Archivo por días: 2 de agosto de 2013


MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN

LA BENDICIÓN

 

A las 7:55, Patxi Rámila pide la primera bendición al santo frente a la hornacina de la cuesta de santo Domingo. Como todos los mozos, se emociona cuando exclama: “¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín!”. Dos minutos después, a las 7:57, se repite el ritual, esta vez en euskera, y las manos vuelven a blandir el secular testigo de los periódicos, bajo la atenta mirada del santo entre los pañuelos de las peñas y del público, que se agolpa sobre su cabeza en la calle de santo Domingo. “Entzun arren San Fermín/ zu zaitugu patroi/ zuzendu gure oinarrak/ entzierru hontan otoi», entona Patxi, y aguarda a la tercera y última plegaria, brincando para calentar los músculos. La marea afina el cántico y el joven despliega mecánicamente el diario antes de galopar por el primer tramo del encierro. “El joven, que responde al nombre de Patxi Rámila, resultó herido por asta de toro y su pronóstico es reservado”, lee el mozo en la primera página. La fecha es del día siguiente, ocho de julio, y Patxi se encarama a la barrera protectora y musita para su pañuelo rojo: “Muchas gracias, San Fermín. Eskerrik asko, San Fermín”.

 

ALBERTO DE FRUTOS DÁVALOS

 

 

La delgada línea roja

 

La gente corre, huye despavorida desde primera hora de la mañana. La noche no ha dado tregua y refleja el cansancio y el sueño en los ojos de los que aún aguantan en pie, con sus uniformes en harapos y tintados del mismo color de la sangre. La ciudad presenta un aspecto desolador y los jardines se han convertido en improvisadas fosas comunes sobre los que reposan miles de cuerpos destrozados y malolientes. Un hedor nauseabundo impera en las calles, y el crujir de cristales rotos se hace notar en cada pisada. Y tú, que como cada noche tuviste que presenciar el fuego cruzado, los disparos iluminando el cielo y las nubes inmensas de humo gris y ceniza que dejaban a su paso, te preguntas qué cojones haces aquí, tan lejos de tu tierra y de tu familia. Qué narices te hace marcar, como a todos nosotros, el día 6 de julio con boli rojo en el calendario.

 

Javier Casado Mayayo

 

 

porque lo llevo en la sangre

 

Los canticos a la efigie del patrón han cesado ya y queda el murmullo incesante de las almas nerviosas aderezado de algún que otro empujón, los minutos pasan demasiado despacio y le ganan la batalla a la ansiedad. A este lado nosotros y tras la puerta esas enormes bestias que decidirán si la fiesta sigue o termina aquí, pienso en ellos y en que me pesan las piernas, y pienso en si hoy seré capaz de competir contra ellos,capaz de tener el temple suficiente para,al menos durante unos segundos, situarme entre la cornamenta ambiciosa de un Miura y guiarlo a su destino. Miro a los guiris sucios de vino y aún ebrios, una chica con chanclas y su amiguito de fiesta con un enorme sombrero de una marca de cerveza mientras un policía los invita a salir del recorrido mientras estos increpan en su idioma al hombre que probablemente les está salvando el pellejo. El murmullo crece, los toros están a punto de salir, es la hora, todos empezamos a dar saltitos nerviosos, suena el cohete, abren la puerta… Ahora solo tengo una pregunta ¿Por qué hago esto? Porque está impreso en mi A.D.N, porque lo llevo en la sangre.

 

jose antonio lopez prieto

 

 


MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN

Su último encierro

 

Esteban aceptó el trabajo de conductor de ambulancias por inercia y con desazón, después de vivir varios años dando tumbos fuera de Pamplona, cuando volvió a su ciudad natal, rozando los 40, hubiera sido incluso estúpido no hacerlo. Sin embargo pese a no gustarle el trabajo, la primera semana de julio le resultaba excitante, sin saber por qué, Esteban deseaba ansioso que alguien marcara el 112 y la llamada de emergencia le alertara de una cogida en los encierros. Él, que nunca se atrevió a correr delante de un toro, como lo hizo primero su abuelo, como después lo hizo su padre y como ahora lo hacían sus hermanos, quizás viese recompensado su papel de corredor frustrado después de tantos años. Siete de julio de 2012, días aún sin emociones. El sonido del teléfono lo despierta de su ensimismamiento y, excitado, apaga deprisa el cigarrillo a medio fumar y arranca la ambulancia. Ojalá sea un americano, piensa mientras se abre paso entre la gente que, desconcertada y morbosa, rodea el cuerpo, apenas ya latente de un hombre. Fernando grita Esteban con voz desesperada, al reconocer a su hermano tendido en el suelo y jurándose a sí mismo que ese sería su último encierro.

 

Cristina Salan Barrionuevo

 

 

Mi primera vez

 

Esos dos ojos negros me miraban fijamente. El pelo castaño no le suavizaba las facciones, al contrario, le hacía parecer más furioso. Era mi primera vez, y tenía claro que si quería ganarme el respeto de la gente, primero tendría que ganarme el suyo. Le sostuve la mirada un poco más. Estaba lista. Anudé mis zapatillas, reforcé el nudo de mi pañuelo rojo y salté la valla. El estaba esperándome. Comencé a correr sin mirar atrás, dándole la espalda a esos ojos negros que solo esperaban mi caída. El corazón se me salía por la boca. En mitad de la calle un hombre tirado me dificulta el paso. Consigo esquivarle, pero también lo hace el. Ya estoy cerca, unas cuantas zancadas más y lo consigo. El aprieta el paso pero yo no me dejo vencer tan rápido y acelero. La entrada es un peligro, hay mucha gente. Cierro los ojos, aprieto los dientes y sigo corriendo. Cuando los vuelvo a abrir estoy dentro. Salto al burladero y asomo la cabeza para encontrarlo de frente. Veo en sus ojos el respeto que me he ganado, alargo la mano y toco su cuerno antes de que se marche a buscar a otro al que astillar.

 

Maria José Saíz Durán

 

 

La fiesta luminosa

 

Su memoria se había convertido en un coladero por el que se escurrían casi todos sus recuerdos; se había olvidado de vivir y de la mayor parte de lo que había vivido; pero se acordaba de algo, de un episodio que resplandecía en la oscuridad de su memoria: la fiesta luminosa que vivió, mucho tiempo atrás, en una plaza atestada de hombres, mujeres y niños vestidos de blanco. Unos segundos después de que lanzaran el chupinazo desde el balcón del Ayuntamiento, ella, mientras se ataba el pañuelo rojo al cuello en medio del jolgorio reinante, le miró con intensidad un segundo antes de pronunciar unas palabras. Ella, el amor. En la siguiente semana, el viejo muy viejo se recreó una y otra vez en la fiesta luminosa, el momento culminante de su existencia, el 6 de Julio, el día en que todo lo mejor de su vida empezó. En una de las recreaciones, en la cama de la habitación del geriátrico donde residía desde su viudez, tras devolverle la mirada a ella, el viejo muy viejo cerró definitivamente los ojos acunado por el eco de una voz, la más hermosa que jamás escuchó: “¡Viva San Fermín! Mi nombre es Clara”.

 

Salvador Robles Miras