Capítulo VI . De estatuas móviles e inmóviles.
Después del ineludible salto a la fuente de Nabarrería, la noche transcurrió de manera embriagadora, no sólo por los bebedizos, que también, sino por la compañía y la temperatura ambiente. Lou-Lou, tras la descarga repleta de adrenalina y vértigo del salto, ya repuesta, charlaba alegremente, galoise en mano, con las personas, algunas humanas, otros meros engendros con piernas que poblaban las calles.
Ernesto seguía de jarana con ella. Esa bota de las tres zetas hizo estragos entre los parroquianos y también en su blusa, marcándole de rojo granate sus otras dos espectaculares y juveniles zetas. Esto aún encendía más a las hordas, que atraídos ya por la belleza y arrojo de nuestra francesita, acudían a ella para intentar otro reto, aún más difícil y arriesgado: la ascensión e intento de conquista de nuestra protagonista.
No obstante, a pesar de todo ello, contemplaba cómo el gesto de Ernesto, antaño jovial y espléndidamente sembrado de su barba blanca, iba poco a poco cambiando con el transcurso de la noche. La sonrisa franca y alegre mudóse en un gesto más adusto y serio, como el que poco a poco va sintiendo el acercarse la mañana y con ello, el compromiso con la realidad mágica. Estampándole un beso, le cominó a que le dijera el porqué de ese entrecejo adusto.
-Se acerca la hora…Vámonos a almorzar…
No se había percatado de ello. La noche poco a poco fue deslizándose entre la riada humana dejando entrar, lenta pero inexorablemente al aún débil resplandor matutino. Esa simbiosis de luz en tan ambiguas horas hacían mezclarse a los gaupaseros con la gente que de impoluto blanco empezaba a poblar las calles de la vieja Iruña. Unas fiestas que transcurren a modo de una rueda sin fin ni concierto, ni noche ni día.
No tuvieron que andar mucho. Una puerta verde, comienzo de la estafeta, les aguardaba.. Las maderas en forma de escalera les condujeron a la primera planta.. Dos toques largos y uno corto anunciaron su presencia. Ésta se abrió y detrás de ella apareció, impoluto, un bigote a una nariz pegada a una altura de uno noventa. Era Papytu.
-Egunon Ernesto. Veo que vienes muy bien acompañado, -asintió mientras se dirigió gentilmente a Lou-Lou- Bonjour, madmoiselle¿Ca va bien? Pasad sin miedo, está todo preparado.
Vaya que si lo estaba. Sobre una ancha mesa, unos pantalones y camisetas blancos, fajas y pañuelos encarnados descansaban inertes, esperando que alguien les poseyera. Al otro lado, otra mesa igual de grande repleta de zumos, cafés, chocolate con churros y croissants De la otra estancia provenían susurros de queda conversación. Lou-Lou creyó escuchar conversaciones en japonés. Nada más entrar los contempló. Dos fornidos japos con cara impertérrita al lado de un anciano estaban sentados en el sofá, mientras sorbían a tragos cortos una botella ya menguada de Sake. Saludaron con un movimiento de cabeza y siguieron a lo suyo. Parecían estar en otro mundo, absortos y mirando hacia la ventana, de donde provenía un murmullo de gente Se dirigió hacia ella y vio el motivo: la calle engalanada, limpia y gris como un espejo sin luz, hacían resaltar los balcones repletos de gente de todas las edades, la mayoría de ellos dando cuenta del desayuno. El encierro estaba a punto de empezar.
– Es la hora, vamos.- Como un resorte, dos de los japos, Ernesto y el bigotudo se dirigieron hacia la puerta. Lou-Lou rápida y felinamente, le cogió a Ernesto del brazo.
– Voy con vosotros.
Asintiendo con los hombros, Papytu, con tenso gesto, se dirigió a Ernesto:
-Bajo tu responsabilidad. Yo me voy con estos dos.
Tras descender de dos en dos las escaleras, Papytu se dirigió a ellos.
– Esperaremos a que suene el chupinazo que da comienzo al encierro. Yo me voy con los japos, vosotros os quedáis en el dintel de la puerta, detrás de la marabunta,quietos y veis pasar a los toros, cómo siempre. Suerte y al toro.
La espera tras la puerta la recordaría Lou- Lou como el momento mas tenso de su vida. Un silencio acompasado de respiraciones agitadas y nervios, muchos nervios. La boca seca. Parecían el quinteto de la muerte. Junto a la puerta, con la mano en la manilla, Papytu. Detrás de él, los dos japos frente a frente, face to face, retándose con las miradas, tensos. Un poco más alejados, Ernesto y Lou-Lou, agarrados de la mano como dos novios, esperando a salir de casa y dar un romántico paseo por el parque.
Sólo que en vez de un bucólico parque,
La Estafeta a las ocho menos un minuto.
En lugar de cálidos arrumacos,
Empujones,caídas y codazos.
Muerte anunciando jaque,
Violencia, carreras, gritos , sustos
Y por encima de todos ellos, afierados
media docena de astifinos morlacos
Sustituyendo a los dulces helados.
(Continuará…)