5 de Julio, Zahariche, Lora del Río, Sevilla.
19:00 PM.
Despejado, treinta y cinco grados a la sombra.
Desde el porche de la finca, Antonio Miura padre, entrecerrando los ojos, reflexiona. Jugueteando con el habano, piensa en la ardua tarea que le espera. Un calor asfixiante, seco y abrasador sigue vigente a pesar de que el atardecer se impone. Será su acompañante en una jornada señalada tiempo atrás en el calendario. La ya ritual llamada de La Meca,iniciada allá en el XIX. La responsabilidad de la divisa recae sobre sus hombros. Bueno, también sobre la de su hijo, que al galope, se acerca para tomar el café con su padre.
Hace ya varios días que los seis toros han sido apartados del resto de la manada. Imponentes de cara, largos como un tranvía, con leña por delante, irradian trapío por los cuatro costados. Están alerta, con la cabeza alta y las orejas desplegadas. Saben que hoy no es un día como otro cualquiera. Lo presienten y no les hace ninguna gracia.
Apurando el café, padre e hijo se dirigen con gesto serio hacia los corrales donde serán embarcados los seis hermanos. Saben que no va a ser un coser y cantar y que todo el trabajo de cuatro años se puede estropear si no se actúa con celeridad, silencio y saber hacer. Precisamente, eso es lo que llevan haciendo dos siglos en Zahariche.
Sin embargo, hay un ejemplar que parece el más tranquilo de todos. Debajo de la última encina, nuestro protagonista descansa, replegado sobre sus cuartos mientras rumia pasto frescos aderezados con bellota. Parece que no tiene prisa y se mantiene alejado del resto de la manada.625 Kg. de esencia miuresca embutido en un traje salinero.
-A ese lo dejamos para el postre, Antonio.
-Sí padre- responde el vástago
-¿Qué nombre le has puesto?
-Minutón.
-Ozú, tiene guasa.
El camión y los pastores ya están preparados. Al fondo, una nube de polvo se acerca hacia ellos. La estampa es sencillamente espectacular. Una mueca en forma de sonrisa inunda el rostro de Don Antonio .Cuatro jinetes al galope escoltan la formidable comitiva. A pesar de haberlo hecho cientos de veces, sigue sintiendo una mezcla de pena y orgullo difícil de explicar. Es como decir adiós a sus hijos, mandarlos a la guerra sabiendo a ciencia cierta que no los volverá a ver. Ley de vida.
Uno a uno, lo toros no sin protestar van entrando en el camión. Con dos de ellos ha habido que utilizar la garrocha de castigo para meterlos en los cajones. Ya solo falta el último. Su respiración suena fuerte y nítida. Está buscando al culpable de su situación Lanzando miradas siniestras, lo encuentra. Desafiante, cruza su mirada con los ojos del Mayoral, como pidiéndole explicaciones.
Por fín, tras diez minutos interminables, logran hacerlo entrar con parsimonia en el camión. Malhumorado, Minutón, dándose cuenta de que ha sido engañado, la emprende a coces contra las paredes del cajón. Levantando la cabeza, taladra el techo con su asta a escasos cinco centímetros del pie de Antonio hijo.
El motor del camión anuncia la partida. Con celeridad, Antonio hijo se abraza a su padre.
-Cuídamelos Antonio, te llevas lo mejor de la casa.
-Lo sé padre. Te llamo cuando lleguemos.
Una larga noche les espera a la expedición. Dentro de su cubículo, Minutón, número 8, 625 Kg., salinero, pone rumbo a las fiestas de Pamplona.
(Continuará…)
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