Archivo por meses: junio 2015


Completando el cuadro (clasificados 7º al 10º) 1

7º clasificado: «Pure» de Carlos Remón Sanjuán.

July 6th, nearly 12. The right time to adjust the settings.

The rocket was launched into the cloud and the music downloaded onto the square and wired him up.

16.30 on his calendar, the Riau-Riau. The notes that he could never forget.

They headed for Navarrería for a meet-up. This is my space, he thought.

Later a girl looked at him, requesting a friendship. He could have chatted with her -hey, what’s up- but the sorbete made him choose stand-by mode.

His friends finally wouldn’t do the bull-run and he got the message. Mercaderes instead to get the most stunning street view. In the morning, when the sun photoshopped the cobbles with layers of gold, they’d maybe catch a glimpse of San Fermin, his profile streaming down to San Lorenzo.

When he decided to go home to switch off, friends were following him. The scarf and the sash still an attachment -also glowing necklaces with no application. Birds were tweeting. As he said agur to the group he raised his thumb and got 8 likes.

He searched his pocket for the keys. Only then did he realise he hadn’t used his smartphone all day.

He smirked. Sanfermines was augmented reality.

The real thing.

Pure

6 de julio, casi las 12. El momento preciso para ajustar la configuración.

Lanzaron el cohete a la nube y la música se descargó en la plaza, poniéndole en modo operativo.

Miró su agenda. A las 16:30: el Riau-Riau. Una cita que nunca se le podría olvidar.

Arrancaron hacia Navarrería, donde tenían una quedada. Éste es mi espacio, pensó.

Algo más tarde, una chica lo miró, enviándole una solicitud de amistad. Podría haber chateado con ella – hola, ¿qué tal?- pero el sorbete le hizo elegir el modo en espera.

Recibió un mensaje: al final, sus amigos no correrían el encierro. En su lugar, Mercaderes, para poder disfrutar de la vista más impresionante de la calle. Por la mañana, cuando el sol editara con Photoshop los adoquines con una capa de oro, quizás podrían captar un destello de San Fermín, mientras su perfil se descargara hacia San Lorenzo.

Cuando decidió irse a casa para desconectar, sus amigos continuaban siendo sus seguidores. El pañuelo y la faja, aún como adjuntos -además de brillantes collares sin ningún tipo de utilidad-. Los pájaros tuiteaban. Dijo “agur” al grupo, levantó el pulgar y consiguió 8 “me gusta”.

Buscó las llaves en su bolsillo. Solo entonces se dio cuenta de que no había usado el teléfono inteligente en todo el día.

Sonrió satisfecho. Los Sanfermines eran realidad aumentada.

Lo verdaderamente real.

8º clasificado: «Despierta, por favor» de Laura Sanchez Godoy.

Al son de un tambor te acercas y te alejas. Mis claros ojos están posados en ti. Bailo al ritmo de tu balanceo, del bailoteo de tu ropa y tu mantilla graciosa embriagado del olor que desprenden las flores  que engalanan tu pechera. Te sigo como la abeja borracha del néctar floral. Ignoro lo que acontece a mis pies, el jolgorio que proviene de mis faldones, el pasacalles, la gaita… no hay nadie más que tú, solo tú. Siempre tan cerca y tan lejos compañera.

Resuelta vienes  hacia mí pero me obligan a moverme. Cambia el sentido de mi camino. Me mezclo entre mis semejantes. Te pierdo entre quiebros y giros. Una vuelta, una vuelta más, otra más, no te veo y el pánico aparece ¿dónde estás mi señora?.  Hasta que llega por fin la quietud, la calma y apareces desafiante, sintiéndote altiva y poderosa, frente a frente. Y es en este precioso momento, atrapado en mi inerte cuerpo de monarca cuando confirmo que vendería mi corona y sus piedras preciosas, cortaría mi barba, regalaría mi reino… por verte abrir tu abanico y agitarlo con desparpajo. Te lo ruego por favor, despierta y libérate del muchacho que te mece. Toma mi mano, reina.

9º clasificado: «Disimulo» de Marialuz Vicondoa Álvarez.

Ni una lágrima. Ni un gesto que reflejara el miedo que me comía por dentro. Me esforzaba para que nadie notara la angustia que me invadió cuando comprobé que me había perdido. En la calle Mayor me quedé inmóvil, con mis siete años, mirando una procesión de alegría, color, música, cabezudos,  San Fermín y calor…, mientras aguantaba como podía el llanto. Rodeada de gente, abrumada, a empujones… sola como nunca. El mundo, el poco que conocía, se me echó encima. Sin saber qué iba a ser de mí, me invadieran augurios truculentos, mientras disimulaba el terror a desaparecer y a que se notara. Nunca fueron tan monstruosos esos cabezudos que me miraban. No hacía nada, permanecía. Todo desaparecería, el tumulto, la procesión, los niños, los gritos… y yo continuaría allí, esperando a la nada o a algo peor. Iba de la mano de mi madre, no sé quién soltó a quién. Desparecieron ella, mis hermanos… Los rostros dejaron de serlo. Caretas desconocidas, todos se reían de mí, yo apretaba los labios para no dejar salir mi llanto. Un apretón en el brazo me tiró hacia atrás. “Ya está. Fin”, pensé. “¡Aquí está! Oye, y tan tranquila estaba, como si nada”, escuché a mi madre.

10º clasificado: «La pastilla de jabón» de Amaya Carro Alzueta.

Lo cierto es que está resultando muy difícil. Medito mientras intento hacer desaparecer las manchas del bajo de tu pantalón, frotándolas con la pastilla de jabón con todas mis fuerzas. La primera vez que vas al chupinazo con tus amigos. La primera vez que pasas toda la noche fuera de casa. La primera vez que corres el encierro, aunque me prometiste que no ibas a hacerlo. Las manchas no salen. Tendré que dejarlas a remojo. Como a mis sentimientos. ¿Recuerdas cómo aferrabas mi mano, temblando, cuando veías a Caravinagre? ¿Recuerdas cómo te escondías entre mis piernas para no escuchar el atronador estallido de los fuegos? ¿Recuerdas cuántos globos te compraste y perdiste, cuántas vueltas me hiciste dar imitando a los gigantes? ¿Recuerdas cuántos besos nos dimos vestidos de blanco y rojo? Tu mano ya no busca la mía y tus besos pronto tendrán otra dueña. Y yo estaré aquí, intentando lavar mi nostalgia con agua templada y jabón de pastilla mientras mi niño se hace hombre y se aleja de mi lado. Espero que San Fermín te cuide, hijo, porque ahora te vas embriagado por la fiesta, pero mi alma predice que ya nada será igual. ¿Recuerdas, amor, cómo bailabas sobre mis pies?.

 


Más relatos finalistas (clasificados del 4º al 6º)

4º clasificado: «Una pequeña alpargata» de Blanca Ujué Goñi Allo.

Ya nada volvería a ser igual. Mientras paseaba por un Antoniutti abarrotado de jóvenes sonrientes y con un brillo en los ojos, sabía que, a pesar de compartir la misma emoción y la misma indumentaria, ya nada volvería a ser como antes. Se acabaron los bocadillos de chistorra viendo los fuegos, el sueño cambiado y ver las luces del alba derrapando por las fachadas de Mercaderes. Y aún así, nunca había sido tan feliz: había descubierto lo que brilla la ropa blanca una mañana de julio en Pamplona, las jotas capaces de poner la piel de gallina y unas alpargatas rojas y blancas que cabían en la palma de mi mano. La sombra que me sujeta fuertemente la mano me deja un surco de algodón de azúcar y sonríe maravillada por las luces de la noria y las atracciones que parecen trepar por la muralla que las enmarca. Jamás imaginé que no echaría de menos las noches sin fin. Y nunca pensé que un pequeño angelote, apenas un poco más alto que la talla de san Fermín, pudiera enseñarme unos sanfermines que desconocía, a pesar de haber nacido en Pamplona. Ya nada volvería a ser como antes. Pero nunca había sido tan feliz.

5º clasificado: «Naroa y yo» de Felix Senis Diez.

Desde que la conocí, hace ya tres años, supe que sería la mujer de mi vida. Coqueta y feliz, me arrastra ahora, Estafeta abajo,  salvando los empujones de la gente. Se diría que tiene prisa y, a veces, suelta mi mano y camina unos pasos por delante. La siento observada y no puedo evitar que los celos me pellizquen el alma. Después de algunos pasos, se da la vuelta, se lanza a mi cuello y me muerde la oreja. Ella sabe que este mínimo gesto me convierte en el hombre más feliz del mundo. A la altura de Mercaderes vuelve a provocarme. Apoyada en el vallado del encierro, se deja abrazar por el sol de mediodía. Se mira las bailarinas rojas. Alisa su falda. Pone orden en los botones de su blusa. Me mira…, y se ríe. Sabe, como nadie, administrar esos chispazos que enamoran.

Por fin llegamos al Ayuntamiento. Deposita en mí sus miedos y se introduce en el bullicio. La pierdo de vista unos segundos y… ¡uff!… vuelvo a verla correr sobre sus pasos.

-¡Corre papá!. ¡Corre!.

Y, aterrado como un niño, contemplo en el reflejo ámbar de sus ojos, cómo Caravinagre se acerca amenazante hacia nosotros.

6º clasificado: «El noveno número» de Javier Casado Mayayo.

Le falta un número. Antes de despedirse le dejó su móvil apuntado en la muñeca, pero hoy a la mañana no había ni rastro del último. Los demás estaban borrosos, casi ilegibles, y le ha costado cerca de una hora descifrarlos. Pero el noveno es imposible, no tiene nada de tinta y lo que es peor, empieza a dudar de si alguna vez la tuvo. Quizás no le gustó, o buscaba quitársela de encima como fuera y dejó de apuntarlo adrede. Puede que fuera un falso y un cobarde, y prefiriera eso a decirle a la cara que no quería saber nada más de ella. Tal vez a su teléfono sí le quedaba batería, o no tenía que dejarla por irse a correr el encierro… Pero no, no podía ser. Javi no parecía de esa clase de tíos. Ni de coña.

¿Y si llamase a los diez números de teléfono posibles? En el peor de los casos quedaría como una idiota ante diez perfectos desconocidos. Al noveno intento, por fin le responde un Javi: «¿Javi?» «Sí, ¿quién es?» «Hola, soy Elena, de la consigna de la plaza San Francisco de Pamplona. ¿Es suya una muñeca hinchable con un pañuelo de San Fermín al cuello?»

 

 


Segundo y tercer clasificados 1

2º clasificado: ‘‘Existe un lugar’’ de Esther Imízcoz Campos.

Xabi y Svetlana se despidieron en un frío aeropuerto de Alemania. El erasmus había tocado a su fin, y con él su historia de amor. Atrás quedaban aquellos meses de conocerse, de divertirse, de comprenderse. Ahora, ella ponía rumbo a su Rusia natal, y él regresaba cabizbajo a Pamplona, con la sombría certeza de que difícilmente volverían a cruzarse sus caminos. Tras un abrazo que ambos desearían que jamás hubiera terminado, Xabi le preguntó, mirando fijamente a sus ojos vidriosos:

-¿Existe algún lugar en la tierra en el que podamos volver a encontrarnos?

Y ella, fantasiosa como siempre, respondió:

-Volveríamos encontrarnos si existiera un mundo al revés, un lugar donde pareciera haberse desatado una locura desbordante, un caos de felicidad y diversión, un inesperado gobierno de la alegría. Nos reuniríamos de nuevo en una tierra en la que imperaran la generosidad y el deseo de compartir, donde todos vistiéramos una sonrisa las 24 horas del día y donde siempre hubiera abundantes motivos para celebrar. Allí todos seríamos iguales, sin importar nuestra procedencia, edad o clase social. Solamente allí podríamos tú y yo volver a encontrarnos. Dime, ¿crees que existe ese lugar?

3º clasificado: «24 orduko maitasuna» de Javier Sagardia Sarasa

12:00etan

Elkarri begiratu diogu istant batez. Soari eutsi diogu, irribarre imintzio lotsatia banatu. Suziria lehertu da urrunean. Zapi gorriek zeru-sabaia dute estali. Jendetzak irentsi gaitu, olatuek bezala bultzatu, zirimola batean, eta betiko banandu korronte meneraezinetan.

16:25etan

Ezin dut begirada hori burutik kendu. Badakit begi berde berunezko horiek ikusi nautela. Badakit.

21:00etan

Hamaika edabez gorputza zikin, burua hordituta eta ikusmena lausotua izan arren, iluntzen hasten den ordu zehatz gabe horretan gutxien espero nuena gertatu da: goizeko begirada berdearekin topo egin dut.

24:00etan

“Ay Jalisco no te rajeees, me sale del almaaa…”

Irribarre bizi-lotsatien artean Jarauta kaleko zoru bustian elkarri lotuta dantzatu dugu, jira eta bira eroan, zorabiatu arte. Jorge Negretek kale bat beharko luke hirian.

01:05etan

Batu ditugu ezpainak. Batu ditugu mingain bustiak. Turrillas maisuaren oihartzun irrealen artean. Txun, txun, txun. Gainezka dago kalea, gu inoiz baino isolatuago.

03:45etan

Izerdiaren ostean, etxeko izara garbietan gordeta, nekeak harrapatu gaitu. Goizean bezala, elkarri begiratu diogu. Nire bularrean du burua pausatu. Denbora betiko gelditu nahi nuke.

12:00etan

Ez nau agurtu. Ez dit paper puska batean idatzitako oharrik utzi. Ez musurik eman masailean. Isil-gordean joan da. Hutsunearen zauria sentitu dut. Baina hozkailuan salda badago, eta zazpi gau ditut zain: “Alcé mi copa y brindé por ella…”

Amor de 24 horas

12:00 horas

Nos hemos mirado durante un instante. Hemos sostenido la mirada, esbozado una tímida sonrisa. El cohete ha estallado a lo lejos. Los pañuelos rojos han cubierto el cielo por completo. La multitud nos ha engullido, empujándonos como las olas, en un torbellino, separándonos para siempre en indomables corrientes.

16:25 horas

No me puedo quitar esa mirada de la cabeza. Sé que esos verdes ojos de plomo me han visto. Lo sé.

21:00 horas

Sucio el cuerpo de mil y un brebajes, en esa imprecisa hora a la que empieza a anochecer, aun borracho y con la vista nublada, ha pasado lo que menos me esperaba: he vuelto a encontrarme con la verde mirada de esta mañana.

24:00 horas

“Ay Jalisco no te rajeees, me sale del almaaa…”

Hemos bailado agarrados entre tímidas e intensas sonrisas sobre el mojado suelo de Jarauta, girando enloquecidamente, hasta marearnos. Jorge Negrete se merecería una calle en Pamplona. 

01:05 horas

Hemos unido nuestros labios. Hemos unido nuestras húmedas lenguas. Entre los irreales ecos del maestro Turrillas. Txun, txun, txun. La calle está a rebosar; pero nosotros, más solos que nunca.

03:45 horas

Tras el sudor, en casa, resguardados entre las limpias sábanas, el cansancio nos ha atrapado. Al igual que esta mañana, nos hemos mirado. Tiene la cabeza apoyada en mi pecho. Me gustaría detener el tiempo para siempre.

12:00 horas

No se ha despedido. No me ha dejado una nota escrita en un trozo de papel. Ni un beso en la mejilla. Se ha ido a escondidas. He sentido la herida del vacío. Pero tengo caldico en el frigorífico, y siete noches por delante: “Alcé mi copa y brindé por ella…”

 

 


Fallo del jurado del VII Certamen de Microrrelatos de San Fermín 1

Estimados amigos y lectores, esta misma tarde a las 19.30 en el Nuevo Casino (que como los nativos sabéis está situado en el mismo centro de Pamplona, en plena Plaza del Castillo), se ha hecho público el fallo del jurado de éste VII Certamen de Microrrelatos, con los siguientes resultados:

Primeros tres clasificados:
Ganador: ‘’ETDLB’’ por Katixa Castellano Oyarzun.
2º clasificado: ‘‘Existe un lugar…’’ por Esther Imízcoz Campos.
3º clasificado: ‘‘24 orduko maitasuna’’ por Javier Sagardia Sarasa.

Resto de finalistas:
4º clasificado: ‘‘Una pequeña alpargata’’ por Blanca Ujué Goñi Allo.
5º clasificado: ‘‘Naroa y yo’’ por Felix Senis Diez.
6º clasificado: ‘‘El noveno número’’ por Javier Casado Mayayo.
7º clasificado: ‘‘Pure’’ por Carlos Remón Sanjuán.
8º clasificado: ‘‘Despierta, por favor’ por Laura Sanchez Godoy.
9º clasificado: ‘‘Disimulo’’ por Marialuz Vicondoa Álvarez.
10º clasificado: ‘‘La pastilla de jabón’’ por Amaya Carro Alzueta.

Nuestra más calurosa enhorabuena a todos ellos, así como al resto de participantes en este VII Certamen que nos han hecho disfrutar con sus trabajos.

Tal y como os hemos comentado estos últimos días, durante la ceremonia se ha hecho lectura en voz alta de estos 10 relatos, a cargo de otras diez personas relacionadas con las fiestas.

Además, al igual que en años anteriores, el acto se ha retransmitido en vivo por streaming para todos aquellos que no hayan podido acompañarnos en persona.

Y sin más preámbulos, aquí tenéis el texto ganador (no os preocupéis que la próxima semana seguirán el resto de textos en sucesivas entradas):

ETDLB, de Katixa Castellano Oyarzun

Para el tío Fermín

Ella estaba de niñera en la casa que hace esquina con Mercaderes. Se asomaba a la ventana como un clavo, sin faltar un día, por eso él empezaba al final de Santo Domingo y al acabarse la plaza se retiraba. Jamás eligió otro sitio diferente. En sus ratos libres de albañil, esa semana de julio, y durante cuarenta años, paseaba con boina verde dentro de la Plaza de Toros. Con el tiempo vinieron los hijos, cinco, y la nena, una; y con ellos la vida corriendo con ese galopar que casi nunca notamos en la nuca. Hasta que un día ella se fue a esperarle desde una ventana más alta. Demasiado alta.

Cuando el abuelo Paco tenía ochenta y dos años su hijo Miguel Ángel, preocupado de que siguiese con la costumbre, le preguntó:

Oye, papá, no estarás corriendo el Encierro, ¿no?

¿Yo?, no, el Encierro, no. Sólo el trocico de la Baltasara.