Los kilikis nunca duermen 1
Es una excursión a una gruta misteriosa que se abre en medio de la ciudad. Les han subido al autobús y les dicen que no tengan miedo, que aquellas figuras ahora no se mueven, que duermen aunque tengan los ojos abiertos. Ellos tienen cinco años y abren los suyos como platos. Alguno no se ha atrevido, porque le da pánico y no se fía de que, en un descuido, cobren vida y comiencen las carreras y los gritos…y en una cueva es difícil escapar.
El autobús desciende por una cuesta a las profundidades de una oscuridad que hace que a muchos les empiece a palpitar el corazón más deprisa si cabe. Se miran excitados mientras sus piernas cuelgan de los sillones sin tocar el suelo. El autobús se para y obedecen la orden de bajar de la mano del compañero.
Allí están, petrificados, inmóviles. No suena la música.
Aprieta con fuerza la mano de su compañera y nota cómo le suda por los nervios. Alguno grita ¡CARAVINAGRE! Se tapa la cara y mira de reojo entre los dedos para asegurarse de que el temido kiliki no se mueve. Las explicaciones les tranquilizan y son capaces de acercarse, de tocar sus ropas, y cerciorarse de que están congelados, a la espera de salir de su madriguera el día 6 de julio, ascender la cuesta con el jolgorio de gaitas y chistus, y comenzar a perseguir niños.
Él no se ha atrevido ni a acercarse y permanece detrás del profesor, agazapado. Son demasiadas mañanas detrás de los gigantes y sabe que, en algún momento, aunque parezcan despistados, girarán el enorme cabezón y la verga impactará en su cabeza.
Al terminar la visita, sus temores se confirman. Sólo él lo ha visto, pero está seguro de que cuando se estaban despidiendo PATATA le ha guiñado un ojo.