Archivo por días: 19 de noviembre de 2012


Aita 2

La verdad es que aunque en mis tiempos solía correr el encierro, nunca fuí de aquellos que se ponían justo delante de la mismas astas.
No me entendáis mal, tampoco era de uno de esos patanes que, nada más sonar el cohete que anuncia que los toros salen del corral, ya están entrando en la plaza despavoridos de miedo.

Digamos que solía correr unos 8-10 metros por delante de los toros, o sea que seguramente no me podréis ver en las fotos de los periódicos de aquellos años.
En fin, no es que vaya a pasar a formar parte de la intrahistoria de los encierros , pero las sensaciones que experimentaba corriendo a mí me valían.

Sin embargo aquel día debí de calcular algo mal, estaba haciendo mi carrera como siempre, cuando en un momento dado empecé a escuchar el aliento de un toro; nunca jamás había sentido el resoplar de un morlaco en carrera de esa manera.
Giré ligeramente la cabeza y pude ver que pegado a mis talones venía un bicho que a mí me pareció enorme.
Sentí que se me aceleraba el corazón, se me subía un regusto ácido por al garganta y acto seguido redoblé esfuerzos para correr lo más rápido que mis piernas podían dar de sí.

No os podría decir exactamente cuantos metros duro aquella agonía; el caso es que tras lo que se me hizo una eternidad, el bicho me adelantó por mi izquierda pasando a menos de un metro de mi costado (no sé, a veces pienso que el toro ni siquiera había reparado en mí y simplemente me ignoró).

Seguí corriendo y tras ver que pasaba el resto de la manada, empecé a bajar la velocidad hasta detenerme totalmente.
Me apoyé con la mano en la pared mientras recuperaba el resuello. Al poco se me acercaron dos amigos de la cuadrilla para comentar la carrera antes de irnos a almorzar.
Lo cierto es que no pude articular palabra, tenía la boca tan seca que aunque intentaba decir algo, no podía emitir el más mínimo sonido.
Por supuesto, en un par de minutos se me fue tranquilizando el corazón y nos fuimos a comernos unos huevos con un palmero de vino.
Creo que fue la última vez que corrí.

Así me lo contó hace ya tiempo mi padre. El mismo al que llevamos a casa hace un par de semanas, tras estar dos meses y medio ingresado en el hospital.
El mismo al que voy a ir esta noche a ayudarle a meterse en la cama, porque mi madre ya no puede sola con él.
Un beso aita.