Archivo por días: 21 de julio de 2015


VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

LOS INMACULADOS

Cristina Sádaba Elizondo

El ritmo de la turuta de Piperrak va alternado en mi cabeza con la solemnidad del Vals de Astráin. Necesito un chute de melodías mientras me visto, mientras ejecuto el rito, a solas, como siempre, que me llevará a comenzar impoluto mi tramo. Empieza otra jornada. Y ya van cinco.

Espero que las aglomeraciones, los montones y las sombras afiladas, que alguna vez me han hecho perder pie, hoy me respeten… porque soy un peón más, otro personaje de esta atolondrada farsa en la que más que colocarnos una careta, todos nos arrancamos la que nos limita a diario.

La hora se acerca, me aferro a mi herramienta, un sudor leve ya me ha reblandecido los callos. Empuño la escoba, arrastro el carrito. Algunos me llamarán “técnico en nosequépalabras larguísimas”. Barrendero, es como yo a mí me llamo.
 

DÍAS SEÑALADOS

Rakel Eguíllor Urtiaga

Salió del bar con la canción “1 de enero” sonando de fondo… Era momento de retirarse a casa. Entró en el portal, el número 2 de la calle Febrero. Al día siguiente le esperaba un día muy largo. Encendió el ordenador, metió la contraseña (3demarzo) y revisó, como venía haciendo en la última semana cinco veces al día, el pronóstico del tiempo.
Miró a través de la rendija de la puerta a su hija Oihane, que nació el 4 de abril de 2013. Este año le tocaba despojarse de alguno de sus chupetes y aprovechar los paseos de Joshemiguelerico por la ciudad para dárselos a él.
Seguidamente se sentó en el sofá y dio las últimas puntadas al escudo que empezó a bordar en su pañuelico rojo allá por el 5 de mayo, tal y como le enseñó su abuela.
Una vez terminado, lo colocó junto al resto de indumentaria sanferminera. Esta vez sacó también el delantal, ya que como manda la tradición en su cuadrilla, el más tarde en llegar a la cena del último escalón, el 6 de junio, se le adjudica el galardón de preparar el almuerzo antes del Txupinazo. ¡Ya falta menos, 7 de julio San Fermín! 

MUERTE DEL ALCALDE

Ernesto Maruri álber

Mi padre me bajó de sus hombros y me dejó de pie frente al Alcalde.
Era el cabezudo que más miedo me daba por ser el único que movía los ojos.
Me miró fijamente levantando un bastón.
-¡Papá, que me pega!
Mi padre lo miró con los ojos muy abiertos: parecía que se le iban a salir como dos globitos alargados a punto de explotar.
El Alcalde miró hacia arriba, puso los ojos en blanco y cayó de bruces.
Le sacaron un señor de las tripas y lo tumbaron al lado del Alcalde.
“¡Es un mareo”, gritó alguien. Una señora le abanicaba. Mientras, el Alcalde seguía muy quieto, ¿muerto?
Mi padre me agarró de la mano y nos marchamos.
-Papá, ¿le has tirado tú?
-Claro, poniéndole mirada de asesino. Nunca falla.
-¿Qué es un asesino?
-Uno muy malo que mata.
Al llegar a casa, dije a mi madre que papá había matado al Alcalde por mi culpa y que ahora tenía miedo de él.
Discutieron. Después, papá me dijo que su mirada no había tirado al alcalde, que fue casualidad.
Qué alivio, ni mi padre era malo, ni yo culpable, ni el Alcalde estaba muerto.
Qué pena: mi padre no tenía superpoderes… ¿o sí?
 


VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

DESIERTO.

Alberto Eransus Antoñanzas

Al recibir la temprana caricia del sol, constató que nada era cotidiano. Lo irracional pasaba a primera plana. Cerrando los ojos al instante, meditó.

Cuando todo va mal, pienso en blanco. Así puedo recordar mi casa, alegre y viva. No hay espacio físico pero aquí están todos presentes. Gigantes, kilikis, cabezudos y zaldikos, haciendo llorar a mayores y zagales. A pesar de que no hay ni rastro de calles, desfilan de manera contundente.

Si ya no puede ir peor, pienso en rojo. El chupinazo, todo carmesí resplandeciente. La sangre del encierro, dónde los Miuras hacen temblar las calles. Los huevos con jamón y tomate, la muleta del torero, el clarete.

Es cuándo despierto debajo de la jaima. No hay más que silencio. Abro los ojos. Contemplo que aquí también tiembla la tierra, hay niños llorando, sangre y muerte. Aquí, no hay sueño, porque nadie duerme. Los bostezos no se convierten en dianas desenfrenadas. Insomnio permanente.

Tiemblo de frío, té en mano. Es siete de julio y me coloco el pañuelico, no en el cuello como corresponde, sino en la frente. Así las lágrimas no se confundirán con mi sudor. Hay trabajo que hacer. Desde el Nepal, San Fermín, implorándote fuerzas frente a un desierto.

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CUENTA ATRÁS

Maider Jiménez Echávarri

Si no acelero el paso no me dará tiempo. No soy buena deportista, mis pulmones me lo están insinuando, pero apenas puedo parar a respirar. Primer aviso.

Más tarde de lo previsto llego al lugar de la quedada, y todos han desaparecido. Busco entre la gente y no consigo ver a nadie. Todo es tan blanco y rojo… Quiero pasar entre la multitud aunque me supone mucho esfuerzo hacerme hueco.

Recibo gritos, quejas y abucheos. A mí tampoco me agrada la gente que se cuela para tener un sitio mejor, pero me he quedado sola. Segundo aviso; más vale que agudice la vista para localizar a mis amigos. Sigo recorriendo el laberinto de personas y estoy empezando a sentirme agobiada. Llamo por teléfono pero no recibo respuesta.

Resignada, me doy por vencida. Decido volver atrás sobre mis pasos para situarme en la parte posterior y no molestar. Busco un claro de hierba y en el momento justo en el que estoy agachándome, escucho: “¡¡IRATI!!”. Y aunque son miles de personas las que están sentadas en el jardín de la vieja estación de autobuses, reconozco esa voz. Ya tengo compañía para ver los fuegos artificiales. “PUM”, tercer aviso.
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FREDI Y ARTURO

Javier Garcia Ruiz

Ellos no se conocen. Al menos a mí no me consta. Con Arturo, un tipo “de lo viejo, de toda la vida”, no tenía intención de estar aquel día. Con Fredi sí.
Fredi es osasunismo y es San Fermín. Mitad y mitad, pero al cien por cien. Al poco de conocerle, le conté que llevaba quince años consecutivos sin faltar a la cita, pero que todavía tenía pendiente aquello del tendido sol.
Ese mismo año, allí estaba yo. Uno más de la Muthiko. La tarde fue inolvidable y cuentan que la noche también. Despedí a Fredi y los demás cuando La Pamplonesa avanzaba por la Plaza San Francisco. Decidí que ese sería mi último acto del día. Cerrando la banda, pasaba Arturo.
—Vente a ver el encierro al balcón de un colega —comentó. Sonreí. No lo hizo tanto la familia del amigo de Arturo cuando, en fila de a uno, fuimos entrando al salón. La verdad que no éramos pocos y aportamos cierto ánimo a aquella estancia.
— Ahora un chocolate con churros —dijo Arturo. Y en su mueca, vi a Fredi.
“Estos sí que son San Fermín”, pensé. Volví a sonreír, imité aquel gesto y ajustando mi gorro de paja, entré en la cafetería&nbsp