Archivo por días: 1 de febrero de 2013


Aquellas primeras cenas 4

Ha pasado la cuesta de Enero y entramos en Febrero con el segundo escalón de la escalera en forma de cena. Como siempre servirá dicha cena para recordar aventuras y desventuras sanfermineras. De nuestras primeras salidas nocturnas y de nuestros actuales sanfermines diurnos. Y de aquellas  primeras cenas os hablaré hoy.

Cuando éramos chavales y teníamos hora tope para llegar a casa, un bocata en cualquier sitio era nuestra cena más habitual. Esto cambió cuando entramos en la época en la que la hora del encierro marcaba la retirada para muchos. En aquellos tiempos y con toda la noche por delante, un bocata no era suficiente base para tantas horas de farra. Así que, imitando la tradición de otras cuadrillas, propuse entre los integrantes de la mía cenar cada día en casa de uno de nosotros. Más concretamente en la de nuestros padres. Cuadrábamos perfecto, teniendo en cuenta que el 14 no hacíamos cena y el 6 era almuerzo. Aunque hubo reticencias por parte de alguno, la mayoría estábamos de acuerdo. Se organizó un calendario y se acordó no llegar tajau, y una hora de finalización para que los anfitriones no nos sufrieran demasiado. El objetivo era claro: Cenas gratis, cocinadas por nuestras madres, dos vinos, un cubata, y estómago en condiciones óptimas para aguantar el maltrato nocturno. Yo me encargaba del almuerzo del día 6, cosa que sigo haciendo desde entonces, aunque ya no en casa de mis padres. Otro amigo se encargaba de la cena del 7, y el resto cambiaban año a año. Funcionó muy bien. Era un inicio perfecto de noche. La competencia entre las madres hacía que las cenas fueran cada vez mejores. Y generalmente los padres procuraban no enrarecer el ambiente con su presencia cuando su hijo era el anfitrión. Cuando volvían, alguno se renganchaba al cubata y nos contaba las batallas de su cuadrilla.

Pero como todo lo bueno, se acabó. A los que íbamos a los toros nos empezó a dar pereza tener que volver a casa a ducharnos y cambiarnos para ir a cenar. Así que un año decidimos que no íbamos a ir a las cenas. Que era mejor merendar como Dios manda y aprovechar el puntillo post-taurino para estar por la calle. Yo me mantuve de anfitrión del día 6, y los que no iban a los toros siguieron con las cenas, aunque no cubrían todos los días. Aquello provocó un pequeño cisma cuadrilleril. En los 90 no había móviles (aunque alguno no lo crea), y por lo tanto no era fácil encontrarnos con los que iban a las cenas aunque hubiésemos quedado con antelación. Cuando uno salía de casa a las cuatro de la tarde, ¿cómo se iba a acordar de que había quedado a las 2 en Los Portales? Y cuando nos encontrábamos, si nos encontrábamos, unos íbamos más entonados que otros, lo que solía provocar diferentes formas de enfocar la noche y su consiguiente gresca.

Como es lógico, aquellas cenas tenían fecha de caducidad. En años posteriores más amigos se apuntaron a los toros y eso acabó con aquella bonita tradición. No os quepa duda de que las mejores cenas que he degustado durante las fiestas fueron las de aquellos tiempos. Intentaremos que la de mañana no le vaya a la zaga.