Archivo por días: 22 de abril de 2013


Capítulo -III 2

12 de julio, En el Casino, al punto de la mañana.

A deshoras, sin temple, Papytu Madre se desliza. En todos los aspectos. Tras la noche, solo queda esperanza y un bigote desubicado. Acabáramos, y a mi los míos. El baile de la alpargata, le avisaron, es donde puedes localizar a tu objetivo. Puede que así sea. La última vez que creyó notar su presencia fue en el palco de la Plaza de Toros, antes de que Zorton le vertiera encima una catarata de sangría encima de su espléndido uno noventa. La invitación a ese matutino baile era obligada. Ésta, que descansaba en el bolsillo de su ya no impoluta camisa blanca, la había obtenido de una misteriosa mujer, más bien un pibón rubio, que había conocido en las dianas. De perdidos al río, decidió aceptar el envite.

No sin mantener un duelo de miradas con el tremendo portero a quien creía conocer, se introdujo en el salón. Unos amplios ventanales con vistas a la Plaza del Castillo dejaban entrar la luz del día. La música resonaba festivamente por el amplio y abarrotado salón de madera, sobre el cual parejas y cuadrillas trataban de bailar y comer chocolate con churros a la vez, algunos con más fortuna que otros. Tratando inútilmente de pasar desapercibido, arrebató un chocolate caliente del camarero que pasaba  sigiloso. Lo bebió de un trago, percatándose tarde de que estaba ardiendo. Raudo y veloz, muy suyamente, lo despachó sin miramientos por el balcón mediante una perfecta arcada. Tope sanferminero. Para disimular, con destreza se introdujo en un magnífico trenecito formado por los asistentes que recorría toda la estancia bailando con la música. Con tan buena suerte, siempre ella, de acabar en el vagón del pibón rubio.

-Hai Papytu, has venido. Contenta de verte- chapurreó la esbelta nórdica.

El perfume que desprendía su lisa melena le puso de un bruto supino. Quizás la falta de sueño, mezclado con el sabor a chocolate  y la falta de vergüenza torera típica en él, hizo el resto. Gozando gracias a su altura de un contrapicado que desembocaba en su escote, sintió que empezaba a sentirse  Papy Toyduro. Acomodándose en su rebotudo trasero, siguió caminando en el trenecito. Más que trenecito, era el tren del amor. Manteniéndose detrás de su ya cercana amiga, logró mantener el paso más obsceno que ha parido madre. Sin inmutarse. Serio. Pitudo. La neska, fresca, milagrosamente recién duchada, se acomodaba al infernal vaivén del tren. pam, pam, pa pam….Uffff,ufffff, pifiaba  un viejo que ridículamente hacía de locomotora, pim pam pim pam la orquesta seguía tocando la infernal sonata.

Fue entonces cuando sintió una auténtica erección. Incontrolable, de hierro, cuál pilar heleno, consistente, magnífica y soberbia. la música tronaba, pam que pam ta tan da da dan,……dale don dale, no queriendo soltarla ni ella a él. Los movimientos empezaban a ser de un lascivo que no recordaban ni los más añejos del lugar conocedores de las bondades del mono Charlie de la taconera. La verdad es que estaba disfrutando al máximo del baile de la alpargata, que no es baile si no hay gata, pensó para sus adentros.

En este trance estaba nuestro sufrido protagonista cuando hizo entrada en el baile un nutrido grupo que rodeaba una figura, a la cuál no se podía distinguir debido a que tenía su rostro embadurnado con chocolate. Al principio, con la guardia baja y la lívido muy alta, no le prestó atención. Estaba en su microcosmos particular, a gusto, disfrutando del roce. Hasta que vio al portero con porte simiesca señalarle con el dedo. La música había pasado a ser un vals, terreno en el cuál Papytu se desenvolvía como pez en aceite hirviendo. A espasmos.

-Allá esta, a por él-  un pelotón de corajudos forzudos se le echaba encima.

Papytu Madre, dándole un beso en el cuello, se separó de su odalisca. Conforme llegaba el portero, le hizo una llave tan rápida y sorpresiva que para cuando se dieron cuenta estaba el hormonado ejemplar besando la madera, a la vez que nuestro protagonista , ocultando su  mano dentro del bolsillo, aseguraba a sus contrincantes:

-Estoy armado, así que si no queréis salir en sucesos, apartaros de mi camino.

La realidad  era la siguiente: sí que se estaba armado, bien armado ,armando una buena mientras era amado por la belleza nórdica. Un alargado bulto se dejaba ver a la altura de su cintura. Manteniendo fríamente la mirada y espectacularmente su arma tras la lucha, cogió lentamente el brazo de la rubia, que le miraba como quien ve en plena batalla a un unicornio. Los dos están dotados divinamente de miembros afilados y mágicos.

Con gallardía torera, Papytu Madre se dirigió procelosamente hacia la salida. Allá, bajo el dintel de la puerta, unos ojos infernales escupían fuego debajo de una capa de chocolate, asemejándose a un morenito.

-Ya nos veremos Papytu. Pagarás por esto- le amenazó.

Nuestro gallardo héroe, practicando el dudoso arte de la peineta, abandonaba el baile de la alpargata felizmente armado y mejor acompañado, bajo la mirada atónita de la marabunta. La orquesta empezó a atacar  “Paquito el Chocolatero.”

 

(Continuará…)