VI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
PLANETA PAMPLONA
Antonio ávila Calmaestra
X-56345 a nave nodriza: el planeta a conquistar se llama Pamplona y está regentado por un tal San Fermín, al que los pamplonicas dedican diariamente cánticos rituales de exaltación. Después, realizan sacrificios humanos (algunas veces) y animales (todos los días) en sus templos redondos. Nuestro objetivo de sembrar el pánico está resultando imposible. Cuando nos materializamos en alguna parte, la multitud nos lanza unas piezas redondas llamadas ‘Euros’ y genera un ruido llamado ‘aplaudir’ que nos aturde hasta desear la muerte… ¿Me reciben?…¡Estamos en peligro!…Dos pamplonicas se han separado del resto y se acercan emitiendo terribles sonidos. No paran de referirse a nosotros como ‘coleguitas’ mientras intentan envenenarnos con un brebaje denominado ‘kalimotxo’ tremendamente adictivo. Procedemos a autoinmolación. Cambio y corto…¡BOOOOUUUUM!
– La hostia, pues han reventao, Patxi
– Bai, Andoni, los extranjeros que no saben beber.
LA VIDA, POR LOS CUERNOS
Carlota Alonso Rodríguez
Aquella mañana se despertó muy temprano, aturdido por los nervios que recorrían su cuerpo, ansioso por cumplir con las expectativas puestas en él. Incapaz de concebir el sueño de nuevo, decidió dar un paseo por la magnífica finca que era ahora su hogar. Reconfortado por las suaves temperaturas estivales propias del mes de julio, reflexionó sobre su vida. Se llamaba Graciano, como el vino, y se había convertido en el mayor reclamo de los San Fermines de aquel año. Su fama como corredor no conocía fronteras. Tampoco su nobleza. Desde Navarra hasta Australia.
Llegada la hora, se encaminó junto al resto de sus compañeros a Pamplona, donde fueron recibidos con gritos de júbilo y expectación, como si de gladiadores se tratasen… Y Graciano se lanzó a la carrera, sereno, con sus dos astas por bandera, las cuatro fibrosas patas vibrando sobre el asfalto, sus seiscientos kilos de gallardía y agilidad, la piel negra y lustrosa en movimiento, y la mirada fija en aquellos competidores de pañuelo rojo y atuendo blanco que, ilusos, se afanaban en superar la fuerza de la naturaleza. Mientras se convertía en el protagonista del encierro, reconocía de nuevo la satisfactoria sensación de saberse nacido para la gloria.
NUNCA MAS
Belen Latienda Suescun
Doce menos cinco. Justo, justo. Aunque a tiempo.
Blanco de arriba a abajo. El pañuelico rojo en el bolsillo. Los huevos, la txistorra y las patatas en el plato. Un buen crianza en la copa.
Enciendo el ordenador. Este año es imprescindible.
-¡Natxo! ¡Natxo! ¡San Fermín! ¡San Fermín!
Ahí están todos. Nunca me fallan.
Mi sobrino, el mayor, abre el balcón.
Veo lo de siempre pero la lejanía lo engrandece. Me impresiona.
-¡Natxo! ¡Natxo! ¡San Fermín! ¡San Fermín!
Unas lagrimillas se me escapan.
Las doce.
La fiesta estalla.
Me pongo el pañuelo.
Mi cuñada canta una jota. La abuela, también de blanco y rojo, me envía un beso. Mis hermanos ponen orden entre la chiquillería que vociferan ¡Tío Natxo! como si no existiera un mañana. Mi padre, asomado a la ventana, no cesa de sacar fotografías del increible gentío que hay en la plaza. Y la cuadrilla, que este año no almuerza en nuestra bodeguica habitual para darme esta sorpresa, le hace la ola a mi madre que, con ojos llorosos, sigue repartiendo vino y jamón con tomate a diestro y siniestro.
Buen invento lo del Skype. Pero apago el ordenador jurándome que esto no se repetirá.
¡El próximo txupinazo estaré en Pamplona!