VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
LA VISITA
Santiago San Esteban Urbelz
Esto es un descontrol. Hace dos días que llegué con mis hermanos. Los Sanfermines tienen fama pero no imaginaba tanto jaleo. Nos instalaron en una pensión arregladita, bien de comer, pero circulaba demasiada gente. Entre sirenas, petardos y bombos, no se podía pegar ojo. Sólo una siestecilla después de la comida. De repente, nos sacan ayer por la noche diciéndonos que necesitaban sitio y nos trasladan a otra pensión del mismo dueño, cerca del centro. Como borregos, subimos por una calle empedrada junto a la muralla. De pensión, nada, cuatro cuartuchos. Lo bueno, que había menos ruido. Pero, amaneciendo, empieza a juntarse gente en la puerta dando vueltas, cotorreando y cantando. Se oye un petardo gigante, se abren las puertas, y salimos todos corriendo en medio de un río de gente asustada. ¡Vaya carrerita! Era imposible correr sin tropezar con alguien o caerse en alguna curva. Al final hemos llegado a este patio. Hemos bebido. Vamos saliendo de uno en uno. Se oyen cánticos y clarines. He entrado en el callejón oscuro, me han pinchado en la espalda y no he podido ver quién. Al fondo, una salida y un tío en medio haciéndome señas con un capote. Corro hacia él. ¡¿Qué pasa aquí?!
EL PRIMER PAÑUELICO
Alfredo Vela Morán
Está la casa revolucionada. Mi Amatxo de un lado para otro, preguntándose dónde está el pañuelico del niño… ¿se refiere a mi?.
Sale mi Aita, completamente vestido de blanco: «Ni me toques, que tengo que llegar limpio a las doce».
No entiendo nada.
Amatxo me da un meneo, me planta un peto blanco y pone en mi silleta algo rojo. Debe ser el famoso pañuelico, porque venía diciendo: «¡por fin lo he encontrado!». La verdad, queda muy chulo.
Tocan al timbre. Lo que me faltaba por ver, viene mi abuela también de blanco y pegando voces: «¿Aún estáis así?, son las once, ¡No llegamos, no llegamos!»
Pero, ¿a dónde no llegamos? Definitivamente aquí se han vuelto todos locos.
Las enormes manos de mi Aita, me cogen y me colocan en mi silleta tuneada con mi pañuelico rojo. Soltando un: «bueno ya estamos, ¡vamos!», salimos por la puerta de casa.
Al llegar a la calle, veo alucinado que todo el mundo viste igual que nosotros. Todos de blanco, todos llevan un pañuelico en la mano, algunos llevan botellas, y todos vamos en la misma dirección. ¿A dónde?
La gente canta, ríe, se saluda, está feliz.
No sé a dónde vamos, pero me gusta.
¡Felices fiestas!
EL COMIENZO DE ALGO NUEVO
Ainhoa Iriarte Zaratiegui
Nervios. Muchos nervios. Ese amigo especial que había conocido hacía tan solo 4 meses estaba a punto de bajar del autobús. Por fin nos veríamos cara a cara. Vestida de blanco y rojo esperaba impaciente mientras se abría la puerta. Lo vi bajar, impecable con sus pantalones blancos y su camiseta nueva. El pañuelico con el santo bordado corría de mi cuenta. Nada mas verme, me sonrío y un escalofrío recorrió mi cuerpo. En persona era casi mas guapo que por foto. Era la primera vez que venia a Pamplona así que me ofrecí a ser su guía. A enseñarle como se vivía la fiesta. No podría sentir las mariposas en el estómago cuando están a punto de tirar el txupinazo, ni se le pondrían los pelos de punta al oír la jotica al santo en la procesión. Esas cosas están reservadas para los pamplonicas. Pero si que hare que vibre con las peñas por las calles, que mire embelesado como bailan los gigantes y se ria al ver llorar a un niño al que le ha pegado su kiliki favorito. Cenaremos viendo los fuegos artificiales y nos perderemos en la fiesta. Intentaré que sienta un poquito de esta pasión tan nuestra.