Archivo por meses: octubre 2015


¿Unos Sanfermines sin corridas de toros? 2

 

Como algunos sabréis el Partido Animalista, PACMA, ha publicado estos días un video en el que apuesta por unos Sanfermines sin maltrato a los animales, y por tanto, sin corridas de toros. En el video se recogen varios testimonios de personas que, aun habiendo estado alguna vez en la plaza de toros, rechazan la lidia del toro, y también se recogen otros testimonios que apuestan directamente por la desaparición de las corridas de toros. Posteriormente, al grito de «esta es mi fiesta», «hau nere festa da», se muestran distintos momentos entrañables de los Sanfermines.

Yo no entraré en polémicas, ya que llevo más de veinte años yendo a los toros a la plaza de toros de Pamplona, y reconozco que, aunque no soy un gran entendido de la materia, disfruto del espectáculo, aunque reconozco el sufrimiento que soporta el animal.

Por otro lado, y como bien me contó un gran amante de los toros, en caso de prohibirse las corridas de toros, la raza de toro bravo de lidia podría desaparecer, ya que no habría ganaderos que criaran animales tan majestuosos sin obtener beneficio por su venta.

En fin, una polémica que parece no tener fin, con opiniones e intereses muy enfrentados y que jamás logrará satisfacer a todo el mundo.

http://especiales.publico.es/publico-tv/video/517282/pacma-lanza-un-campana-en-defensa-de-unos-sanfermines-sin-corridas-de-toros

Bienvenidos a los nuevos colaboradores del blog, seguro que nos amenizarán esta larga travesía hasta San Fermín 2016. Ongi Etorriak!


San Fermín 360º 3

Asier no podía hablar, todavía no sabía ninguna palabra. Eso sí, las cosas las tenía muy claras. Tan claras como se tienen cuando se funciona por instinto. Y su instinto siempre le empujaba a intentar hacer lo mismo que hacía su hermano Beñat. Pero no podía porque estaba irremediablemente amarrado con arneses a una maldita silleta.

Beñat, ajeno al sufrimiento de Asier, no se conformaba con ir a ver los gigantes. Él lo que quería era emular a su prima Carol, que con el mismo desparpajo que tenía para todo, no paraba de enredar con los kilikis. Pero a él le daba miedo. Admiraba a su prima por su valor.

Y es cierto que Carol disfrutaba incordiando a la Pelona y compañía, pero eso en realidad era cosa de pequeñajos. En cuanto perdía de vista a la comparsa volvía a enfurruñarse porque a su hermana Chus ya le dejaban echar ratos con sus amigas. Eso sí que eran sanfermines, ir a los hippies, pajarear por la calle y vete tú a saber si empezar los escarceos con el kalimotxo…

Sin embargo, para Chus aquello no era suficiente. Otra cosa era lo que podía hacer su prima Nahia. Nahia ya podía volver a casa a las 12 de la noche, después de los fuegos. Pero ojo, ¡que le dejaban salir sola desde después de comer! Renunciaría a media paga por poder ir con su prima. El plan seguro que era mundial.

Nahia en cambio echaba de menos tener un poco más de tiempo tras la hora bruja para babear al lado de Chefo, el amigo andaluz de su hermano mayor. Qué bueno estaba, qué guapo era, y cómo la miraba.

Su hermano, como es de suponer, no era ni remotamente consciente de que Nahia estaba totalmente pillada con Chefo. Bastante tenía con intentar pegarse a la cuadrilla de su primo Alberto, que ya iba a los toros. Eso sí que era una cuadrilla sanferminera, y no la suya, preocupada únicamente de hacer gaupasa, saliese como saliese.

Alberto no comprendía el empeño de su primo en pegarse a su cuadrilla. ¡Si era un puto crío! Además se le pegaba como el chicle concretamente a él. Mala compañía cuando precisamente lo que él buscaba sin descanso era encontrarse con su tío Luis, el hermano pequeño de su madre. ¡Qué cabrón! Almuerzos, comidas, meriendas en el tendido, cenas, poteo permanente… Luis era el casta por antonomasia.

Pero cada vez se lo encontraba menos. Luis cada vez era menos callejero. Había descubierto el placer de las buenas sobremesas gracias a un compañero de trabajo que al final consiguió introducirle en el Txoko Pelotazale. Allí conoció a Borobio, al que todos llamaban por su apellido. Era un tripudo artista de los fogones, y Luis empezó a frecuentar el Txoko por las mañanas, atraído por el ambientazo de los preparativos de las grandes pitanzas.

Borobio, todo un personaje. Tan capaz era de preparar unas menestras celestiales como de desgraciar un simple huevo frito. Genio y figura. Pero Borobio era consciente hacía ya tiempo de que tenía que bajar el pistón. El colesterol del bueno había terminado por salir huyendo. El que sí se lo montaba bien era Karra. “Yo de mayor como Karra” solía gritar entre plato y plato. Karra era caro de ver, y el jodido se mantenía bien, pero cuando no había que perdonar era implacable. Qué fondo.

Y es que Karra había aprendido de su hermana Bego que más valía calidad que cantidad. Ella aplicaba esa máxima. En fiestas se pegaba dos homenajes por todo lo alto con su marido y otros amigos. Para dos días que podían permitirse, con los hijos convenientemente colocados, no iban a tener miramientos. Ahora bien, por mucho foie de La Olla que pudiera meterse entre pecho y espalda, Bego suspiraba por alcanzar la libertad de su compañera de trabajo Ana, que ya tenía a los hijos mayores. ¡Eso sí que era felicidad! ¡Así sí que podría darlo todo!

De todos modos, Ana lo que verdaderamente anhelaba era pillar un grupillo de amigas como hacía su tía Julia, que se reunía en el Casino cada tarde para poner a parir a todo el que entraba y salía. ¡Qué cachondeos se traían! Cuatro copicas de champán, o cinco, y a casa con la tarea hecha. Sí, lo de Julia sí que era un buen plan.

Y Julia también lo creía, pero los achaques no le dejaban disfrutarlo como antes. Cada vez se sentía más a gusto paseando a horas decentes con Martín, un viejo amigo que había enviudado hacía una par de años y que lo único que quería era alejar sus tormentos y recobrar la paz y la tranquilidad, y por qué no, si era al lado de Julia mejor.

El espejo en el que se miraba Martín era Celestino, su compañero en el piso tutelado. Celestino sí que había alcanzado esa serenidad, se le notaba en cada uno de sus actos. Lo que no podía ver Martín es que la amargura iba por dentro. Celestino, consciente de encontrarse en la cuesta abajo, habría dado un ojo y quizás los dos por poder volver a corretear por la Media Luna con su nieto Asier. Pero no podía porque estaba irremediablemente amarrado con arneses a una maldita silleta.


El momentico 2

Xabi, como todos los años, almorzaba el día seis en el piso que uno de la cuadrilla tenía en la calle de la Curia. Con el paso del tiempo a la cuadrilla se le habían ido añadiendo parejas e hijos que convirtieron el piso de la Calle Curia en un lugar más estrecho, bullicioso y feliz.

Xabi, como todos los años, abandonaba el almuerzo a eso de las once de la mañana y, puñelico en el puño, corría hasta la residencia de ancianos donde su madre, la señora Milagros, se extinguía muy lentamente y sin notarlo por obra de un Alzheimer puñetero que le había cercenado el habla y la memoria hacía ya bastante tiempo.

Xabi, como todos los años, saludó a las cuidadoras, besó en la frente a su madre y le empezó a hablar como si ella tuviera la capacidad de entenderlo. Le enseñó el pañuelo rojo que en breve le anudaría al cuello, le contó los detalles del almuerzo y la terrible borrachera que Koldo, aquel amigo soltero y gigantón, iba camino de pillar.

Xabi, como todos los años, empujó la silla de ruedas hasta colocarla frente al televisor. Era su momentico, el de los dos. Acaso era un acto absurdo, sin duda, pero no menos absurdo que levantarse a las cuatro de la mañana para ir a la fábrica.

Xabi, como todos los años, esperó a que el cohete estallara en el cielo vertical de la Plaza del Ayuntamiento y le ató a su madre el viejo pañuelo con el santo bordado. Luego la miró a los ojos, perdidos y cristalinos y, como todos los años, jugó a creer que algo de aquel ritual había quedado en el interior de su mirada.

Como todos los años, Xabi, a eso de la una, avisó a una cuidadora para que recogiese a su madre. Él ya se marchaba. Y como todos los años antes de despedirse la besó en la frente y le susurró al oído «viva san Fermín» (así, suave, sin vigor ni exclamaciones). Como todos los años no esperó nada a cambio de aquel beso y se giró para salir a la calle. Sin embargo, contra todo pronóstico, en aquella ocasión un sonido liviano, casi imperceptible, le agarró por la espalda: «Viva», contestó la madre.

Fue entonces cuando Xabi, afligido, comprendió que aquella palabra inesperada no era más que una hermosa despedida, que aquel sería el último año.

 


La sal de la vida 10

Esta es mi primera entrada para este blogsanfermin.com que nos regala cinco minutos de San Fermín al día, algo imprescindible para soportar de la rutina los otros 356 días del año. Y, por supuesto, lo primero que quiero hacer, antes de abrir la puerta del todo, es dar las gracias a los anfitriones por esta invitación. Es para mí un honor formar parte de este insigne elenco de pamplonautas que nos recuerdan que cualquier día puede ser fiesta si nos lo proponemos; pero también da un poco de vértigo no coger el tono. Al fin y al cabo, los sanfermines dan para mucho y nunca se sabe por donde empezar, así que asumiré el riesgo pensando “¡Valor y al toro!”, como dicen en mi casa cada vez que mi madre hace el primer estofado postemporada taurina.

Para este primer día he decidido arriesgarme a que me salga algo un poco almibarado pero me apetecía empezar contándoos una historia de Joaquín, mi padre que (salvando a los presentes) era, posiblemente la persona más sanferminera del universo (y eso sin exagerar ni un pelo).

Después de varios años de noviazgo, mis padres decidieron casarse y, al poner la fecha de boda por alguna extraña razón que nunca he acabado de entender, eligieron el 2 de julio; que ya hace falta tener mala idea. Dice mi madre que ella, en realidad, ya sabía que era muy mala fecha, pero que como mi padre dijo que le gustaba… Hasta que empezaron su luna de miel y el primer día bien y el segundo también (bueno, esto me lo imagino porque no es algo sobre lo que la gente suele entrar en detalles cuando habla con sus padres); pero llegó el 6 de julio y mi padre se puso más triste que una acelga, y con una cara de lástima tan evidente que mi madre decidió que no merecía la pena seguir haciendo el viaje en esas condiciones y le propuso que se volvieran a casa a celebrar los sanfermines “como dios manda”. Tengo la impresión de que Joaquín no se hizo rogar ni un segundo, no fuera a perder aquella magnífica oportunidad.

Siempre cuentan que fueron grandes, aquellos sanfermines de 1970.

1970

Bueno, los de 1970, y los del 71, 72, 83… Porque todos los años eran, según él, los mejores sanfermines de su vida. Lo mismo que cada año opinaba que el cartel de la feria del toro era un poco peor al del año anterior; pero sobre este punto no puedo opinar porque el pobre hombre sufrió la decepción de tener un par de hijos bastante antitaurinos. Eso y lo de irse a partir del 11 o del 12 de julio a la playa eran dos cosas que nunca pudo entender de nuestra generación. Yo creo que le escandalizaba más que si nos hubiese visto lanzándonos de la fuente de Navarrería. Bueno, en realidad, no. Era bastante purista y eso también lo criticaba con tanta pasión como si estuviera hablando de un asunto de vital importancia. Al fin y al cabo, para los que lo llevamos en vena, cualquier asunto sanferminero lo es.

En cualquier caso, ni uno solo de los años de su vida desde ese 1970, dejó de celebrar el día 11 de julio el DiMaSú. Al final, se aburría sin mi madre y se iba a tomar un pote con mi tío al salir de los toros y a eso de las 11 se encontraban con ellas, como por casualidad en la plaza del castillo.

Esto es lo mejor de las fiestas de San Fermin,

Pequeñas tradiciones.

La sal de la vida.

 

 


¿De quien depende? 1

 

La semana pasada en su debut en este blog, idenercio escribía un post titulado “San Fermín cambia para que todo siga igual”. En el mismo explicaba cómo eran los Sanfermines de su padre tan diferentes a los de ahora y dejaba en el aire la pregunta de hacia dónde van los Sanfermines incluyendo algunas sugerencias. Esto hizo que me hiciera la siguiente pregunta: ¿De quién depende que los Sanfermines cambien o que sigan la misma línea de los últimos años? En unas fiestas que decimos populares, ¿depende del Ayuntamiento o depende del pueblo?

Evidentemente hay cambios que están en manos del Consistorio. El nuevo Ayuntamiento llegó poco antes de las fiestas al gobierno municipal y no pudo acometer demasiados cambios ya que el programa estaba prácticamente cerrado. Sí llevaron a cabo un cambio que muchos solicitábamos desde hacía tiempo y es el hecho de que el lanzador del txupinazo no fuera un político. La duda queda en si la forma de elegirlo fue la adecuada.

Este año tienen varios meses para plantear un nuevo modelo para los Sanfermines. Las Mesas del Encierro y de los Sanfermines han sido infrautilizadas. Habrá que ver si los nuevos gestores atienden las sugerencias de los participantes en estos meses, aunque no me consta que se hayan reunido todavía. Lo que tengo claro es que le modelo de fiesta no se cambia con novedades en el programa o invitando a otras ciudades. Las medidas que deben tomarse para evitar el macro botellón actual deben ser drásticas y duras, y no tengo muy claro que puedan llevarse a efecto.

¿O somos los ciudadanos los que podemos cambiar el modelo de fiesta? ¿Queremos? ¿Qué significa “unas Fiestas más participativas”? ¿Participaríamos de ellas si lo fuesen? Yo sé cómo son los Sanfermines de muchos pamploneses. De la mayoría diría yo. Encierro, almuerzo, gigantes, vermú, jala, toros, cubateo. Ponerlo en el orden que queráis. ¿Cambiarias vuestros Sanfermines actuales por otros distintos?

Lo que quiero decir con esto es que igual no nos gustan demasiado estos Sanfermines, pero sí nos gustan nuestros Sanfermines. En cualquier caso veremos cómo afronta el nuevo Ayuntamiento el reto de enfrentarse a unos Sanfermines que para mucha gente ya no son lo que eran y para otros siguen siendo lo mismo.

P.D: Saludos a l@s nuev@s.La veteranía es un grado y seis media docena.