Archivos anuales: 2014


Yoyó literario sanferminero 3

Los sanfermines han sido un tema recurrente en mi obra, oh, mi obra, una obsesión literaria. El primer libro en que aparecieron fue en mi segunda novela, Ciudad Retrete, en la que uno de los personajes, el chatarrero y enfermo mental Animal, abandonaba la ciudad imaginaria de Jamerdana, mi Macondo foral, y viajaba a Pamplona para vender pañuelos, fajas y gorros “Gora Euskadi” en un puesto ambulante.  Animal se liaba con una americana que iba hasta las trancas de sangría y acababan magreándose en plena calle, junto a la estatua de un hierático e impotente Hemingway, al contrario que la beoda y excitada concurrencia, que animaba a la pareja a pasar a mayores.

 

Ilustración  original de Tasio para la portada de Cuentos sanfermineros

Ilustración original de Tasio para la portada de Cuentos sanfermineros

Pero para entonces ya había escrito también varios cuentos sanfermineros y muchos de ellos habían sido publicados en periódicos, la mayoría por capítulos. Por entonces (a principios de siglo), la prensa era un buen medio para escribir de ese modo, y los sanfermines una época del año propicia, en que la venta y lectura de periódicos aumentaba. No había internet, ni Facebook, ni mierdas de esas con las que hemos avanzado mucho pero nos han vuelto a todos también un poco más bobos y a los periodistas y escritores mucho más pobres. Reuní varios de esos cuentos en mi siguiente libro, Cuentos sanfermineros, para el que escribí un prólogo que pretendía ser un ensayo sobre el relato sanferminero, y en el que hablaba del mismo como subgénero literario, o de la trascendencia desde lo local a lo universal en los temas abordados (primeros encuentros con las drogas, el alcohol, la muerte, el sexo, ah, no el sexo no, que estamos hablando de Pamplona…). En la presentación de aquel libro me acompañó Idoia Saralegui, que aquel mismo año, solo unos días después tiraría el chupinazo. Para mí eso fue un flipe. Por lo demás, entre los cuentos recopilados, había algunos de los que más alegrías me han dado, como Fiambre, en el que el personaje saca a pasear a su abuelo muerto en una silla de ruedas durante unos sanfermines, a modo de despedida; cuento que al cabo de los años adapté para una obra teatral con la que gané el concurso de textos teatrales del Gayarre; o como ¡Ese Tocho!, que narra las peripecias eroticofestivas de una alcaldesa de Pamplona y un portero de Osasuna, y que aunque inicialmente escrito para prensa local, fue censurado en la misma y eso le permitió recorrer mundo y aparecer en dos antologías: Golpes. Ficciones de la crueldad social, compartiendo cartel con autores como Manuel Vilas, David González, Eloy Fernández-Porta…; y Cuentos de fútbol, junto a otros como Julio Llamazares, Javier Marías, Roberto Fontanarrosa, Juan Villoro…, todos ellos, todos nosotros, traducidos al italiano. Mi cuento apareció en esta ocasión, curiosamente, bajo el título L, Animale.

Los sanfermines también están presentes en Dios nunca reza. Los sanfermines de 2008, en concreto, en los que fue asesinada Nagore Lafagge, de quien hablo en las páginas de ese diario, uno de mis libros más queridos y más tristes y dolorosos. Aquel año fue también el que mi hermano se rompió la tibia y el peroné saltando desde el tendido a la arena de la plaza, creyendo que aún tenía veinte años.

En ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!, también hay varios capítulos dedicados a los sanfermines más lúbricos, más sucios y más gamberros. En esta sí se folla. El protagonista, por ejemplo, con el rostro cubierto por una careta de Caravinagre (en la edición digital, en la de papel creo recordar que era de Verrugas) hace el amor con una teutona en un balcón de Navarrería, mientras neozelandesas con el pubis en llamas se arrojan desnudas desde lo alto de la fuente de la Navarrería. Como la realidad siempre copia a la ficción estoy seguro de que algún día sucederá algo así (de hecho, creo que ya el pasado año se rodó alguna película porno durante los sanfermines). Por lo demás, el protagonista, además de actor porno,  era un barrendero pamplonés, como yo lo fui durante unos sanfermines y un verano, sin que ningún redactor jefe fuera capaz de aprovechar esa circunstancia y estuviera dispuesto a publicarme una crónica desde dentro del corazón de la bestia en la que contara cada día cómo había transcurrido, qué habíamos encontrado entre las toneladas de mierda que excretaba la ciudad. Fue una oportunidad perdida para el que habría sido uno de los grandes momentos de la literatura sanferminera, del que solo pude resarcirme años después escribiendo en Diario de Navarra una columna sobre los sanfermines con silleta, es decir, sobre mis sanfermines como padre de niños pequeños. Por supuesto, no era lo mismo ni por el forro, pero creo que hay ahí todo un filón periodístico desaprovechado, el San Fermín gonzo, que cada año se sacrifica para escribir siempre los mismos y manidos reportajes: los objetos perdidos en la consigna, el precio de las barracas y de los cubatas, la metereología y la chaquetica por la noche…

Termino de enrollar este yoyo sanferminero y literario, añadiendo que también en mis dos últimas obras, las fiestas están presentes: con un cuento titulado El año de la lengua azul en la ciudad del mundo al revés, en La tristeza de las tiendas de pelucas (libro que fue finalista del premio Setenil al mejor libro de relatos del año 2013 y finalista del Premio Euskadi 2014 –esto lo digo siempre que puedo porque no lo sabe nadie, no se ha hecho público, solo lo sabemos yo y el cartero que trajo la carta certificada en la que se notificaba-) (en este relato, como consecuencia de una enfermedad contagiosa del ganado bovino,  los toros son sustituidos por avestruces en los encierros y las corridas por un Madrid-Barça con las camisetas de los equipos cambiadas); y también en Atrapados en el paraíso, aquí ya de un modo tangencial, cuando cuento como el chupinazo de 2002 lo viví en el basurero de Manila, transmitido vía SMS por mi chica.

 

 


Aquellos encierros sin pantalla grande 1

Es un tópico que los momenticos de la fiesta no están en el programa, son aquellas tradiciones que cada uno intenta vivir año tras año. En eso consiste la fiesta, en intentar repetir el lugar, la compañía, el acto y el gesto que nos conecta con el presente, pero también con las fiestas que ya no volverán.

Volver a la plaza de toros para ver el encierro con tu hijo es muy diferente a cómo lo recuerdas cuando eras tú el que acompañaba a tu madre. Ahora vamos en coche y antes, en cambio, el viaje era en una villavesa atestada de madres cuyo perfume hacía que el cola-cao diera vueltas en tu estómago y rodeado de muchos niños ensopados en colonia nenuco. Recuerdo que el madrugón me parecía inmisericorde, una pelea desigual con las sábanas para vencer el sueño y desayunar rápido para no perder el autobús.

Había que llegar muy pronto al tendido, porque mi madre ni se planteaba pagar para subir a andanada. Durante el trayecto nos cruzábamos con una legión de personas andrajosas, que parecían extras salidos de La noche de los muertos vivientes, que regresaban casi arrastrándose a sus casas. Los miraba con sorpresa y mi madre sonreía con condescendencia meneando la cabeza.

En el tendido te acomodabas como podías y clavabas la mirada en el reloj. ¡Todavía faltan tres cuartos de hora! Y era cuando te distraías con la música del maestro Bravo que formaba un círculo en la plaza. Había una persona en el redondel que hacía el pino acompañado por un perro pastor alemán e iba arrastrando una manta para que la gente echara dinero desde el tendido. Creo que era sordomudo, según me decía mi madre, y no se libraba de algún pesetazo, aunque la gente lo respetaba.

El maestro Bravo murió en el año 1983, por tanto seguramente asistí a muchas de sus actuaciones con la banda y, en especial, a esa pieza que tocaban para despedirse, deshaciendo el círculo y dando la vuelta al ruedo.

Eso permanece intacto con su sucesor, Florentino Gallego, que lleva 20 años con la batuta y la pieza sigue sonando mientras yo le explico a mi hijo que ya falta poco.

La diferencia fundamental son las pantallas gigantes. Obviamente son un aliciente para ir a la plaza, pero antaño el sonido del cohete era la única señal de que la carrera había comenzado y había que fijar la mirada en el callejón. Con los años, sabías perfectamente a qué distancia llegaría la manada por la velocidad con la que iban entrando los mozos. En la plaza había un silencio contenido, casi litúrgico, con los silbidos pertinentes a los primeros que entraban, pero que no se rompía hasta que hacía su aparición el primer toro.

Ahora la pantalla gigante anticipa los gritos ante las embestidas de los bureles a lo largo del recorrido.

Había que contar rápido los toros, porque no sabías si faltaba alguno y, aunque no hubieras visto nada de lo ocurrido antes, por la tardanza podías intuir que había heridos. Incluso a veces la sangre en un cuerno o una prenda de ropa prendida en el asta hacía estallar en un gripo de horror a toda la plaza.

Tras le encierro, el espectáculo de vaquillas sigue como antaño, con los patas y guiris recibiendo estopa de las de Macua y, el cabestro dando sustos cuando sale por el toril y pilla de espaldas a los que citan a las vaquillas. Para mi hijo, como a mí por aquel entonces, eso es lo más divertido de todo.

Por casualidad descubrí no hace mucho que el pasodoble final tiene letra en el excelente blog de …

httpv://youtu.be/2EO2vl2PgAg


Visita bogotana 3

Muchas veces hemos hablado del tute que nos metemos durante los sanfermines. Desde el desayuno tras el encierro o el almuerzo es un no parar de comer, beber, saltar, bailar. Si en los primeros días la euforia y las ganas hacen que llevemos bastante bien las Fiestas, con el paso de los días los almaxes, espidifiens y resalines entran en nuestro menú para poder aguantar los fiestas. Si a nosotros nos cuesta, tengo la sensación de que a nuestros invitados muchos más, aunque vengan solo a pasar dos días.  El excesivo trajín y el bebercio son demasiado para la gente de allende la muga. Cuantas amigas me han pedido quedarse en la cama porque no aguantaban mi ritmo…

Cuento esto porque este año mi cuadrilla fue anfitriona de una familia bogotana. Como es una familia acomodada y aficionada a los toros preparamos para ellos unos sanfermines tranquilos con el toro como protagonista. Imaginando que después de los toros volverían al piso que tenían alquilado la mayoría de días para evitar el alboroto general, se les reservó balcón en la Estafeta, entradas para el Apartado y les agenciamos entradas para los toros del 6 al 11. Entendíamos que no podrían aguantar el ritmo de unos pamploneses de pro como nosotros. Pero no fue así amigos. El ambiente festivo nubló la mente de los cuatro visitantes y desde el almuerzo del día 6 hasta nuestra despedida el día 11 fue un no parar. No había forma de meterlos en casa. Les daba igual ir a las pijo txoznas o a Jarauta pasando por las casetas regionales. De las salsa y la bachata al zortziko y el Baile de la Era. Su afición taurina fue diluyéndose ante su afición por la jala y el ron. Sus entradas de sombra sustituidas por barreras se sol o por sobremesas mexicanas que chinaban el cuero. No había forma de meterlos en casa. Casi nos teníamos que turnar para poder aguantar su ritmo. La despedida fue emotiva. Ellos agradecidos por el trato y por los ratos pasados y nosotros porque al fin podríamos descansar y bajar el ritmo. Pero como era día 12 pensamos que ya descansaríamos el 15. A mí se me saltaban las lágrimas cuando al día siguiente recibí un whatsapp de ellos: “ Prometemos volver”.

 


ASETASUN – SATURACIÓN (I) 1

¡Bares qué lugares! cantaban los Gabinete Caligari hace años. Y es que, ¡qué sería de San Fermín sin bares!, pero, ¿cuántos?

En las últimas semanas ha saltado la polémica por la cantidad de licencias de bar que se han dado en los últimos años. Tras aquella famosa declaración de “zona saturada de bares”, ley que estuvo en vigor desde el año 1986 hasta el 2006, ha proliferado este tipo de negocio por el Casco Viejo. Y es que, desde que dejó de serlo, hasta un total de cuarenta y cinco licencias se han dado en los últimos años, de ellos, veintiuna en los tres últimos. Y se anuncian bastantes más en breve.

Esto ha hecho que calles de paso, como eran Comedias, Mercaderes o Curia se vean ahora llenas de bares, su clientela y sus correspondientes molestias a los vecinos. Además de la pérdida de otros comercios típicos que conlleva la abertura de este tipo de locales.

Los sufridores vecinos del casco viejo piden que no se den más licencias. Afirman que ya es suficiente. Personalmente tengo mis dudas, de que en una zona en la que ya hay cien bares, vaya a haber más problemas que antes porque pongas cinco o diez más, pero es evidente de que tampoco ayuda.

En tiempos de crisis, parece que la gente emprendedora ha optado por un clásico que parece que siempre ha funcionado: un bar. ¿Pero hasta cuándo será rentable? ¿La sed navarra puede abastecer a tantos? Lo dudo. Por lo menos no como hasta ahora.

¿Y en San Fermín? Pese al aumento del botellón los bares trabajan a destajo. Además de los habituales, se suman varias peñas, por no hablar de terrazas pijo-txozneras y esos comercios que hasta el cinco de julio son una zapatería, un ultramarinos o una tienda de móviles y que de repente se convierte en suministradores de todo tipo de accesorios para el botellón. La tarta a repartir durante las fiestas es enorme, pero la gente que pide su trozo también aumenta. Hasta ahora los alquileres en San Fermín de bares estaban a la orden del día. ¿Lo seguirán estando? ¿La gente tendrá seguridad de que va a sacar beneficio?

En los últimos años he tenido la sensación de que el fin de semana no es lo de antes. Que se puede entrar y pedir con total normalidad en lugares que años atrás no podías ni soñar. Y esta moda de nuevos locales no va ayudar a cambiar esta tendencia. Quizá en los siguientes años veamos las calles llenas pero los bares vacíos.

Las leyes del comercio son claras y si hay que repartir el negocio de la hostelería entre más gente, a los que ya están le toca a menos y esto tendrá que reventar a corto o medio plazo.


La Casta 6

No, el titular no va sobre la raza o bravura de los toros. Ni sobre una seguidora furibunda de las costumbres locales que si fuese masculino le llamarían «el casta».

2014: aspecto de los burladeros del Ayto. de Pamplona y Delegación del Gobierno.

2014: aspecto de los burladeros del Ayto. de Pamplona y Delegación del Gobierno (Canal Plus).

La acepción con la que debe interpretarse la palabra, en noviembre de 2014, es la que se refiere a la clase dirigente. Aquella a la que las encuestas, hoy en día, pintan un futuro negro.

No estoy por la labor de redactar un manifiesto comunista sanferminero. Además, con «Podemos» en el poder, desaparecería la tauromaquia, encierros incluidos. Pero en la Plaza de Toros de Pamplona, del 6 al 14 de julio,  se aprecia cada tarde un retrato tan esperpéntico del poder, que dan ganas de echarse al monte.

No me refiero al palco, donde tradicionalmente se concentran las autoridades. Ni a los tendidos, donde cada uno en su asiento puede celebrar la fiesta como le venga en gana. Me refiero a cuatro burladeros de servicio del callejón, que la clase política tomó hace mucho tiempo al asalto y a los que se aferran como al barco de Chanquete. Un espacio de trabajo convertido en zona vip, para gente a la que toros y toreros que se la están jugando a un metro, se la suda.

¿No es consciente aún la Delegada del Gobierno, del ridículo que hizo en 2013? ¿no son conscientes los consejeros zampabollos, de que aquello es un espacio de trabajo y no un palco de la Diputación? ¿no se dan cuenta que para divertirse con los amigos o la familia hay sitios mucho más discretos?¿no se mueren de vergüenza cuando aparece un ordenanza para llevarles la merienda y se queda con la copla toda la plaza? ¿tan de cemento tienen el rostro, para verse de esta guisa en la tele?

¿No tiene otro lugar el jefe de la Policía Municipal donde echarse la siesta? ¿un burladero de servicio es el lugar más adecuado para que el jefe de la Policía Foral, el comisario y sus señoras, tomen champán en copa de cristal?

Lo del baranda de la boina roja tiene agravante: según cuentan los periódicos, en 2015, pretenden pasar la factura a las empresas taurinas por cada servicio: a 600 euros la tarde. Van de gorra, beben champán, presumen con la parienta, curran sus subordinados… y encima pretenden cobrar.

Lo dicho, la casta. Una panda de roldanes. Adivinad quién fue uno de los primeros en asaltar a «mano armada» aquellos burladeros:

uis Roldán (foto Antonio Gabriel, "El Pais")

Luis Roldán con una pistola de agua en la plaza de Pamplona (foto Antonio Gabriel, «El Pais»)