4º clasificado: «Instinto» de David Gracia Estañán.
7 de julio. Había llegado el ansiado día, la fecha marcada en rojo. Y ella estaba completamente vestida de blanco y con las ojeras de no haber pegado ojo en toda la noche.
7:59. Santo Domingo abarrotado. Los mozos agotaban los nervios entonando el último cántico. Para unos cuantos era su primera vez. También para ella, que comprendía mejor que nunca ese desasosiego. Escuchó prender la mecha a través del televisor. Su marido y los demás habían ido a la estancia contigua para ver el encierro, pero ella necesitaba estar sola.
8:00. Estalló el cohete y los toros enfilaron la cuesta. Cerró los ojos y sólo pensó en su retoño. Algunos gritos en el televisor. Una cornada. Las manos al vientre. Instinto maternal. Y gritó como si se le escapase la vida en aquel desgarro.
8:24. Su marido estaba junto a la camilla, agarrándole la mano. La comadrona les sonrió: “Es un niño precioso, ¿sabéis cómo lo vais a llamar?”.
5º clasificado: «Edu» de Daniel Ramírez García-Mina.
Faltan quince minutos para las siete. Un sol rojizo colorea poco a poco los adoquines que Eduardo pisa una y otra vez. Ya es la hora, llega tarde. Corre girando la cabeza de un lado a otro con una mano metida en el bolsillo. Dentro, sus dedos esquivan el móvil, las servilletas, un mechero y alguna que otra cosa en busca de un papel.
Lo encuentra y se detiene en seco en mitad de la calle. Al desdoblarlo aparecen esas letras garabateadas en lápiz que desvelan la línea de meta de hoy. ¡Salen de Chapitela!
En cuanto llega se le pone la piel de gallina. Eduardo alza la mano, marcando un número, con la esperanza de acertar la primera. Mientras tanto, se respira un silencio casi absoluto, mantenido incluso por los que llevan varias copas de más. Va a hablar el maestro. Suena la música y el corazón de Eduardo explota porque ya no puede cobijar más sentimientos. Alza los brazos, agitándolos de un lado a otro, saltando, con los ojos humedecidos y viendo cómo su hijo y los suyos acuden a la cita para recoger el testigo. Lo ha conseguido. Son las dianas. Ese momento, su momento.
6º clasificado: «Nekez idatzi daitekeen kronika» de Ander Perez Argote.
Bada sanferminak uztailaren 6ko txupinazoarekin hasten direla dioenik. Ez da erabat zehatza. Akaso, aurreko gaueko urduritasunean lo hartu gabeko orduak gehitu beharko genizkioke kontaketa ofizialari. Leihoak zabaldu eta zuri garbiz jantzitako iruindarren mugimendu nahasia ikustean, gure bihotzek taupaka ematen dituzten segunduak. Denboran zenbagaitzak diren ahotik kendu ezineko irribarreak. Ezezagunei, kalean gurutzatzean, luzatutako begirada konplizeak. Arraultz frijituen gorringoan txas-txas emandako uneak.
Txupinazoa, izatekotan, jaiak dagoeneko hasi direlaren konstatazio perfektuena da. Bat egiten du suziriaren eztandak lehenengo dunbalak kolpeekin. Eta ordutik aurrerakoa, nekez idatzi daitekeen kronika da. Bere burua kiribilduz eratzen doan espiral aurreikusezina. Inork ez baitaki zenbat izanen diren etxeko atarian bertan jarritako mahaiaren bueltan bazkaltzen izanen direnak. Inork ez baitaki zenbat txupete jantziko dituen soinean Toko-tokok, zenbat besarkadetan hustuko den norbera aspaldi ikusi gabeko lagunekin, zenbat zartada jasoko dituen Caravinagre maltzurraren eskutik. Urterokoa izanagatik, asmatu ezinak direlako norberak barrenean sentituko dituen zirrarak, bizitza oso baten soinu banda diren txarangen doinuak entzuterakoan.
Eta dena amaitu dela dirudienean, uztaileko eguzkipean eskegitako arropa zurigorriek gordetzen dute, isilpean, bederatzi egunez jazotako sekretua. Eta keinu egiten diete eguzki izpiei, hurrengo urtean, berriz, elkar ikusiko dutelakoan.
Una crónica difícil de escribir
Hay quien dice que los Sanfermines empiezan con el txupinazo del 6 de julio. No es del todo exacto. Probablemente, habría que sumar a la cuenta oficial las horas pasadas en vela la noche anterior, fruto del nerviosismo. Habría que sumar también los segundos en los que nuestros corazones laten al abrir las ventanas y ver el movimiento desordenado de pamploneses y pamplonesas, vestidos de blanco inmaculado. Habría que sumar las sonrisas imborrables y que es difícil de medir en duración. Las miradas cómplices que se intercambian con los desconocidos al cruzarse por la calle. Los instantes untando la yema del huevo.
El txupinazo, de ser algo, es la constatación más perfecta de que las fiestas ya han comenzado. El estallido del cohete se funde con los primeros golpes de los bombos. Y a partir de ahí, la crónica es difícil de escribir. Una espiral imprevisible que se forma enroscándose sobre sí misma. Porque nadie sabe cuántos serán los que comerán alrededor de las mesas colocadas delante de los portales de las casas. Porque nadie sabe cuántos chupetes adornarán el vestido de Toko-toko, en cuantos abrazos se fundirá cada uno con esos amigos a quienes no ha visto desde hace tiempo, cuantos vergazos recibirá de manos del malvado Caravinagre. Porque, a pesar de repetirse cada año, no se pueden prever las emociones que cada uno sentirá en su interior, al escuchar los sonidos de unas txarangas que son la banda sonora de toda una vida.
Y cuando parece que todo ha acabado, las ropas rojas y blancas tendidas al sol de julio guardan, en silencio, el secreto acaecido en esos nueve días. Y hacen un guiño a los rayos del sol, con la esperanza de volver a verse el año próximo.
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