Archivo por días: 28 de octubre de 2013


Almohadilleros 3

Estos sanfermines he hecho un experimento que no había hecho hasta ahora. Al acabar una corrida, procedía a salir del coso cuando inesperadamente un grito gutural me hizo girarme y volver adentro. Un viejo amigo me saludaba plantado en uno de los vomitorios que da acceso al tendido. Lo de plantado es literal. Tuve que desandar yo lo andado para llegar hasta él. Tras los abrazos y exaltaciones propias del ambiente, me metió una chapa bastante destacable sobre algún tema del que ya no me acuerdo, y mientras me sermoneaba, yo iba fijándome en la proliferación de efectivos con mono de trabajo por los tendidos, gradas y andanadas.

Normalmente es llamativo ver cómo punkis y gitanos se abastecen de restos, pero esto era diferente. Las brigadas de limpieza empezaban a desplegarse por el graderío. Así que cuando el colega dio por culminada su diatriba, el menda se quedó absorto siguiendo las evoluciones de los recogedores de almohadillas.

Hasta el punto de que decidí acomodarme. Me senté y empecé a disfrutar con la destreza de los recogedores de almohadillas. De cómo un primer operario recoge las almohadillas de la barrera y las va dejando en la fila superior. De cómo un segundo operario le sigue a escasos metros por esa fila superior haciendo lo propio, y así sucesivamente una procesión escalonada de operarios, avanzando en perfecta diagonal, logra que en segundos todas las almohadillas se vayan acumulando en el pasillo que hay a medio tendido. De cómo otros compañeros las van acumulado entre las manos, tacándolas contra el cemento del tendido con unos golpecitos certeros para igualarlas, y apilándolas luego en torres de medidas similares, juntando bloques de cuatro o cinco de esas torres.

Y de cómo finalmente sacan unas cinchas con una hebilla y con ellas rodean el bloque de almohadillas, como flejándolas, con una precisión admirable. Hecho esto, utilizan la propia cincha como asa para echarse a la espalda el bloque y desaparecer con él por las bocas que dan a los ambigús, para reaparecer escasos segundos después para ocuparse del siguiente fardo.

Sólo dos cosas me despistaron en aquellos momentos. Unos gitanillos que valoraban si llevarse o no un melón entero que alguien había olvidado (hay que señalar que al final descartaron llevárselo), y la aparición de una niña que me invitaba a ir abandonando mi localidad. Me llamó la atención que esa labor de ir echando a los cuatro desgarramantas que quedábamos por ahí la llevara a cabo una niña, muy amable por cierto. Le dije risueñamente que enseguida me marcharía, y ella tuvo la cintura de los grandes árbitros, no insistió y me dejó quedarme un poco más a terminar de disfrutar del espectáculo.

Esa misma noche, me retiraba a mis aposentos alrededor de las cuatro a.m., y me encontré con un chaval al que conozco que acababa de salir de la plaza de las tareas de limpieza. Hacía siete horas que la niña me pedía que saliera. Faltaban dos horas para que la gente volviera a ocupar los tendidos para ver el encierro.