VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
CUANDO SEA GRANDE…
José Arias Moreno
Me llevaba de su mano -ruda de trabajador duro-, yo tenía nada menos que siete años y toda mi niñez junta correteaba a su lado, tratando de perseguir gigantes y cabezudos; era el espejo en que pretendía mirarme, intentando imitar la mayoría de sus gestos y emociones. A esa edad alimentaba mi afán de conocimientos preguntando sobre todo lo que acontecía alrededor; había una frase que siempre anteponía a cualquier proyecto de futuro maquinado por mi inmadura mente: “Cuando sea grande…”
– ¡Papá, cuando sea grande correré los encierros contigo! exclamaba con inusitada vehemencia.
Transcurrieron ya algunas décadas y se cumplió mi deseo. Con la llegada de estas fiestas afloran los recuerdos, él nos dejó recientemente, pero me queda su memoria y una forma de ver la vida, forjada con espíritu de pamplonica auténtico y el orgullo de procurar ser hombre de bien, porque seguí sus consejos.
Mientras me visto para acudir a la temprana cita diaria en Cuesta de Santo Domingo, contemplo a través del espejo a mi hijo de meses en brazos de su madre; cavilo sobre lo que nos deparará el futuro y observo su carita que esboza una sonrisa, con los ojos parece decirme:
– ¡Papá, cuando sea grande…
DISIMULO
Marialuz Vicondoa álvarez
Ni una lágrima. Ni un gesto que reflejara el miedo que me comía por dentro. Me esforzaba para que nadie notara la angustia que me invadió cuando comprobé que me había perdido. En la calle Mayor me quedé inmóvil, con mis siete años, mirando una procesión de alegría, color, música, cabezudos, San Fermín y calor…, mientras aguantaba como podía el llanto. Rodeada de gente, abrumada, a empujones… sola como nunca. El mundo, el poco que conocía, se me echó encima. Sin saber qué iba a ser de mí, me invadieran augurios truculentos, mientras disimulaba el terror a desaparecer y a que se notara. Nunca fueron tan monstruosos esos cabezudos que me miraban. No hacía nada, permanecía. Todo desaparecería, el tumulto, la procesión, los niños, los gritos… y yo continuaría allí, esperando a la nada o a algo peor. Iba de la mano de mi madre, no sé quién soltó a quién. Desparecieron ella, mis hermanos… Los rostros dejaron de serlo. Caretas desconocidas, todos se reían de mí, yo apretaba los labios para no dejar salir mi llanto. Un apretón en el brazo me tiró hacia atrás. “Ya está. Fin”, pensé. “¡Aquí está! Oye, y tan tranquila estaba, como si nada”, escuché a mi madre.
SAN FERMÍN UNIVERSAL
Carmen Hernández Montalbán
San Fermín inaugura el verano con un río de margaritas blancas y amapolas. Junto al toro de Navarra laten los corazones de todas las partes del mundo.