo y el posterior piscolabis en los parterres del restorán, los invitados se dirigieron al salón. Atendiendo a la disposición de las mesas, tomaron asiento frente al pliego donde lucía su nombre. Luego las luces se apagaron, y apenas un halo tenue iluminó la puerta. En silencio, expectantes, con los pañuelos rojos dispuestos, aguardaron a que sonara la música e hiciera su aparición la joven pareja de recién casados. Entonces sonó el chupinazo, y tras él, irrumpieron seis miuras de más de seiscientos kilos, bufando y embistiendo por doquier. Fue un encierro rápido y limpio, y en apenas dos minutos el último morlaco, de nombre Místico, huía despavorido y trémulo acuciado por Natichu y sus amigas que, pamelas en ristre, trataban aún de darle alcance.
JAVIER LLORENTE GRANGER (BELICENA, GRANADA)
San Fermín sí es.
No es el astado bravo y amenazante, ni la carrera que imprime adrenalina en el corazón que quiere salir, escapar y correr más que tú. No es el vino que te embriaga, ni el chupinazo que hace temblar los timpanos, ni el «Pobre de mi», ni la marea roja que hace que las calles parezcan más angostas. No es el deleite de ver mujeres bonitas, ni el de ver hombres valientes. No es por Saturnino, al que le queda lejos Francia, ni por Hemingway; ni es el eufórico cansancio al llegar a Jarauta. No son los gaiteros, la música, el estruendo, la diversión ininterrumpida. Son el alcalde, la abuela, el concejal, napoleón, coletas y los demás; es la gente, es por San Fermín, por la cultura; es por Pamplona. Es por Quintana, por Ordoñez, por la generación perdida. Es porque el viejo llegó, sin ver el mar, a la madre de las fiestas, y pudo con el tiburón; pudo con el toro. Es una de esas cosas que son por todo lo que son, y también por lo que no.
Remisson Aniceto (São Paulo – São Paulo, Brasil)
La bolsa y el cuerpo
Durante 13 años el veterinario Roberto Ryuji Assakawa siempre ha sido el médico de la Cherry, el perro de mi familia. Si se quedó más tiempo en nuestra casa en Huesca, habló acerca de las curiosidades de su profesión. Un día, tomó a incinerar un perro muerto y escondió el cuerpo en dos o tres bolsas de supermercado detrás del coche. Dejó el coche aparcado delante de una farmacia por unos minutos y cuando regresó el vehículo estaba abierto y la bolsa con el cuerpo del perro había desaparecido. El ladrón pensó que era probablemente una bolsa de dulces y galletas. Roberto se rió, como si pudiera ver la expresión de sorpresa y decepción cuando el ladrón abrió la bolsa. Luego, Roberto no tenía más remedio que pedir disculpas al propietario del animal muerto y devolver el dinero pagado por la cremación.