Capítulo -VIII 2
Siete De Julio, estación de tren de Pamplona.
Nada más posar un pie en el andén, P., nuestro héroe, supo que lo estaba haciendo en una fecha y lugar señalados. Esta vez, en cambio, era diferente, así se lo auguraba su legendario olfato. Como tenía tiempo para dirigirse al lugar de encuentro, se templó con un generoso carajillo en el bar de la estación. En ello estaba, cuando sus ojos se posaron en una masa amorfa, llena de restos de vino y otros materiales no identificados, parapetada tras un diario local. Pudo leer el titular que proclamaba: Batalla campal en las calles. Apurando la taza, tomó prestado el panfleto y saltó en el asiento trasero del primer taxi, haciendo caso omiso de la protestas del guiri. Anunció su destino al taxista: Al Windsor. Tengo prisa. No había tiempo que perder.
La Plaza del Castillo estaba tomada por una variopinta fauna. Por un lado, las peñas, que proclamaban su descontento con un inusual silencio. Por el otro, como contrapunto, un crisol de gentes que componían un impresionante y ruidoso botellón, incrementado respecto al de otros años a causa de la crisis. No obstante, le alivió no ver a ningún policía uniformado en la ya de por sí abarrotada plaza.
La extraña pareja estaba esperándole en la barra del bar junto a tres camparis con sifón y una docena de ostras que proclamaban a gritos que acabasen con ellos. El vestido de la mujer, a juego con las bebidas, intentaba contener a duras penas sus pronunciadas curvas. Su acompañante, de riguroso negro, vigilaba la puerta por donde entraba P. Hizo una mueca al verle.
—Llegas tarde— le espetó
—Déjate de reproches y ponme al tanto de lo que pasó ayer— contestó saludando al unísono al barman y al campari.
—Muy fácil. Se lió parda ayer, desde el txupinazo hasta el Riau-Riau. Hubo muchos detenidos. Las peñas han sacado un comunicado conjunto anunciando su ausencia en la procesión y en la corrida de hoy. El ambiente está enrarecido. Tienes que estar preparado a todo.
P., dando cuenta de la ostra y del generoso escote que tenía ante sí, musitó a través de su flamante bigote:
—Puedes estar seguro que lo estaré—
(Continuará)