Archivo por meses: marzo 2014


HEMENDIK LAU HILABETERA – DE AQUÍ A CUATRO MESES 1

 

De aquí a cuatro meses, sonará el despertador a eso de las 6.50 y en mi interior pensaré:

—No puede ser cierto.

Los pasos que de por el pasillo de casa me indicarán si sigo borracho o no. El resultado tampoco alterará la rutina.

Me vestiré de blanco inmaculado, con el pañuelo y el polo de mi peña y me encaminaré a Santo Domingo. Recordaré coger la entrada de los toros y la txartela de la comida. En la cuesta coincidiré con viejos conocidos alguno de los cuales solo veo de año en año. Aparecerá  alguien de gaupasa. (También podría ser yo). Levantaré el cartel del cántico bilingüe y tras el encierro, pasaremos los minutos hasta el almuerzo tomando “angelitas” (moscatel con sifón), mientras los putos castas compran churros en la Mañueta.

Almorzaré en el Irrintzi y me encaminaré hacia la peña Anaitasuna, que celebrará el día del socio. Habrá un lunch que no probaré y beberé unos kalimotxos para ir entonando el cuerpo. Salida mañanera con la peña y a comer en la piscina. Quizá llegaré a  la foto oficial, o quizás no, y rumbo a la primera de feria con el emotivo momento de entrada y el cántico del himno de las cortes de Navarra.

Primera salida peñera, bailes, más kalimotxos y llegada al Anaita, hogar dulce hogar, donde el perímetro de seguridad nos impedirá alejarnos mucho de allí en varios días salvo para casos excepcionales. La noche se alargará lo que el cuerpo decida. Y lo que quedará todavía…


Highball 2

 

El Highball encierra una serie de cócteles preparados a base de Bourbon y soda.

La primera vez que me ofrecieron un Highball pensaba que me estaban tomando el pelo. Un compañero de trabajo de la zona de Malerreka me habló de él, allí es más común ya que es una bebida que la han traído aquellos que fueron a trabajar a Estados Unidos de jóvenes.

Se trata de mezclar en un vaso, lleno de hielos, un chorrito de Bourbon americano y abundante Sprite, Seven Up o similar. Es importante hacer hincapié en esto, en lo del chorrito, de lo contrario resulta bastante fuerte. La cantidad equivalente a ese chorrito de dosificador que te echan en tierras británicas cuando pides un cubata.

Durante los sanfermines no es muy habitual que la gente tome estos cócteles, quizá en alguna terraza de la plaza del castillo, los norteamericanos lo beban como aperitivo.

Yo lo probé un seis de julio, en vaso de plástico, a treinta y cinco grados al sol, en la calle y, a pesar de todo, reconozco que me supo rico. Es que un 6 de julio qué no te sabe rico…

A ver si tenéis opción de probarlo.

Highball


Botellón en la plaza de los Burgos 2

La plaza de los Burgos es un increíble espacio abierto dentro del apelotonamiento callejeril del casco viejo pamplonés. No es el único, pero si alguien nos obligara a citar un espacio abierto dentro del apelotonamiento callejeril del casco viejo pamplonés, apuesto a que nadie lo citaría en primer lugar, salvo algún recalcitrante que por residir en la plaza sí lo haría, pero habría que descalificarlo por falta de objetividad.

Históricamente se trata de una plaza que vivía de espaldas a la fiesta. Es como si el recorrido del encierro marcara una línea roja a partir de la cual hacia un lado todo era desparrame, y hacia el otro calma, quietud y oscuridad. Ayudaba el no tener bares, así como el no ser zona de paso entre zonas de bares. Todo ello muy paradójico, ya que la plaza debe su nombre a los antiguos burgos de la ciudad, que confluían en la contigua plaza consistorial actual. Las únicas veces que los no residentes caíamos por ahí era cuando salíamos de los almacenes Unzu por la puerta de atrás. ¿Lo veis? Otra vez: la puerta de atrás.

Luego vino el afán por integrarla, y con bastante lógica, ya que su disposición urbanística la convierte en espacio escénico inmejorable. Los conciertos de ritmos sudamericanos y los recitales de jazz empezaron a ocuparla, si bien quien mejor ha sabido adaptarse y adaptarla ha sido el fenómeno del botellón.

burgos

Un amigo de un gran amigo mío me confesaba hace poco que el año pasado hizo botellón dos veces en la plaza de los Burgos. Qué vergüenza, a su edad, pensé. Y me lo explicó: una noche, un rato antes de que la plaza se fuera llenando de jazzadictos, él y sus amigos decidieron que no iban a cenar en un retaurante, sino que iban a comprarse las cosas en algún chino y se las comerían en la puta calle, moleste a quien moleste. La idea evolucionó a mejor, y acabaron comprando unos bocatas de jamón del bueno y sacaron unas cervezas del Vallado, e intentaron instalarse en el graderío de los porches de la plaza de los Burgos. Por razones de higiene elemental no pudieron aposentarse, sino que tuvieron que dar buena cuenta de la improvisada cena de pie. La mugre y los charcos de líquidos cualesquiera les privó del deseado placer. Alguien se les había adelantado y había dejado la plaza impracticable.

La segunda vez fue con toda la plaza para él. Al parecer acudió con la familia a ver el encierro en la plaza de toros con tan buena suerte de que no era el día 13. Y para seguir con el plan, decidieron bajar a la Mañueta a comprar los consabidos churros. Tras jalarse la cola de rigor, en la que tuvieron que hacer verdaderos equilibrios para evitar el chorro del camión-fregona, se hicieron con los churros y se agenciaron unos chocolates calientes con la clara idea de disfrutarlo todo cómodamente sentados en la plaza de los Burgos. Accedieron por las escalericas de la Mañueta, y se encontraron con toda la plaza para ellos. Sin embargo, tampoco pudieron aprovechar. Iban con niños, y hubo que salir por piernas, ya que no había metro cuadrado libre de cascos de botellas, ora enteros, ora rotos. De nuevo estaba claro que se les habían adelantado y habían dejado la plaza impracticable.

Dos veces quiso hacer botellón en la plaza, y dos veces se quedó en intento. No podrá por tanto indignarse con que se haga botellón, si acaso con que otro botellón deje impracticable la plaza.


Mis bares favoritos (IV) 3

Uno de los bares que más frecuento en mi calle, no solo en San Fermín sino también durante la travesía del desierto, es el Hilarión, epicentro de ese decámetro hostelero donde también brillan el Sarría, el Estafeta, el Evaristo, La Granja o el Fitero.

El Hilarión es un sitio que llevo pisando más de veinte años, he conocido al menos dos reformas y siempre estoy a gusto, ya sea una tarde de domingo lluvioso, echando un pote antes de la cena de Nochebuena, disfrazado en Nochevieja o con el pañuelo recién anudado en el mediodía del 6 de julio.

Me gustan sus pintxos, su tortilla de patatas con ali oli, sus cañas, sus menús del día y sus cubatas, me gusta quedar ahí con mis amigos, ya sean diarios, semestrales o anuales y me gusta ver el telediario de las 3 con Juan, aunque Rajoy anuncie que me va a bajar el sueldo.

Curiosamente, hoy, tercer peldaño de la escalera de 2014, no entraré.

Los lunes cierra.

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Grupo de tenistas, con el uniforme de Wimbledon, festejan la victoria de Nadal en 2008 (Foto F. Barranquero)